—No te preocupes —la mano de Andrés desciende por mi brazo y me aprieta suavemente los dedos—. Nadie miraba el vestido, todos estaban pendientes de ti. Con tu belleza eclipsaste a todos. De hecho, me alegra que haya ocurrido este pequeño percance. Tu ex no podía apartar los ojos de ti, parecía babear.
—No exageres —una oleada de vergüenza me recorre el cuerpo.
—No exagero. Stas vio lo que perdió… y yo lo que encontré. Cada vez que te pones nerviosa, te vuelves aún más hermosa.
Me mira directamente, y por un instante todo a nuestro alrededor se desvanece. La música del salón suena lejana, el tintinear de las copas se pierde tras las paredes… solo existen sus ojos. Siento cómo el corazón me late cada vez más rápido. Su mano roza mi mentón, lo levanta con suavidad, y nuestros labios se encuentran.
Me quedo inmóvil, sorprendida, asustada, pero en un segundo él me atrae con firmeza y el fuego que arde en mi vientre se esparce por todo mi cuerpo en mil chispas. No pienso, no razono, solo me dejo llevar por el deseo salvaje y respondo a su beso.
Sus labios se mueven despacio, con precisión, como si supiera exactamente cómo hacerme temblar. Mi corazón late con furia, y mis manos, traidoras, se alzan hasta su pecho. Siento el calor palpitando bajo mis palmas. Me gusta este beso.
Solo después de unos segundos me golpea la realidad. ¡Bogdán! Recuerdo a mi novio y me aparto bruscamente. Pero ya es demasiado tarde. Mis labios conocen el sabor de la tentación y piden más. Me llevo la mano a la boca. ¿Qué he hecho? ¿Acabo de convertirme en una traidora? Niego con la cabeza, desorientada:
—No deberíamos habernos besado. Tengo novio, y aunque ahora no estemos pasando por el mejor momento, aunque hayamos discutido, no tengo derecho a besar a otro.
—¿Han discutido? —en los ojos de Andrés brilla una chispa de curiosidad.
—Sí… bueno, no importa. No cambia nada.
Bajo la mano y me doy cuenta de que he dicho demasiado. No debería contarle nada de mi vida personal. Él sonríe apenas y acomoda la chaqueta sobre mis hombros.
—Mariana, tranquila. Ese beso no significa nada. Vi a Stas detrás de ti y decidí interpretar el papel del prometido enamorado hasta el final. En cuanto empezamos a besarnos, se fue. Si aún dudaba de que estuviéramos juntos, ahora ya no le queda ninguna duda.
Andrés da un paso atrás, y yo me siento una completa idiota. La decepción me oprime el pecho como un látigo. ¿Cómo pude pensar siquiera que le gustaba a este hombre tan perfecto? Mi salario mensual vale menos que sus zapatos nuevos. Inspiro hondo, intentando ocultar el nudo que me retuerce por dentro.
—Sí, claro —mi sonrisa se siente falsa—. Solo era parte del papel. Lo hiciste muy bien.
—Gracias, me esfuerzo —responde con naturalidad.
Quiero huir. De él, de mí, de esta noche. Pero mis piernas no me obedecen. Andrés me roza el codo con un gesto casual.
—Deberíamos volver. Matviy prometió un espectáculo impresionante.
—¿Y voy a volver con tu chaqueta? No le pega a la prometida de un empresario. Tal vez debería ponerme la mía, la dejé en el coche.
—De acuerdo, vayamos a buscarla.
Caminamos juntos por el estrecho pasillo, pero en mi cabeza solo existe nuestro beso… y el sabor dulce de sus labios. Siento el aroma de su perfume, el calor de su mano que apenas roza mis dedos, y todo eso me irrita, me duele. “Ese beso no significa nada”, repito mentalmente como un mantra. Pero lejos de aliviarme, me duele aún más.
Volvemos al salón. El ruido y la música nos envuelven como una ola. Andrés sonríe con esa elegancia impecable, saluda a alguien, y yo, a su lado, ajusto la chaqueta intentando ocultar el desgarrón del vestido. Siento que mi vida se ha convertido por completo en una obra de teatro… y ni siquiera sé si la directora soy yo o el destino.
Entonces la veo. Una mujer junto a la entrada, y el cuerpo se me cubre de escalofríos. Evdokía. La verdadera. Está hablando con un camarero, impecable en su vestido color champán, con esa postura segura que no podría confundir con la de nadie más. Nunca imaginé que aparecería aquí. El mundo se tambalea ante mis ojos.
—Te has puesto pálida —Andrés me mira preocupado—. ¿Estás bien?
—Hace calor… —fuerzo una sonrisa, pero la voz me tiembla—. ¿Salimos un momento al patio?