Una mentira para mi ex

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Me gusta que Andrii no se deje manipular. Finjo un sollozo teatral e intento que las lágrimas asomen a mis ojos.

—¿Entonces no habrá nada de eso?

—Sí lo habrá, pero aún no te he hecho la propuesta. Quiero tomar esa decisión yo mismo, cuando esté preparado, no porque sea lo que “debo” hacer.

El silencio se adueña de la cocina. Su padre lleva la copa a los labios, su madre gira la cabeza hacia la ventana y frunce el ceño, y yo simplemente guardo silencio. Andrii acaba de marcar los límites con una claridad que me desarma: me ha definido como una novia temporal. Y eso no hace más que avivar la rabia en mi pecho. La tensión se rompe cuando Violeta Arkádievna dice:

—Bueno, quizá sea mejor que no os apresuréis. Al fin y al cabo, con una boda en la familia este año basta. El primo de Andrii se casa.

Al oír hablar del primo, Andrii se tensa y hace una mueca.

—¿Y eso qué tiene que ver? No pienso ir a esa boda.

—Deja de enfadarte —dice su padre, dejando la copa a un lado—. Ahora tienes a Mariana, una buena chica. Ya basta de lamentarte por lo que pasó. No era para ti. Si os invitan, iréis juntos.

Los Sokolovski hablan con enigmas, y yo intento descifrar de qué están hablando. Andrii se pasa una mano por el cabello con gesto nervioso, mientras yo aprieto la servilleta con tanta fuerza que los dedos se me ponen blancos. La tensión en el aire es más densa que la salsa que preparé con tanto esmero para la cena.

—No era para ti —repite el padre, lanzándole una mirada cargada de reproche—. Y mejor que todo terminara entonces, y no dentro de diez años.

La madre suspira, como si ya hubiera escuchado esas palabras demasiadas veces.

—Papá, no empieces —dice Andrii, apartando el plato con brusquedad—. Ya pasé página. No necesito a ese hermano.

—Pero sigue siendo familia —murmura Violeta Arkádievna, dando un sorbo a su vino.

Se me seca la boca. Todos callan, como si alguien hubiera apagado el sonido justo en el momento más interesante del episodio.

—Mamá, te lo pido —Andrii suena visiblemente irritado—, no saques ese tema.

—¿Y por qué no? —ella se encoge de hombros—. La chica tiene derecho a saber con quién vive.

Su mirada se clava en mí, y me quedo inmóvil. Por fin, explica:

—Andrii salía con Toña. Ella lo dejó y empezó a salir con Stas, el primo de Andrii. Por eso no se hablan desde hace casi dos años. Toña decidió que Stas era mejor partido.

Siento como si me echaran un cubo de agua helada. ¡No puede ser! Andrii me dijo que Stas era su compañero de universidad. Lo miro con reproche. Él permanece con los codos apoyados en la mesa, los labios apretados en una línea tensa, los ojos oscuros, llenos de rabia contenida. Ahora todo encaja: por qué aceptó tan fácilmente fingir ser mi prometido y seguirme el juego del restaurante. Me llevo la mano a la boca.

—¿Estamos hablando del mismo Stas? ¿Vitkovski? —pregunto sin pensarlo. Andrii asiente.

—No quería que te enteraras así.

La situación es tan absurda que me entra un ataque de risa nerviosa. Sus padres me miran sorprendidos, pero ya no me importa. Entiendo que para Andrii no soy solo una apuesta, sino también un instrumento de venganza. Tiro la servilleta sobre la mesa.

—Perfecto. Así que tu primo se casa con tu ex, y tú ahora vives conmigo, la ex de Stas. Una auténtica comedia familiar.

Violeta se incomoda, el padre tose, y Andrii me lanza una mirada llena de reproche.

—Solo es una coincidencia —dice ella con un suspiro—. No permitáis que el pasado arruine el futuro. Si estáis bien juntos, no merece la pena discutir por Stas ni por su prometida. Ellos ni siquiera os mencionan.

El resto de la cena transcurre en una tensión incómoda. En cuanto la puerta se cierra tras sus padres, no me contengo más y empujo a Andrii en el pecho.

—¿Te parecía un juego divertido? ¡Me usaste como arma contra tu primo! ¿Tanto te dolió lo de Toña como para montar este circo?

Me tiemblan las manos, pero mantengo la mirada fija en él.

—¿Toña? ¿De verdad crees que esto es por ella? —Andrii da un paso hacia mí, y esa corta distancia quema el aire entre los dos.

—Ahora entiendo por qué aceptaste ayudarme tan fácil. Tiene todo el sentido. Bien, los dos mentimos, pero ¿por qué convertir una farsa en algo real? ¿Por qué jugar con mis sentimientos?

Las lágrimas me nublan los ojos y no me molesto en esconderlas. Andrii aprieta los puños; los músculos de sus brazos se tensan.

—No reduzcas todo a una venganza barata, Mariana. ¿Crees que soy un adolescente despechado? Sí, Stas y yo no hablamos desde hace casi dos años, y sí, fue por Toña. Ella eligió el dinero antes que a mí. En aquel entonces no era el hombre que soy ahora. Y, para que lo sepas, no tenía previsto enamorarme de ti.

Sus palabras, dichas con una sinceridad feroz, me dejan sin aire. Siento como si me hubieran golpeado en el pecho. No sé si creerle o no. Aprieto los labios y lo miro con reproche.

—Rechazaste casarte conmigo, y ahora entiendo por qué.

—No lo rechacé —responde con calma—. Solo dije que aún no es el momento. Mariana, no soy un chiquillo que se deja llevar por las hormonas. Sí, te amo, pero eso no basta para casarse. Te mudaste de repente, invitaste a mis padres y ahora exiges matrimonio. Pero apenas nos conocemos lo suficiente para dar un paso así.




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