Llegamos a su apartamento cuando estaba anocheciendo. Era muy pequeño, de estudiante que vivía solo y lo tenía todo compactado en pocos metros. El sofá era sofá-cama.
En ese momento, me pregunté si había sido buena idea ir.
De repente, me empujó sobre el sofá y se colocó lentamente sobre mí. Mis pulsaciones se dispararon y mis emociones se mezclaron. Miedo, deseo y culpa, todas ellas martilleando mi mente.
—Ian... —musité.
—¿Qué? —respondió secamente.
Agarró mis manos, en un afán de entrelazarlas con las mías, pero mis palmas seguían abiertas. Sentí su aliento en mi cuello cuando hundió su rostro en él y como sus labios se paseaban con suavidad.
—Era esto lo que querías, ¿no? —Su tono de voz sonaba tan cruel.
Lo quería. Sí, pero no así. Sin embargo, era tan grande la culpa que sentía, que llevaba sintiendo realmente todo aquel tiempo que empezamos a hablar, que era un monstruo que me estaba devorando. Tanto era así, que creía merecer cualquier cosa que me pasara.
Continuaba besando mi cuello mientras mis nervios entorpecían mi respiración. En aquel momento, se separó un poco para verme la cara.
—¿No vas a decir nada?
Al oír aquello, no pude soportarlo más. Comencé a llorar desesperadamente, como si estuviera limpiando mi alma. Tenía la punta de mi nariz roja por el llanto y sentía que de un momento a otro me iba a ahogar entre mis propias lágrimas.
—¡Lo siento! —proferí entre sollozos—. Siento haberte mentido. Cuando encontré tu nota pensé en todas las veces que te burlaste de mí, que te reíste con tus amigos... Quería molestarte un poco, por eso la tiré.
La imagen de Ian cambió radicalmente, en aquel momento se podía leer en él también la culpa. Se sentó al borde del sofá y yo me erguí lentamente a su lado.
—¿Por eso me mandaste ese mensaje?
—No, eso lo hice porque te vi desanimado y...
—Entonces... Fue por pena —se rio de forma triste—. Te di pena. Soy penoso. Espero que hayas disfrutado de tu pequeña venganza.
Aun con mi rostro surcado en lágrimas me atreví a acariciar su semblante con la mano.
—Tenía mucho miedo de herirte, por eso acabé llevando la mentira tan lejos—expliqué con la voz rota. Y antes de darme cuenta me había enamorado de esa parte de ti.
—Y aun así, acabaste hiriéndome de todos modos.
Aquello resonó en mis oídos. Fue como un cubo de ácido.
—Lo siento, de verdad que antes de poder darme cuenta ya me había enamorado del Ian que suspiraba por esa chica.
Ambos permanecimos en silencio largo rato, mirándonos fijamente.
—Por favor, Andrea... márchate.