El hombre da un paso atrás, se coloca el casco y se sube a la moto. Sin decir una palabra, se aleja, dejándome confundida. Me dirijo hacia el restaurante. El camino parece demasiado corto; quisiera que se alargara kilómetros para poder inventar alguna historia que me salve del descubrimiento. Pero los segundos pasan sin piedad, y ya estoy frente a las puertas conocidas. Las abro y entro. Ruidos, risas, el tintinear de los platos. Tengo la impresión de que todo el local se queda en silencio apenas cruzo el umbral. Yulia se me acerca enseguida:
—Me lo vas a deber. Y también te cargaré el almuerzo. ¿No crees que sería mejor confesar?
—¿Y que Stas descubra la verdad y me despidan? —abro los ojos, aterrada—. ¡Ni pensarlo!
—¡Maryana! —retumba la voz enfadada de la dueña a mi espalda. Me muerdo el labio y me doy vuelta con cautela. La mujer apoya las manos en la cintura, adoptando una postura de guerra.
—¿Por qué no me presentaste a Andriy?
—Lo llamaron y tuvo que irse de inmediato —respondo, tomando la carpeta de la mesa y tendiéndosela a Evdokiya—. Andriy dejó el presupuesto.
—Bien, lo revisaré y luego te digo el resultado.
Se marcha del salón, y yo dejo escapar un suspiro de alivio. Paso el resto de la tarde limpiando mesas y llevando pedidos, y al final del día apenas puedo arrastrar los pies de regreso a casa. Me doy una ducha y me acomodo en la cama. De pronto suena el teléfono. En la pantalla aparece el nombre “Andriy Budservis”, y la sorpresa me llena el pecho. El corazón se encoge, como si ya supiera que voy a oír algo que me descolocará.
—¿Hola? —contesto, intentando sonar tranquila.
—Hola —su voz es serena, pero se percibe una tensión escondida—. Espero que no hayas tenido problemas con tu novio por mi culpa.
—No —mi voz suena más débil de lo que quisiera—. Bohdan es celoso, pero lo entiende.
—¿Y llevan mucho tiempo juntos?
—Unos tres meses. Ya sabes, todavía estamos en la fase de flores y chocolates —me quedo callada un segundo, intentando recordar la última vez que me regaló algo. No lo consigo y me muerdo el labio—. Nos estamos conociendo mejor.
Quizás Bohdan se ha molestado, porque no ha llamado ni respondido mis mensajes. Solo envió un escueto SMS diciendo que estaba ocupado. Me parece que sus celos son excesivos. La voz grave de Andriy corta mis pensamientos:
—Entonces todavía es pronto para hablar de boda, ¿no?
—¡Por supuesto! —río, sin poder evitarlo—. Ni siquiera he estado en su casa. Con tanto trabajo, casi no nos vemos.
Callo de repente, temiendo haber dicho demasiado. Es mi vida privada y quiero mantenerla en secreto. Pero él suena más animado:
—Tengo una noticia. Me invitaron a la inauguración de un nuevo supermercado. Habrá prensa, gente conocida, música, presentadores… en fin, un gran evento.
Sacudo la cabeza con resignación. Conozco esos “grandes eventos”: siempre traen problemas. Andriy guarda silencio y yo me doy vuelta en la cama. La impaciencia me corroe, hasta que no aguanto más.
—¿Y yo qué tengo que ver con eso? —trato de mantener la voz firme.
—Allí… —hace una pausa, como si buscara las palabras—. Allí estará Stas y su prometida.
Me quedo helada. Siento un escalofrío recorrerme la espalda. Stas. Mi pasado, del que tanto he intentado huir. Andriy sigue hablando:
—Él mismo me llamó. Dijo que nos espera a los dos en el evento. Dejó claro que quiere vernos juntos. Creo que tu ex duda de que tengamos una relación.
Aprieto el teléfono; la garganta se me seca.
—¿Juntos? —repito en un susurro, sin acabar de creerlo—. Quiere demostrar que está bien… que es feliz.
—Y comprobar si tú y yo somos realmente pareja —añade Andriy con tono seco.
Me incorporo en la cama, sobresaltada. No puedo presentarme en un evento público. Puede haber alguien que conozca a la verdadera dueña, y entonces mi mentira se derrumbará. Nego con la cabeza, asustada:
—No iré.
—¿Por qué no? Podemos ir juntos, como pareja. Serás mi acompañante —su voz suena sorprendida. No puedo decirle la verdad, así que improviso:
—No me apetece ver a Stas ni a su prometida. No tengo nada que demostrarle. Dile que estoy enferma.
—Si no vas, Stas ganará —responde con firmeza—. Le dolió saber que somos pareja. No me llamó en dos años, y hoy lo hizo para preguntar si era cierto. No podemos dejar que piense que te asustó. Tiene que arrepentirse de haberte perdido.