Una navidad diferente

Capítulo 5: El ángel navideño

Mariana

Miro la bonita casa moderna en la ciudad de Recoleta, Buenos Aires. No tiene ninguna decoración navideña y eso me extraña un poco. La mayoría de las casas tienen por lo menos una corona o luces en las ventanas.

Supongo que no todos son amantes de la navidad y de las decoraciones.

Suspiro y toco el timbre. Espero un momento que me parece eterno y estoy pensando que no hay nadie cuando la puerta se abre y aparece el hombre que nos cambió la vida a mi hija y a mí hace ya casi un año.

—Hola. —exclamo sonriendo.

—Hola. ¿Qué haces aquí?

—¿De verdad no lo imaginas, Benjamín?

Él pasa la mano por su cabello. Viste short y remera sin mangas deportiva, está descalzo y tiene la mirada cansada. Debió estar trabajando o durmiendo. De cualquier manera luce tan guapo como lo recordaba.

—¿Cómo lo supiste?

—No eres el único con contactos en el hospital. Mi hija pidió de regalo de navidad conocer a la persona que le devolvió la salud y a mí la felicidad. Decidí complacerla porque yo también quería saber.

—No fue nada.

—Benjamín, lo fue todo. Ni mi ex esposo quiso donarle su riñón y se fue en cuanto supo la condición de su hija.

Él abre los ojos con demasía.

—Qué perdedor.

—Y tú, un extraño que apenas nos conocía, donó su riñón sin pedir nada a cambio. Ni siquiera comprendo como fue posible hacerlo rápido. No es algo simple de hacer, pues tendrás que cuidarte el resto de tu vida. 

—Estoy en la lista de donadores. Si decido donar un órgano en vida, puedo hacerlo y el estar en la lista facilita todo, eso y que mi padre sea el director del hospital donde se atendía Camila. 

»No quería que ella esperara por más tiempo, quería que tuviera su regalo de navidad y valía la pena si Camila podía tener una vida normal y hacerte sonreír a ti. 

Sus palabras me conmueven demasiado.

—¿Y cómo supiste?

—Pasa y te lo diré. 

Le pido que espere, me arrimo a mi vehículo y abro la puerta permitiéndole a mi hija bajar de este. Le dije que esperara para asegurarme que fuera él el donador y ya estoy segura. 

Camila agarra mi mano y caminamos juntas. Ella sonríe al ver a Ben. 

—¡Ben! —grita la pequeña—. ¿Tú eres mi ángel?

—¿Qué? No...

—Sí, es él. —respondo.

Ben se queda sin palabras en cuanto mi hija se acerca y lo rodea con sus pequeños brazos. Ella levanta la cabeza buscando su mirada y le sonríe. 

—Gracias. Mamá ya no llora, al menos no de tristeza. ¿Papá Noel te dijo que necesitaba un riñón o fue Dios?

Le pido a Cami que le dé espacio y él nos pide que entremos. Lo seguimos hasta la elegante sala de estar carente de árbol navideño y decoraciones. Desaparece por un pasillo y a los pocos minutos regresa con un papel de color rosa, el cual extiende hacia mí.

—Encontré la carta a Santa Claus. Estaba en el interior del pato y debió caerse cuando lo sacudí un poco. No lo maltraté.

Dibujo una sonrisa.

—¿Y solo así decidiste donar tu riñón?

—La carta llegó a lo más profundo de mi ser. Me trajo recuerdos de mi pasado, de cuando mis padres no me prestaban atención y una noche de navidad la pasé en el hospital por causa de mi padre que estaba de guardia. Estuve en el pabellón con niños enfermos que lo único que querían para navidad era curarse, dejar el hospital y jugar. La carta de Camila me hizo recordar aquel momento triste que decidí olvidar y encerrarme en mi propia miseria durante todo este tiempo—mira a mi hija—. Cami, me conmoviste mucho, siendo tan pequeña y con un padecimiento que no debiste sufrir, tan alegre y positiva… Una niña como tú merecía mi riñón. Me alegro de verte sana y sonriente. 

—¿Quién estuvo cuidándote a ti?

—Yo estoy bien. Estoy acostumbrado a estar solo.

Varias personas mencionaron que mi hija tiene el don de ver el alma de las personas. Ella puede decir cuando una persona está triste aunque no lo parezca y muchas veces estuvo en lo cierto.

En Brasil, un año atrás, ella dijo que vio a Benjamín solo y melancólico, ahora sé que el motivo fue por causa de sus padres. Ellos no se interesaron en él y decidió que estaba mejor solo.

—Nadie debería estar solo—exclama mi hija y voltea a mirarme—. ¿Puedo decirle? Lo prometiste—asiento—. Queremos que pases la navidad con nosotras. Mi abuela se fue a un crucero para ancianos y mis tíos a otra parte. Seremos mamá y yo, y tú—levanta la mano y acaricia su mejilla—. Por favor, ven, no quiero que estés solo. Eres mi ángel.

—No creo que sea buena idea. No celebro navidad.

Corto la distancia y tomo su mano con confianza.

—Mi hija rara vez pide algo para ella, siempre lo hace para los demás. Pidió un riñón no para salvar su vida, sino para no verme triste a mí. Este año su única petición fue conocer a su ángel, así te dice, para darle las gracias—bajo la vista por un momento, controlo las lágrimas y vuelvo a mirar sus ojos—. Esta vez, no tienes que estar solo. 




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