Una Mujer Muy Especial.

Capítulo 4

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Natalia y Adalberto se carcajeaban divertidísimos, vestidos como piratas, corriendo alrededor de la planta baja del museo moviéndose muy al famoso estilo del personaje de Jack Sparrow, perseguidos por los niños quienes también portaban sombreros y espadas de madera. 

— Esa muchacha es maravillosa. — Dijo Karina soltando un suspiro, mientras los miraba con una sonrisa en los labios. —  ¿Por qué nunca me habías hablado de ella? 

Elliot negó algo apenado. 

— Porque, si te soy honesto, no me acordaba de Natalia. — Dijo encogiéndose de hombros. — Cuando la dejé de ver, era sólo una niña, casi adolescente, y realmente no conviví gran cosa con ella. 

— Se ve muy jovencita. — Asintió Karina. — Pero, al mismo tiempo, la siento muy madura y muy segura de sí misma. 

— Debe tener unos dieciocho o diecinueve años. — Dijo Elliot con el ceño fruncido. — Pero sí, lo poco que la he tratado ahora, se ve muy centrada. 

— Fueron muy amables conmigo al enseñarme a maquillar. — Musitó Karina, sonrojándose.  

— Prometo llevarte a comprarte ropa, maquillaje y todo lo que necesites. — Dijo él, abrazándola y dándole un beso en la mejilla. Luego sonrió y observó a Natalia y su amigo regresar hacia ellos corriendo junto con los niños. — ¿Ya te fijaste bien cómo hay que hacerlo? 

— ¿Cómo hay que hacer qué cosa? — Preguntó su hermana con curiosidad, intrigada por el cambio de tema. 

— La espalda va muy recta, echada hacia atrás. — Dijo él señalando a los otros. — Hay que levantar mucho las rodillas en cada paso y, lo más importante, creo yo, es el movimiento de los brazos. ¿Lista? 

— ¿Quieres que haga eso? — Preguntó ella con los ojos muy abiertos. 

— Vamos a hacerlo los dos. — Indicó él, levantando las manos con las palmas hacia abajo. — A la cuenta de tres... 

— ¡Elliot! ¿Estás loco? 

— ¡Tres! — Gritó él empezando a correr. 

Karina lo miró con los ojos muy abiertos, ruborizándose totalmente. Luego de un instante, se encogió de hombros y, aguantándose la vergüenza, empezó a correr detrás de él tratando de imitar sus movimientos. Natalia y Adalberto, al verla, la vitorearon y se colocaron junto a ella para correr a su lado haciéndola carcajearse mientras los niños lanzaban gritos divertidos siguiéndolos. 

Dieron una vuelta más alrededor de la planta baja del museo y luego, muertos de risa, esperaron a que Natalia y Adalberto se quitaran los disfraces para seguir recorriendo el local todos juntos. 

— Nunca me imaginé algo así. — Dijo Elliot con satisfacción, cuando salían del museo, luego de un par de horas. — En verdad que está interesantísimo, hay muchas cosas de la historia de Veracruz que no sabía. 

— Me gustó mucho. — Admitió Karina en voz baja, algo apenada. 

— Yo también me divertí mucho. — Afirmó Natalia con una gran sonrisa, llevando de la mano a Karen. — Está genial este lugar. ¡Gracias por invitarme, Adal! 

Este sonrió divertido. 

— Me la pasé muy bien. — Asintió. 

Elliot se giró hacia ellos. 

— ¿No tienen hambre? — Dijo pasando un brazo sobre los hombros de su hermana. — ¿Por qué no aprovechamos que estamos en Boca del Río y vamos a comer mariscos en algún restaurant del malecón? 

— Me van a disculpar. — Negó Adalberto algo apenado. — Pero no traigo suficiente dinero para pagar algo así. Ser papá soltero me obliga a ahorrar hasta el último centavo. 

— Yo no tengo hijos, pero tampoco tengo dinero para eso. — Dijo Natalia encogiéndose de hombros. 

Elliot nada más sonrió y desactivó las alarmas del auto. Todos subieron conversando y él condujo hacia el centro de la ciudad. 

— ¿A dónde vamos? — Preguntó Natalia, con curiosidad, mientras los demás observaban sin decir nada. 

— A comer mariscos, yo invito. — Dijo Elliot encogiéndose de hombros. — Esta es la primera vez que mi hermana y mi sobrino salen a pasear y tengo la intención de hacer que su día sea absolutamente memorable. Así que les agradeceré con el alma si me siguen ayudando a que sea así. 

Natalia, comprendiendo la situación, asintió con una sonrisa. 

— Oigan, pero... — Intentó hablar Adalberto. 

Natalia puso su mano sobre el brazo de él. 

— Vamos. — Le dijo en voz baja. — Créeme que vale la pena aguantarnos el orgullo por esta causa. 

— Elliot... — Musitó Karina, tratando de contener las lágrimas. — Gracias. 

Él sonrió y estiró su mano para tomar la de la joven, la apretó brevemente y luego volvió a tomar el volante. 

— Te debo mucho, mucho. — Dijo en voz baja. — Déjame tratar de compensarte todos estos años de abandono. 

Estacionaron el auto cerca del río y caminaron unas cuadras, entraron a un restaurant y se sentaron ante una mesa.  

Adalberto y Karina empezaron a conversar entre ellos, básicamente de sus respectivos hijos y Natalia miró a Elliot con una gran sonrisa. 




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