Una Mujer Muy Especial.

Capítulo 1

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Elliot estacionó su auto junto a la acera, a la sombra de un viejo almendro y miró la calle con nostalgia. Un par de metros más adelante estaba la casa de su amigo Héctor, a quien tenía varios años de no ver.  

Apagó el motor del auto y soltó un suspiro recordando, con sentimientos encontrados, su época universitaria. Héctor había sido un buen amigo, y la casa de él un refugio de paz ante el caos que se vivía en su propia casa. Los padres de su amigo eran cálidos y amables, siempre lo recibían como si fuera de la familia y nunca faltaba un plato de comida para él, se había sentido tan a gusto en esa casa que incluso llegaba sin invitación. Esbozó una sonrisa al recordar a la hermanita de Héctor, en aquel entonces una preadolescente que solía mirar a Elliot con adoración, aunque era increíblemente tímida. Él había notado en ese entonces el enamoramiento infantil y le gustaba hacerle a la pequeña algunas sutiles bromas, que la hacían sonrojarse totalmente y salir huyendo a encerrarse a su habitación, haciendo reír a todos, hasta que él se despedía de la familia y se retiraba. La broma que más hacía era la de “Algún día crecerás y te vas a casar conmigo, mientras no, eres demasiado pequeña”. 

La sonrisa se borró de su rostro al continuar con sus recuerdos; se había graduado y, en su afán por huir de su familia, se había ido a otra ciudad a ejercer su carrera de Contador. Sus propios padres eran seres espantosos: Fríos, calculadores, egoístas y absolutamente superficiales, más interesados en las apariencias ante los extraños, que en las personas que los rodeaban y a quien se supone que deberían amar y apoyar. Como la pobre Karina, su hermana pequeña, pensó con amargura. 

Un suspiro salió de su pecho al pensar en Karina y lo miserable que había sido al quedarse a merced de su madre mientras él escapaba. La joven se había enamorado de Julio, un antiguo empleado de la familia, a quien Esther, su madre, se había encargado de separar de su hija, por considerarlo alguien de inferior posición social, inadecuado para ella, y Karina se había convertido en una madre soltera, dado que ocultó su embarazo lo más que pudo, sin apoyo de ningún tipo, encerrada en esas casa oscura y fría, cuidando a su pequeño hijo Ismael y tolerando los reproches y malos tratos de Esther. Julio, según se había enterado luego, había viajado a los Estados Unidos, de manera ilegal, tratando de conseguir dinero para poder ofrecerle algo a Karina y había muerto allá, sin saber siquiera que iba a ser padre. 

Ahora, su propio padre había fallecido hacía apenas un mes, de un infarto y Elliot se vio obligado a regresar para hacerse cargo de los negocios familiares e intentar, en la medida de lo posible, apoyar a su hermana y tratar de darle a ella y a su sobrino algo de la alegría y estabilidad que jamás habían recibido. 

Con pesar bajó del auto y se encaminó hacia la casa de su amigo. No le había avisado a nadie de su regreso y ansiaba verlo y ponerse al corriente con sus vidas. Mientras se acercaba a la casa, escuchó que de ella salía música a un volumen no tan alto, pero sí audible desde el exterior. Era una canción de salsa, bastante movida y alegre. Con extrañeza se acercó y encontró la puerta abierta de par en par, como aún se acostumbraba a hacerse en esa ciudad en algunos barrios tranquilos. La sorpresa se dibujó momentáneamente en su rostro y contempló a una joven bastante guapa, a media sala, bailando alegremente, moviéndose por todos lados mientras, con la escoba en la mano, barría la habitación. 

La miró con curiosidad y admiración, permaneciendo en silencio, era menuda, delgada pero bien formada, con curvas definidas y largas y tonificadas piernas que se mostraban generosamente gracias a un corto pantaloncillo de mezclilla. Tenía su cabello largo y algo rizado y un rostro encantador que sonreía sin restricciones mientras cantaba y bailaba moviendo sus caderas sugestivamente al ritmo de la música. ¿Quién era esa belleza? Se preguntó intrigado. Preocupado al darse cuenta de que quizá Héctor y su familia ya no vivían en esa casa miró la habitación y suspiró aliviado al ver las fotografías familiares en la pared. 

Un grito lo sacó de sus cavilaciones y giró asombrado y preocupado a mirar a la joven, que lo miraba asustada, sujetando la escoba fuertemente en forma amenazante. 

— ¿Qué demonios...? — Exclamó ella, llevándose la mano hacia el pecho. — ¡Qué susto me diste! 

— Lo siento mucho, no fue la intención. — Respondió él algo apenado. — Busco a Héctor. ¿Se encuentra aquí? 

— Sí, pasa. — Dijo ella con una sonrisa luego giró levemente la cabeza. — ¡Alexa cállate! 

La música se detuvo de inmediato y ella se dirigió hacia la cocina. 

— Pasa, Elliot. — Le indicó con un gesto, sorprendiéndolo. — Héctor está en la cocina. 

— ¿Me conoces? — Preguntó él, verdaderamente intrigado. 

La joven sonrió ampliamente. 

— ¡Por supuesto! — Dijo soltando una breve carcajada. — ¿Cómo olvidar a mi prometido, el hombre que juró que se casaría conmigo cuando yo fuera mayor? 

— ¿Natalia? — Preguntó él abriendo mucho los ojos. — ¡Santo Dios! ¿De verdad eres Natalia? 

— La misma que viste y calza. — Asintió ella, algo divertida. 

— ¡No lo puedo creer! — Respondió él acercándose a la joven, con los ojos muy abiertos. — ¡Estás preciosa! ¿Cuándo diablos creciste tanto? 




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