Una luz en la oscuridad

Cap. 12 - FINAL

Capítulo XII

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La lluvia caída durante la mañana había refrescado el ambiente, dando al día un cierto tono invernal. Caminamos sin rumbo durante un buen rato hasta llegar al parque del Xiribecs. Dimos un rodeo por el lago y poco a poco llegamos hasta a las postrimerías del río Ebro.

          – ¿Cuáles son tus planes más inmediatos? –le pregunté en un momento dado. La grabadora se había quedado en casa, así que tuve que confiar temerariamente en la capacidad retentiva de mi memoria.

          – Como te dije, hacerme la ansiada operación de reducción de estómago y comenzar un máster en Big Data and Business Intelligence, aunque no sé si lo haré finalmente. Pero la operación sí, sin duda; la necesito más que el máster. Si me la hago por la Seguridad Social tardaré dos o tres años hasta que me toque el turno, y eso es mucho tiempo. El máster lo comenzaría en septiembre. A principios de febrero estuve en la consulta del Dr. Castelar en el Hospital de Reus. Me dijo que su equipo es muy eficiente, además de un punto de referencia a nivel español, incluso internacional. Me dijo que hacen unas doscientas operaciones al año y todo el mundo queda muy contento, con todas las garantías de no volver a recuperar peso. Me recomendó vivamente que me haga la operación de by-pass gástrico, que me irá de perlas para mis propósitos de adelgazar treinta y cinco kilos. Si quisiera hacerme la operación con él por la privada para ganar tiempo me costaría doce mil euros. Pero yo no puedo permitírmelo, a no ser que alguno de mis hermanos o mis amigos me deje el dinero, o que me toque la lotería, cosas todas ellas más que improbables. Me dijo que, si me hago la operación, se acabarían mis problemas psicológicos y podría empezar una nueva vida alejada de los fantasmas del pasado. Eso mismo dicen por Internet otras personas que han pasado por sus manos. La verdad es que me dio una buena impresión. Me pidió para la próxima visita un informe de mi psiquiatra dando el visto bueno a la operación para empezar ya a visitarme con su nutricionista y todo su equipo de trabajo. Gracias a Dios veo una puerta con luz al final del túnel. ¡Me dijo que en Pekín las listas de espera son de siete años!

          – Siete años es una eternidad –le dije bromeando.

          – Así que pedí cita para mi psiquiatra, la Dra. Moltó. Me la dieron para el viernes día quince. Pero unos días antes me llamó mi hermana Paz diciendo que ella y su marido estaban en Vinaroz y que el domingo próximo vendría también mi cuñado Tomás con las dos niñas, y que pasarían a recogerme por Amposta para pasar el día juntos.

          No sé muy bien por qué, pero siempre que hacía referencia a una reunión familiar una calma tensa se apoderaba del ambiente que rodeaba su narración, más todavía después de haberla oído hablar de las hijas de Carmen sobre el desafecto que sentían por ella.

          – Dime que todo fue bien –le pedí con temor. Pero no me contestó.

          – Yo tenía la intención de contarles lo de mi visita con el Dr. Castelar y decirles que estaba dispuesta a hacerme la operación de estómago por la Seguridad Social porque no tengo dinero para hacérmela por la privada, a ver si salía de ellos dejarme el dinero (sería bastante improbable, pero a lo mejor sonaba la flauta por casualidad). Esperaba pasar un buen día y ver a mi cuñado y mis sobrinas recuperados de la muerte de mi hermana Carmen. 

          – Esta última frase no suena muy bien –le dije notando que el pretérito imperfecto del verbo esperar no sonaba bien en ella.

          – También tenía intención de explicarles mis planes de hacer el máster en Big Data and Business Intelligence –continuó con desánimo–. Pero fui incapaz de abrir la boca en todo el día más que para comer como un cerdo. Allí todo el mundo hablaba de sus cosas menos yo, que fui incapaz de comentar algunos de mis planes. Estuve escuchando lo que decían los demás y yo me callé los míos.

          – ¿Por qué?

          – Porque me daba apuro contárselos; tenía miedo de la posible reacción que tuvieran conmigo al conocerlos.

          – Pero si no lo intentaste ¿cómo ibas a saber lo que pensaban sobre ellos?

          – Ya, pero no tuve valor para hacerlo. 

          – ¿La presencia de tus sobrinas te coartó?

          – No, simplemente me sentía en general apartada de todo el ambiente que se respiraba.

          – ¿Notaste algún cambio de actitud de ellas hacia ti?

          – No, ninguno.

          – Bueno, al menos no pasó nada desagradable entre vosotros, ¿no?

          – No, no al menos con los miembros de mi familia –negó sospechosamente dos veces–. Pero al regresar a Amposta me di cuenta de que se me había olvidado ir el viernes a mi cita con la Dra. Moltó. ¡Imagina! ¡Me había olvidado de la cita! Me puse a llorar como una estúpida. Llamé al Hospital Pere Mata pidiendo que me visitara alguien de urgencias, y me atendió otra doctora, que me hizo un informe y me dio hora con la Dra. Moltó para el doce de marzo. Me dio una rabia tremenda haberme olvidado por completo de la cita. A veces tengo la mente ida y me siento completamente alienada. No tengo más que ganas de suicidarme y dejar de sufrir ya de una vez. Pero ya está, a aguantar mecha y a seguir drogada por la medicación.




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