Una mentira para mi ex

11

Siento cómo el corazón empieza a latir más rápido, pero finjo que toda mi atención está en la ensalada. Andrés deja el tenedor y se recuesta cómodamente en la silla, observándome con atención.

—Sabes, no tienes pinta de una… —calla un instante, buscando la palabra— dueña.

Por poco me atraganto con un trozo de tomate. Habla como si conociera mi secreto. Alzo las cejas con fingida calma.

—¿Y si quiero romper estereotipos? ¿Cómo se supone que lucen las dueñas típicas?

—Bueno, eres demasiado joven para dirigir tu propio restaurante y abrir otro más. Sé que antes pertenecía a Germán Kurnitski, pero murió y la herencia pasó a su esposa.

Siento las mejillas arder. Andrés habla del difunto marido de Evdokía, y no me queda otra que asentir.

—Sí, por desgracia mi esposo murió. Quién iba a imaginar que le quedaba tan poco —suspiro con tristeza.

—¿Poco? —Andrés frunce el ceño—. Según tengo entendido, tenía unos setenta años. Coincidí con él en un evento hace tiempo.

Llevo un poco de ensalada a la boca mientras noto cómo me arden las orejas. Tal vez debería haber dicho que era mi abuelo, pero ya es tarde. Ahora Andrés me toma por una mentirosa interesada. Intento no mostrar pánico.

—Bueno, si comparamos con la esperanza de vida, fue poco. Además, el amor no pregunta la edad —bromeo, haciendo un gesto demasiado despreocupado con la mano y casi derribo la copa.

Andrés entrecierra los ojos; en su mirada brilla esa chispa peligrosa de quien intenta descubrir la verdad.

—¿Entonces te casaste con un hombre… cuarenta y cinco años mayor que tú?

Me reclino en la silla y pongo mi mejor cara trágica.

—Sí, fue un gran y sincero amor —digo con dramatismo, llevándome la mano al pecho como una actriz de teatro.

—¿Amor o interés? —pregunta, ladeando la cabeza con sospecha.

—¿Por qué elegir? —levanto las cejas con coquetería—. Tal vez ambas cosas.

No quiero fingir ser una ingenua, él nunca lo creería. Su risa suena alta y genuina.

—Eres increíble —dice, girando lentamente la copa entre los dedos—. Entonces ya tienes experiencia manejando negocios, ¿no?, después de quedarte a cargo de todo.

—Por supuesto —fingo seriedad y un toque de tristeza—. Ahora tengo que estar a la altura en todo: constructores, papeles, menú…

Andrés me observa con interés, y siento que casi me cree. Ese casi me asusta más que si se riera de mí. Se inclina un poco hacia adelante, su voz se vuelve más cálida:

—Bueno, al menos a un constructor ya lo has interesado.

Aparto la mirada, notando cómo mis mejillas arden. Espero que le interese como mujer, no como estafadora digna de cárcel. Por unos segundos, entre nosotros se hace un silencio cómodo. Me recorre una oleada de calor. Juego nerviosa con el tenedor, mientras la ansiedad crece: habla como si realmente le gustara.

Entonces Evdokía entra al salón, y siento el sudor frío bajar por mi espalda. Estoy a un paso de ser descubierta. Aprieto el tenedor con fuerza, rogando que no nos note. No va a mirar a todos los clientes, ¿verdad? Pero fija su mirada en mí, como si oliera mi miedo. Claro que querrá conocer al constructor… y ahí terminará mi farsa. Vergüenza y desempleo asegurados.

La tensión es insoportable. Mi tenedor se queda suspendido en el aire, y me aferro a la primera idea que se me ocurre.

—Ay… —me llevo la mano al cuello, fingiendo pánico—. Me siento mal. Creo que esta ensalada tenía piñones.

Andrés alza las cejas. Sé perfectamente que no había ningún fruto seco allí, y rezo para que no lo compruebe. Me pongo de pie de un salto, lo tomo de la mano y lo arrastro hacia la puerta.

—Rápido, necesito mi medicina.

El corazón me late con tanta fuerza que parece querer salirse del pecho. Andrés se levanta y me sigue. Mis piernas tropiezan, casi caigo, pero él me sostiene y evita que me derrumbe. El miedo me quema por dentro: si me descubren, me ridiculizan y me echan.

Salimos a la calle, y el aire frío me golpea como una liberación.

—Tranquila —susurra, su mano cálida envolviendo la mía.

Asiento, respiro hondo. Necesito alejarlo del restaurante cuanto antes. Andrés señala su coche.

—¿Vamos?

Te agradeceré que hagas clic en el corazón junto al libro y te suscribas a mi página. ¡Tu atención me inspira!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.