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Elliot estacionó el auto bajo un árbol y se giró a ver a su hermana, esta lucía bastante nerviosa, así que le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
— No sé por qué no te traje antes a conocerlos. — Le dijo con cariño. — Créeme que son maravillosos, te van a hacer sentir como parte de su familia.
Ella asintió sin decir nada y se giró a mirar a su pequeño hijo Ismael, quien estaba sentado en silencio, en la parte de atrás del auto, mirando todo con curiosidad a través de la ventanilla.
— Vamos de una vez. — Dijo Elliot bajando del auto, para abrir la puerta de atrás y sacar a su sobrino.
Karina lo siguió aún preocupada, pero no dijo nada. Elliot tomó en brazos a su sobrino y se acercó a su hermana, pasó su brazo por los hombros de ella y la dirigió a una casa que permanecía con la puerta abierta.
— ¡Buenos días! — Saludó. — ¿Es muy temprano para venir a dar lata?
— ¡Mi prometido! — Exclamó Natalia, saliendo de la cocina. —¿Ya vienes a fijar la fecha de la boda?
Elliot soltó una carcajada y su hermana los miró con los ojos muy abiertos, conteniendo la respiración, sin atreverse a decir nada.
Natalia lo notó y se acercó a ella sonriendo.
— Es broma, no te asustes, entre Elliot y yo no hay absolutamente nada, es una broma de cuando yo era niña. — Le dijo levantando la mano y acariciando la mejilla del pequeño. — ¿Y este hombrecito tan increíblemente guapo quién es?
El niño, tímidamente, ocultó su rostro en el hombro de su tío, quien sonrió comprensivo.
— Es mi sobrino Ismael, y ella es mi hermana Karina.
— ¡Hola Karina! — Natalia se acercó a ella y la besó en la mejilla. — Bienvenida, es un gustazo poder conocerte por fin.
— Gracias. — Respondió ella un tanto cohibida.
— Pasen, vengan a ver a la familia, estamos en el patio cosechando nanches.
— ¿Tienen árbol de nanches? — Preguntó Elliot, sorprendido.
— Papá sembró uno, hace un par de años y también hay de mandarinas, de mango, de guanábana y de limón. Y mamá tiene una pequeña huerta con tomates, chiles, y montonales de hierbas de olor y sus rosales, por supuesto, le encantan las plantas. — Respondió ella, guiándolos a la cocina por donde salieron a un gran patio trasero, lleno de verdor con plantas y árboles por todos lados.
— Buenos días, familia. — Saludó Elliot, acercándose a los papás de Natalia, llevando de los hombros a su hermana. — Ella es mi hermana Karina y este es mi sobrino Ismael.
— ¡Por fin tengo el gusto de conocerte! — Exclamó doña Fernanda, abrazando cálidamente a la apenada joven. — ¡Qué bueno que Elliot se animó a traerte!
Don Miguel se acercó tranquilamente a Elliot y miró al niño con una sonrisa.
— ¿Conoces los nanches? — Le preguntó al chiquillo.
Este asintió en silencio, y escondió su rostro en el cuello de su tío.
— Tenemos un árbol. — Continuó el hombre. — ¿Nos ayudas a recogerlos? ¡Tenemos muchos!
El niño, tímidamente, levantó el rostro y miró a su alrededor.
El hombre lo tomó en brazos y lo acercó a un árbol.
— Mira el suelo. — Le señaló agachándose junto a él. — Los que ya están maduros y se puede comer, se caen solitos del árbol y nosotros tenemos que recogerlos para luego lavarlos. ¿Te doy una bolsa y me ayudas?
Karina, emocionada, miraba cómo su hijo era bien recibido por la familia y el señor le enseñaba a cosechar.
— Hay cerveza. ¿Quieres una? — Le dijo Héctor a su amigo.
— Te la acepto. — Asintió este y se dirigieron a la cocina.
— ¿También quieres una cerveza? — Le preguntó la señora a Karina. — ¿O prefieres un refresco?
— Mejor el refresco, por favor. — Dijo ella con timidez. — Nunca he probado la cerveza.
— Ven, vamos a la cocina. — Dijo Natalia tomándola del brazo. — Dejemos que los hombres terminen de cosechar.
Se cruzaron con los que iban de regreso al patio con las cervezas en la mano y ellas entraron a la casa. Fernanda hizo que Karina se sentara mientras Natalia corría a su habitación a buscar su estuche de maquillaje. Regresó a la cocina y se sentó ante la mesa.
— Discúlpame si me maquillo aquí frente a ti. — Dijo abriendo el estuche y empezando a sacar sus cosas. — Van a pasar por mí, así que me arreglo mientras platicamos. ¿Te parece?
— ¿Vas a salir? — Preguntó su mamá, sentándose también en la mesa luego de servir tres vasos de agua de jamaica.
— Sí, voy con Adal al museo del pirata. — Explicó la joven mientras se aplicaba sombra en los párpados, ante la atenta mirada de Karina.
— ¿Hay museo del pirata? — Preguntó la señora Fernanda con curiosidad.
— Está en Boca del Río. — Asintió Natalia mientras se aplicaba máscara de pestañas. — Dicen que está muy bien, muy divertido. Vamos a llevar a Karen a que pase un buen rato.