Una mentira para mi ex

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Julia se queda inmóvil, mirándome como si acabara de proponerle incendiar el restaurante. Levanta las cejas, incrédula:

—¿Hablas en serio? ¿A la Baronesa? No es solo una gata, es una unidad de combate. Odia a los hombres, las aspiradoras, las bolsas, el timbre y cualquier intento de acariciarla. No sobrevivirás.

—¡Eso es justo lo que necesito! Que arañe a Andrés, que derrame la primera sangre y te la devuelvo. Le diré que lo hago por su seguridad.

En mi cabeza empieza a tomar forma un pequeño plan de venganza. Esa gata se vengará por mí y por toda la mitad femenina de la humanidad. Julia cruza los brazos, escéptica.

—¿Y si te muerde a ti? La última vez saliste de mi casa con la mano arañada, ¿ya lo olvidaste?

—Por favor, Julia —doy un paso hacia ella y le tomo la manga—. Solo por un día. Te prometo que la alimentaré, no la tocaré, no la miraré a los ojos, y si hace falta, firmo una renuncia de responsabilidad en caso de pérdida de sangre.

—Mariana, ¿eres consciente de que me estás pidiendo que te preste a la Baronesa? ¿La misma que acorraló al veterinario en un armario y le mordió los guantes tres veces?

—No puede ser tan terrible —intento sonar segura, aunque mi voz traiciona cierta duda—. A ti no te muerde.

—Porque yo la alimento, y soy la única persona a la que no muerde. Mariana, hablo en serio: ¡es Satanás con pelo! —Julia se persigna teatralmente—. ¡Muerde incluso el timbre de la puerta!

Creo que exagera. Es solo un animal, una gata. Peluda, siamesa, de pelo corto, con patitas y orejas negras. Me acerco al mostrador y apoyo las manos sobre él.

—Perfecta. Que muerda a Andrés. Julia, por favor. Lo necesito. Es solo una pequeña demostración.

—¿Demostración de qué? —entrecierra los ojos con sospecha.

—De mi honestidad y mi sentido de responsabilidad con los animales —improviso sin pensar.

Julia estalla en carcajadas, llamando la atención de las camareras.

—Después de la Baronesa tendrás que ir al hospital con las manos vendadas.

—No yo, sino Andrés. Ni siquiera me acercaré a ella.

Suspira, aprieta los labios y al fin dice:

—Está bien. Pero si te muerde, no es mi culpa. No la acaricies sin permiso, no la mires a los ojos y, sobre todo, no intentes cogerla.

—Perfecto —mi estómago se encoge de nervios—. Prometo tratarla como si fuera dinamita.

—Correcto, porque lo es. Solo que peluda. Después del trabajo pasamos por mi casa a recogerla.

—¡Gracias, Julia!

Paso todo el día corriendo con bandejas y ganando buenas propinas. Andrés llama varias veces, ofrece venir a buscarme, pero le digo que voy a visitar a una amiga. Tras el turno, vamos a casa de Julia. La gata está recostada en su camita, mirándome como si yo le debiera dinero.

—Hay que darle de comer —dice Julia mientras llena un cuenco.

La gata se estira con pereza y baja del cojín. Camina despacio hasta la comida. Julia saca de algún lado un enorme transportín negro. Cuando la gata termina de comer, la coloca dentro.

—Llévatela, pero con cuidado.

Desde adentro se oye un bufido grave, como si dentro hubiera un tigre en miniatura.

—Es muy mona —digo en voz alta, esperando que la gata me escuche.

—Sí, hasta que huele sangre —sonríe Julia con malicia—. Llévatela antes de que me arrepienta.

Sostengo el transportín con los brazos extendidos, como si fuera una granada sin seguro. La Baronesa suelta un “mrrr” de desagrado, y me parece que ya planea dónde dejará sus marcas en mi piel.

Abro la puerta del piso de Andrés y entro en silencio. La Baronesa, dentro del transportín, parece enfadada con el mundo entero.

—Compórtate, por favor —susurro—. Tiene que creer que llevamos años viviendo juntas en perfecta armonía.

En el apartamento huele a café y limpieza. Andrés está en la cocina, con la camisa arremangada y una taza en la mano. Mira el transportín, se acerca y me besa en los labios como si me hubiera echado de menos toda la vida. Me derrito con su contacto, y ni noto cuándo se me cae la bolsa con la arena, el comedero y el pienso. Andrés se agacha junto al transportín.

—Así que no has venido sola —dice con curiosidad—. ¿Quién tenemos aquí?

—Te presento a la Baronesa —digo con orgullo, abriendo la puerta.

La gata sale despacio, observando el lugar como si fuera su reino. Andrés sonríe, se agacha y alarga la mano. Me tenso, esperando el ataque.

—Hola, preciosidad. A partir de hoy viviremos juntos.




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