Una mentira para mi ex

28

Andrés solo deja escapar un leve resoplido, y de pronto el motor emite un sonido sordo, como si se ahogara. El coche da un par de sacudidas, avanza unos metros y se detiene en medio de la carretera, entre campos.

—¿Qué ha sido eso? —en mi voz hay más desesperación que curiosidad.
—No lo sé, pero no suena bien —Andrés intenta arrancar de nuevo, pero el motor se niega a responder. Abre la puerta, y la lluvia lo golpea al instante—. Quédate aquí.
—¿A dónde vas? ¡Está diluviando!
—Voy a revisar el motor.

Sale del coche y se inclina bajo el capó; los chorros de agua empapan su chaqueta. Su silueta, iluminada por la luz mortecina de los faros, parece extrañamente tranquila pese al caos que lo rodea. Al cabo de un minuto regresa, sacudiéndose las gotas del cabello.

—Listo. Parece que se quemó un fusible. No podremos seguir.
—¿Estás bromeando? —el pánico me invade. Estoy atrapada en medio de la nada con Andrés. Afuera hay oscuridad, lluvia y frío. Subo el cuello de mi chaqueta y me la ajusto mejor—. Estamos fuera de la ciudad, ni siquiera hay una cafetería donde refugiarnos.
—¿Y qué pasa? ¿Acaso los coches solo se averían dentro de la ciudad? —su tono lleva una chispa de ironía—. Al menos tenemos campo y una atmósfera romántica. —Al ver mi expresión escéptica, toma su teléfono—. Voy a intentar llamar a una grúa.

La conversación telefónica termina con un suspiro poco decoroso.

—Dicen que vendrán mañana. Hay inundaciones, la mitad de la carretera está cortada y hay atascos por todas partes.
—¿Mañana? —exclamo—. ¡No puede ser! Nos vamos a congelar aquí hasta el amanecer. Llamaré a Bogdán.

Saco mi móvil del bolso con decisión, confiando en que mi caballero vendrá a rescatarme. Claro que llevamos dos días sin hablar, pero ha sido por el trabajo… o eso quiero creer. Escucho los tonos más tiempo del que me gustaría. Por fin responde, y empiezo a hablar atropelladamente:

—Necesito tu ayuda. Estoy fuera de la ciudad, el coche se averió y la grúa solo llegará mañana. ¿Puedes venir a buscarme?

A través del silencio oigo música, risas y voces alegres. Cuando Bogdán habla, su tono me atraviesa como un cuchillo helado:

—¿De dónde has sacado un coche? ¿Con quién estás?

Me muerdo el labio, temiendo su reacción. Tomo aire y me lanzo, como quien salta al vacío:

—Con Andrés. Fuimos a ver…
—¡Basta! No quiero saber más. Quedamos en que no volverías a verlo.
—Sí, pero era un asunto de trabajo, no podía negarme. Fuimos a inspeccionar un local, empezó a llover y…
—No sigas —su voz destila irritación—. Mariana, no quiero escuchar más excusas. Ya tenía la sospecha de que entre ustedes algo no iba bien, y parece que no me equivoqué.

Oigo una voz femenina que pronuncia su nombre, apremiándolo. El estómago se me encoge. Aprieto el teléfono con fuerza.

—¿Dónde estás?
—Con unos amigos. No voy a dejarlos para ir a buscarte a ti y a tu “novio de mentira”. Rompiste nuestro acuerdo, y no quiero volver a verte.
—Bogdán, espera, no entiendes… —trato inútilmente de explicarme. Pero parece que ya lo ha decidido. Su voz retumba furiosa al otro lado:
—Sí que entiendo. Que tengas una buena noche. Y no vuelvas a llamarme. Lo nuestro se acabó.

El clic del final de la llamada resuena como un trueno. Me quedo mirando la pantalla negra unos segundos, intentando asimilar lo ocurrido. El corazón me late con fuerza, y una piedra invisible se posa sobre mi pecho. Andrés nota mi expresión.

—¿Te dijo que no?
—Bogdán acaba de dejarme —digo, sintiendo un nudo en el estómago—. Supongo que ya no tengo novio.

No entiendo del todo lo que siento. Dentro de mí hay un vacío, pero no duele. No es ese vacío que deja el amor verdadero, sino una sensación fría y extraña. Como si hubieran retirado una base en la que me apoyaba sin pensarlo. Quizá nunca amé a Bogdán. Salíamos juntos porque era cómodo, conocido, correcto. Todo eso me daba la ilusión de estabilidad, como si la vida tuviera un orden. Ahora solo siento vacío, pero no por perderlo, sino por darme cuenta de que, en realidad, no he perdido nada importante.

—Entonces, ¿oficialmente eres una mujer libre? —dice Andrés con una sonrisa que no alcanzo a descifrar.




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