Esta es la historia de un pequeño gatito, cuya vida no comenzó muy bien que digamos. Como todo minino, tuvo un padre y una madre que en una noche de "acción", concibieron a él y a sus tres hermanitos en una noche de setiembre. Sin embargo, su venida a este mundo no fue bien recibida por los dueños de su madre, una gata de dos años aproximadamente.
Ya era noviembre y estaba próximo el nacimiento de Azulado, como bautizaremos al gatito protagonista de esta historia, y de sus hermanitos. Su mamá, Cloe, estaba gordita y, como toda mamá orgullosa, se preparaba para la próxima venida de sus hijos.
—¡Mamá! ¡Creo que la gata está preñada! —dijo José, uno de los niños de la humilde casa de los Zevallos, mientras jugaba con Cloe, una gata grande de color blanco como el marfil y los ojos de color verde como el musgo, y le rascaba el estómago, causando ronroneos en el animal.
—¡Otra vez! —dijo la madre de los niños de la casa, una señora gorda, de aspecto descuidado y con un niño en brazos, mientras servía el desayuno a sus cinco hijos—. Esta gata me ha salido muy pícara. Ya van tres veces en menos de dos años que tiene crías.
—¿Y por qué siempre tiene gatitos? —preguntó Claudia, la menor de las niños de la familia Zevallos, curiosa ante la nueva llegada de los hijos de Cloe—. ¿Cómo es que ella tiene gatitos? —interrogó la pequeña a su madre, mientras esta le servía un plato hondo de avena.
—Eso es algo que después entenderás —contestó de modo evasivo la Sra. Zevallos, mientras le servía un pedazo de pan a su hija—. Eres muy pequeña para hacer ese tipo de preguntas.
—¿Por qué, mami? —cuestionó inocentemente Claudia, mientras daba un mordisco al pan duro que su madre le había alcanzado—. Ya tengo cinco años, soy una señorita. —dijo con mucho orgullo .
—Aún eres muy pequeña para hacer ese tipo de preguntas —replicó Eva Zevallos, mientras terminaba de servir el desayuno a todos sus hijos—. ¡Y apúrense en terminar su desayuno! Deben ir a la escuela en cinco minutos —señaló la señora a todos sus niños, para luego dirigirse a su habitación a despertar a su marido, mientras sus hijos terminaban su desayuno y se iban al colegio.
—¡Hey, Ernesto! ¡Despierta! —gritó la señora para despertar a su esposo, un hombre de aspecto tan o peor descuidado como ella, pero adicionado a que venía de una borrachera la noche anterior, así que se había acostado en su cama con la ropa que tenía puesta en su juerga de ayer.
—¡Hummm! —respondió el hombre, sin el menor atisbo de hacerle caso a su mujer, cubriéndose la cara con una frazada de lana.
—¡DESPIERTAAAAA! —vociferó Eva para despertar a su marido, al darse cuenta que en el primer intento de despertarlo, aquel la había ninguneado y quería seguir en los brazos de Morfeo.
—Humph... —dijo de mala gana el hombre—. ¿Qué? ¿Qué ocurre?
—¡Debes ir a trabajar! ¿Recuerdas?
—Uhm... —respondió Ernesto Zevallos, mientras cogía su ropa de trabajo, un overol de una fábrica y se dirigía al baño a lavarse la cara, para prepararse a ir a trabajar.
—¿Sabes que la gata está nuevamente preñada? —le contó la mujer a su marido, mientras observada cómo este se aseaba.
—¿En serio? —preguntó el hombre, mientras colocaba la pasta dental en su cepillo de dientes.
—Sí. ¿Qué vamos a hacer con ella?
—¿Qué? ¿Qué vamos a hacer? —respondió luego de enjuagarse los dientes y secarse la cara con una pequeña toalla azul—. ¡No podemos tener más mascotas aquí! Lo mejor es que la echemos de la casa. Ya tenemos suficientes perros y gatos en la casa. No tengo dinero para alimentarlos a ustedes y a los niños. Imagina cuántos gatos más parirá la gata.
—Es verdad, pero... José se ha encariñado tanto con esa gata... —señaló con tristeza.
—¿Podremos mantener más gatos?
—Por supuesto que no. Con lo que ganas, con las justas tenemos para comer los niños y nosotros —dijo la mujer mientras cogía al menor de sus hijos y lo colocaba cerca de sus pechos para amamantarlo.
—Entonces, ya sabes qué hacer.
El señor se puso su overol y cogió dos panes para, finalmente, dirigirse a su trabajo.
—¡No quiero ver a esa gata aquí para cuando regrese! ¿Te quedó claro?