Una mentira piadosa

Capítulo 04: El arcoíris

A los pocos días, hubo muchos rumores por el campus. Al parecer las chicas estaban descontentas porque Ian ya no quería salir a divertirse. Nadie sabía qué le pasaba, pues él era alguien cuyo lema era la fiesta y probar nuevas mieles. Mientras todo el mundo se armaba un sinfín de teorías, yo estaba segura de conocer el motivo. C

La bola se hacía cada vez más grande, al igual que la sensación de culpa. Ya no me veía capaz de decirle la verdad, no podría soportar su cara de decepción.

Caminaba por los pasillos cuando recibí su mensaje del día.

Clara, ¿has visto esto? ¡Es precioso! Cuando miré al cielo lo encontré involuntariamente. Aunque está soleado, ¿no es sorprendente? Tú me dijiste que si hay un arcoíris quiere decir que va a llover.

Adjunto a aquel mensaje había una bonita foto del cielo, que era decorado por un espléndido arcoíris.

Después, vino otro.

Realmente quiero quedar contigo.

Me asomé por una de las ventanas y pude verlo en el jardín, estirándose con los brazos extendidos y una expresión de felicidad en el rostro. Y entonces me di cuenta, de que mis excusas de no querer hacerle daño eran mentira.

Lo que no quería era que él me odiara.

Por favor, espera un poco más.

 

*

 

—¡Andrea! —llamó la voz de Ian, que estaba a la salida de la biblioteca.

Me acerqué a él. Me gustaba verle.

—¿Has esperado a que terminara mi turno?

Parecía muy emocionado, como un niño pequeño al que le dicen que le van a llevar al parque de atracciones.

—¡¿Sabes qué?! Hoy le he dicho que quería quedar con ella.

Tragué saliva.

—¿Ah, sí? —Fingí no saber nada.

Se metió en la mano en el bolsillo y sacó su móvil y me mostró la pantalla para que pudiera ver el último mensaje que Clara le había mandado.

Es decir, yo.

Permanecí unos instantes en silencio, pensando en qué decir. Debía ser sincera, aunque me odiara.

Apreté los puños y en aquel momento, levanté la cabeza y le dediqué la sonrisa más hipócrita que había esbozado en mi vida.

—¡Qué bueno, Ian!

 Definitivamente, yo, Andrea Rech, era la peor persona de todo el campus.

Su brazo rodeó mi hombro y me aproximó a él.

—Todo gracias a ti. Eres una buena amiga.

El dolor cada vez era más fuerte.

Cuando me separé de él, hablé.

—¿Tienes algo que hacer este sábado?

—Estoy libre —respondió aun albergando aquella euforia—. ¿Qué sucede? ¿Esta vez hablaremos de tu mal de amores?

Suspiré abatida.

—Sí, algo así.

Sabía que estaba siendo egoísta, que estaba siendo injusta con él, pero era algo inevitable. Trataba de convencerme pensando en lo malo que fue conmigo, pero era inútil.

Tan solo quería ver su sonrisa un poco más.

 




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