Una mentira piadosa

Capítulo 05: Un picnic de mentira

El sábado fuimos a comer a la orilla del lago, situado a una hora en autobús. Había preparado comida que había guardado en fiambreras, junto a algunos sándwiches. Llevé hasta una toalla para sentarnos sobre ella.

—¿Sabes? Nunca había ido de picnic —comentó.

Claro, no debía de ser el tipo de plan que hiciera con sus ligues.

—Siempre hay una primera vez para todo.

—Gracias por la comida, tiene buena pinta.

—Buen provecho.

Me quedé ensimismada mirándole comer y agradecí a los astros que estuviera de buen humor. Nuestras miradas se cruzaron y sin querer me ruboricé. Él me observaba fijamente.

—¿Q-Qué? —inquirí con la boca llena, avergonzada.

—No, nada. Pensaba en cómo debía ser la persona que te gusta.

Mi corazón dio un vuelco y sentí pena de mí misma. Me entristecí al darme cuenta de lo que pasaba.

—Es extraño —comencé a decir sin mirarle—. Al principio, era alguien a quien no podía soportar. De hecho lo odiaba, siempre me había parecido que jugaba demasiado con las chicas y mucha gente me había hablado muy mal de él. Incluso... —aquello era lo más difícil, pero logré continuar—, incluso sabía que no fue buena persona antes, porque se metía con algunas personas.

—Ugh, ¿cómo te puede gustar alguien así?

Posé mis ojos chocolate en los de él.

—¡Porque estoy segura de que ya no es esa clase de persona! Pasó algo y me fijé en que era distinto y entonces, cuando me quise dar cuenta pensé “me gusta esta persona”.

Él parecía escucharme con suma atención, como si cada palabra que le dijera fuera algo que atesorar.

—Ya veo. En mi caso fue amor a primera vista. Creo que me hechizó. Posiblemente Clara sea una bruja que usa sus poderes para conquistar a los hombres.

Me pareció un comentario tan bobo, que comencé a reír.Hasta aquel momento no había sido capaz de reír abiertamente delante de él. Me daba igual si tenía la boca llena de sándwich, en aquel momento me sentía en calma.

—¡Tienes razón! —exclamé—. Las personas que nos gustan hicieron magia con nosotros.

Me observó fijamente, de un modo solemne, y yo sentí que sus ojos oscuros atravesaban cada rincón de mi cuerpo como pequeñas agujas envenenadas. Había algo extraño en su mirada, pero no conseguí discernir el qué. Me agarró de la mano con firmeza y se acercó un poco a mí.

—Eh, dime quién es la persona que te gusta.

Aquella pregunta fue tan repentina que mis pómulos adquirieron un tono enrojecido, notaba el sofoco en mi cara y en mis orejas.

Pareció percatarse de lo incómoda que me dejó su curiosidad.

—Vale, tranquila. No hace falta que me lo digas si no quieres —dijo soltando mi mano—. Estoy seguro de que sea quien sea, es afortunado y no lo sabe.

Esa amabilidad... Esa amabilidad me encantaba y me asfixiaba a partes iguales.

—Exageras —respondí.

Terminamos de comer, hablando de cosas banales.

—Volvamos a la ciudad. Te voy a invitar a unas cervezas a cambio de la comida; o lo que quieras. —Guiñó un ojo—. Conozco un sitio muy guay.

Cuando estuvimos casi en la fachada del bar, Ian se detuvo en seco. Tenía la cara desencajada, con una expresión que rondaba entre la sorpresa y el horror. Sus ojos estaban cargados de dolor. Seguí la dirección de su mirada, para saber qué era lo que había visto que le había provocado tanta sorpresa. Al descubrirlo, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Había una joven de cabellos largos y dorados besándose con fervor con un chico que parecía de su edad o quizás un poco mayor que ella. No tuve que ser adivina para darme cuenta de que se trataba de Clara.

—Así que ella… tiene novio —murmuró dolido.

Cuando quise darme cuenta, mis lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, decorando mi cara de un modo amargo. Tapé mi rostro con mis manos, me avergonzaba que me viera llorar. Me sentía culpable de su desilusión, yo le di las alas que ahora han ardido en llamas. Sentía como me miraba desconcertado y con pena. Pronto noté como unos cálidos brazos me envolvían y me estrechaban contra su pecho.

—¿Por qué eres tú la que está llorando? —Su voz delataba su pesar.

No dije nada.

Bebimos las cervezas en silencio. Quería animarle, me hubiera gustado hacerlo, pero me sentía un ser miserable.

Jamás debí haberle engañado.

—Voy al baño —dije ausentándome por unos instantes.

Me mojé la cara con agua fría para intentar despejar mis ideas y me miré fijamente en el espejo repitiéndome una y otra vez que debía salir por la puerta, mirarle a los ojos y decirle la verdad.

Había llegado demasiado lejos.

Al volver, entreabrí la boca para comenzar a hablar, pero me callé al ver que tenía mi teléfono en la mano y me miraba con cierto rencor.

En mi ausencia, escribió un mensaje a Clara.

No te escribiré más. Espero que seas feliz con él.

—¿Qué significa esto? —preguntó tajante.

—Te lo iba a contar todo ahora —me apresuré a decir.

Se llevó la mano a la cabeza para que ésta se apoyara sobre ella. Lo había roto por completo.

—¿Has estado jugando conmigo? —Tras decir aquello, se levantó y me dio la espalda, para irse—.  Espero que te hayas divertido, no quiero volver sa saber nada de ti —espetó con crueldad.

Cuando dijo aquello, todo mi mundo se detuvo.

Aún así, fui tras él y cuando cruzó el umbral de la puerta, le llamé.

—¡Espera, Ian! —No respondió—. Estás equivocado, no me he reído de ti en ningún momento —continuaba avanzando. Tragué saliva y me armé de valor—. ¡Ian, eres tú! Eres la persona que me gusta… —mi tono de voz se fue quebrando conforme fui pronunciando aquella oración—. Por favor... escucha lo que tengo que decirte.

Tras unos segundos que se me antojaron eternos, respondió.

—Está bien, pero hablemos en mi apartamento. Me siento ridículo aquí en la calle.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.