En mi primer año de universidad, no me relacionaba mucho con mis compañeros de clase. Siempre se me dio algo mal hacer amigos, cuando estaba en el instituto apenas hablaba con nadie. Solo de pensar en tener que iniciar una conversación con alguien, mis nervios se descontrolaban y empezaba a pasarlo realmente mal. Por suerte, había encontrado un lugar donde me sentía a salvo: la biblioteca. Para ser una universidad pública, su biblioteca era impresionante; espaciosa y con toda variedad de ficciones, enciclopedias y ensayos.
Los libros siempre habían sido mi lugar seguro y lo continuaban siendo. Era la única emoción que recibía en mi aburrido día a día. Sin embargo, todo se volvió mucho más interesante en un mes de marzo.
Fue un libro que se llamaba “Nieve en otoño” el que escogí en aquella ocasión. Sonaba tan melancólico. Cuando lo abrí, encontré un papel doblado. Era una especie de carta.
«A mi querida Clara:
Encontré tu libro favorito estas Navidades. Por favor, léelo si tienes tiempo.
Si recordaras sólo un poco de aquel tiempo, sería muy feliz… Porque yo aún no me he rendido. Sigo pensando en ti cada día.
Cambié de número, pero aquí te lo dejo para que sea más fácil que habláramos. Estaré esperando tu mensaje.
623xxxxxx
Ian.»
Ian... Me preguntaba quién sería. Tenía mucha curiosidad por saber quién parecía anhelar tanto a alguien. Agregué su teléfono en mi agenda, solo quería ver la foto que tenía en el chat, ponerle cara.
En aquel momento todo se paralizó. Ese cabello rubio, esos ojos avellana... Resultaba que sabía bien quien era Ian. Estudió en el mismo instituto que yo y se metió conmigo del mismo modo que lo hicieron el resto de compañeros. Esos años horribles en los que yo me avergonzaba de mi cuerpo, de mi existencia, mientras él y los demás salían con chicos y chicas, vivían sus romances apasionados y se divertían.
Agarré su carta y me la guardé.
No quería que él obtuviera ningún tipo de respuesta.