Me asomo a la ventana y observo la mañana, hoy tendremos un bello día a pesar de que anoche lllovió y refresco un poco.
Terrmino mi te, y me dirijo a mi habitación a vestirme.
Mientras me visto mi mente vuela a aquella mañana dónde mi padre nos abandono a mi madre y a mi. Digo abandonó, porque fue lo que hizo, por casi un año, no fue a buscarme como dijo y mi hermana jamás vino de visita. Mi madre y yo sobrevivimos como pudimos, ella estaba acostumbrada a ser mantenida por mi padre. Así que se encontró sin trabajo, y sin saber cómo sacar adelante la pequeña familia que éramos.
Una amiga de ella, le ofreció un trabajo como recepcionista de su hotel turístico en la costa, así que decidió que nos mudariamos.
Al principio todo fue muy bien, pero al pasar el tiempo ella entro en una gran depresión y dejo el trabajo. Solo se empastillaba para dormir o veia televisión, y yo me quedaba todo el día esperando por la comida, ni hablar de ir al colegio, eran más los dias que me la pasaba en casa, que los que asistía a la escuela.
Y así pasaron los días, las semanas y los meses.
Una tarde llamo mi maestra y le dijo a mi madre que si no volvía al colegio sería denunciada a minoridad y familia. Mi padre se hizo presente una semana después de esa llamada, y las cosas fueron cambiando paulatinamente.
Pero mi madre jamás salió de ese pozo depresivo. Al cumplir los trece años conseguí trabajo de niñera y por las tardes estudiaba.
En las noches limpiaba la casa y preparaba la comida. Era la única hora del día que mi madre compartía un momento conmigo, pero jamás volvió a ser la misma.
Cuando cumplí diecisiete años mi madre se tomó un frasco de Clonazepam y una tarde lluviosa de junio me dejó sola, llevándose con ella todas sus miserias y dejándome a la deriva.
El sonido del teléfono me saca de mis pensamientos. Es mi querida hermana avisándome que debo llevar la bebida de esta noche.
Salgo a la calle y me encuentro con mi auto con una rueda en llanta. Así que pido un taxi que me lleve hasta el centro.
El taxista me comenta cosas de la vida cotidiana pero yo no le responodó. No me gusta hablar con extraños. Se que dicen que soy rara, pero siempre estuve sola y me acostumbre al silencio y la soledad, solo en mi trabajo me permito interactuar,ya que mi puesto lo requiere.
Llegó a mi destino y pago al chófer del taxi.
Cruzo la calle en diagonal y busco la dirección que me dió la secretaría del señor Liberman.
-¡Buenos días! Soy Samanta Andrade- me presento ante una chica muy linda, que debe ser recepcionista.
-¡Buenos días! El señor Liberman la espera- dice y me lleva a una oficina al final del pasillo.
La chica golpea la puerta y del otro lado nos dan permiso para pasar.
Al entrar me encuentro con un hombre joven, muy apuesto. Pensé que el abogado era un hombre mayor de cincuenta o sesenta años, y no esté de unos cuarenta. Tiene el cabello negro. Y pinta algunas canas que lo hacen ver muy sexi.
-Tome asiento señorita..¿Puedo llamarla Samanta?- pregunta con una voz muy sensual.
-S…si. - respondo nerviosa. Hacía mucho tiempo que un hombre no me ponía de esta manera y es algo que siempre evito.
-Y dígame¿Qué tiene que hablar tan grave o importante que no podía hacerlo por teléfono?- pregunto con intriga.
-Como ya le expliqué ayer, soy el abogado de la señorita Morales. Y ella le dejó una carta- me explica, aunque eso no me aclara nada. ¿Por qué ella no está presente? ¿Qué sucede con ella que no quiere verme?
-¿Un café, té o alguna otra cosa que necesite?- pregunta el abogado. Y yo pego un respingo al escucharlo, porque como siempre mi mente comienza a divagar haciendo conjeturas.
- No, gracias. Solo quiero saber por qué me ha citado aquí y porque mi amiga ni siquiera me contesta el teléfono- le digo de malos modos.
El me pone nerviosa, me desconcierta y eso no me gusta.
-¿Hace mucho que no veía a la señorita Morales?- indaga el.
-si, como un año- contesto con un poco de vergüenza.
-Y ¿ Se puede saber por qué, si era su mejor amiga, hace tanto tiempo que no sabe nada de ella?- pregunta con censura.
- Yo…tuvimos una discusión en diciembre pasado y no tuvimos oportunidad de hablar nuevamente-contesto.
-Pero es algo que pienso solucionar ni bien salga de aquí- agrego apurada. No me gusta como me mira este hombre, pareciera que me está juzgando.
-Pues ya no se podrá- dice el.
El me mira por un momento y su mirada cambia totalmente, me ve casi que con tristeza.
-Hace una semana su amiga falleció de un infarto- suelta las palabras, como si no quisiera. Me pongo de pie automáticamente y me dirijo a la puerta. Cuando llegó a ella, me doy la vuelta y lo encaro, pero el se encuentra justo detrás mío y chocamos. Retrocedo, buscando una salida para irme.¡Esto no puede ser cierto! ¡Mi amiga no puede estar muerta!
-Tranquila- su voz es suave. Toma mi mano y me lleva hasta el sofá que allí tiene.
-Yo quisiera lo mismo. Pero no es posible- dice en un susurro.
Entonces me doy cuenta que escuchó mis palabras. Quiero llorar y nada sale de mi, ni lágrimas ni llanto. Me siento como muerta.
Lo mismo sucedió el día que murió mi madre.
Y recuerdo que la última vez que lloré, fue el día que mi padre nos abandonó.
-Llore,si lo necesita- aconseja el abogado.
Yo solo lo observó, me pongo de pie y tomo mi cartera.
Me dirijo hacia la puerta,y allí me quedo por unos segundos, todo es silencio.
-No lloro. Jamás lo hice- digo casi para mí misma.
-Entiendo…no se olvide la carta. Luego hablamos- dice con voz dura.
Y salgo de allí con un dolor tan grande que siento que me está partiendo el pecho. Esta noticia me deja otra marca en mi corazón, que se está convirtiendo en piedra para no sentir.