Una oportunidad para amarte

Alejandra: No quiero saber de ti

El irritante sonido del teléfono chilló en mis oídos, martillando mi cabeza. Era eso o mi estrés había llegado a su punto máximo. Dos semanas desde la entrevista y no había recibido ninguna llamada, comenzaba a estar segura de que no la iba a recibir. Lo peor eran los ratos en los que algo, cualquier cosa insignificante o hasta el más leve momento de silencio, me hacía recordar a ese hombre, con su pinta exitosa y su sonrisa encantadora. Odiaba a esos hombres, aborrecía que se cruzaran en mi camino solo para recordarme lo que jamás sería ni tendría. En una o dos ocasiones desde el nacimiento de Sebastián intenté mantener una relación seria con muchachos que me parecieron simpáticos y comprensivos. Nunca encontré en ellos la compañía que buscaba, únicamente me dieron más problemas y en ese punto de mi vida, lo que menos deseaba era complicarme más la existencia. Vanessa a menudo se burlaba de mí, acusándome de amargada y aguafiestas, pero ella qué sabía. En el fondo, yo también quise alguna vez que uno de esos guapos pretendientes que la seguían como abejas a la miel se acercara a mí y me brindara aunque fuera una pequeña parte de la atención que le dedicaban a ella. Tal vez si me hubiera esforzado podía haberlo conseguido, pero mi prioridad era criar a Sebastián, acompañarlo en cada paso que diera, crecer con él y para él. Vanessa no lo entendía, el único que comprendía mis motivos era mi padre y por eso agradecía tenerlo a mi lado.

—Mamá, es Vanessa.

Mi pequeño respondió el teléfono, lo dejé porque sabía lo mucho que le gustaba y porque yo no tenía ánimo para hacerlo, menos lo tuve cuando supe quién me esperaba al otro lado del auricular.

—Vanessa —Saludé con un tono que debería haberle indicado las pocas ganas que tenía de hablar con ella. No sirvió, con Vanessa nunca servían esas advertencias.

—He estado esperando tu llamada, ¿Cómo te fue?

—¿Acaso no lo sabes?

—¿En serio? Lo que sucede es que no sonríes cuando debes, ya te lo he dicho, eres una cabeza dura. Pero tranquila, ya habrá otras oportunidades, además era obvio que ese empleo era para mí… ¡Ya me llamaron!

Su noticia aniquiló mis esperanzas, quise colgar, pero me detuve, ella no tenía la culpa de ser más bella y encantadora.

—Felicidades, sin duda fuiste la mejor.

—Claro que lo fui, pero ¿Viste a Mauricio, el tipazo que nos entrevistó? Mujer, si no te hizo sonreír al menos una vez, confirmaré mi teoría de que no eres humana.

—Como si me importara, sabes que no estoy interesada en ningún hombre por ahora.

—Ni ahora ni nunca, llevas diciendo lo mismo los cuatro años que tengo de conocerte, deja de ser tan amargada.

—Tú no lo entiendes, pero suerte con el jefe, tal vez este si sea el hombre de tu vida.

—Pero es que con este sí vale la pena quedarse. Su padre es el mismísimo Octavio Sifuentes, ese viejo millonario al que tanto admiras. Y lo mejor es que fue compañero nuestro en la universidad ¿A qué no lo sabías? Él no me reconoció, pero yo sí, en cuanto lo vi, de haber sabido entonces quién era. No sabes cuánto hablamos de esos tiempos. Es tan amable, guapo y soltero…

—Vanessa, en verdad estoy ocupada ¿Puedo hablarte más tarde?

—Que pesada eres, no sé ni porque sigo siendo tu amiga… ¿Tanto te desagradó?

—No, al contrario, pero el trabajo te lo llevas tú y yo tengo que seguir buscando así que, aunque no quiera, tengo que dejarte. Mientras tanto sigue investigando a tu futuro novio ¿Quieres? Envíame el informe después.

—¡A ti no hay quien te soporte! ¡Adiós!

El tono continuo de la llamada finalizada fue música para mis oídos. La voz de princesa de Vanessa y su tono ladino era lo último que quería escuchar en tanto pensaba dónde y cómo conseguir otra entrevista. Seguí preparando la comida, labor que interrumpió la inoportuna llamada de la que se decía mi amiga. Los ojos se me humedecieron, podía culpar a la cebolla que cortaba, pero eran puras ganas de llorar. Lágrimas de desilusión mientras mi cabeza me traicionaba recordando al hombre que me entrevistó. Mauricio, dijo Vanessa, cuando conmigo ni siquiera se presentó. Lo peor fue descubrir lo de la universidad. A mi devastada ilusión se le sumó la vergüenza. Los tipos de la universidad que se acercaron a mí habían querido una sola cosa y cuando no la obtuvieron, se volvieron patanes desagradables. No hubo uno solo que fuera amable sin una doble intención. Fue la peor época. Lo único que me mantuvo en pie entonces fue Sebastián, por él haría cualquier cosa, hasta caminar en la basura de otros. Si Mauricio fue parte de esos miserables como decía Vanessa, entonces mejor que no me recordara, y estaba segura de que no lo hizo, tal vez ni se tomó la molestia de leer en mi currículum el nombre de la universidad a la que ambos asistimos. El hombre ya tenía hecha su elección desde antes que yo entrara a su oficina ¿Cómo pude pensar que tenía una oportunidad? ¿Cómo me atreví a soñar con ser la elegida cuando la coqueta de Vanessa había ido antes?

¡Imbécil! ¡Mil veces imbécil! Pensé recordando la cara de Mauricio Sifuentes y también dirigí el insulto hacia mí misma por ilusionarme tontamente. Mi día se volvió gris pese al sol que brillaba. Esa sensación mezcla de derrota, pesimismo y autocensura tan conocida se instaló en mí y no me permitió disfrutar de la comida familiar. No comí nada, me conformé con ver como lo hicieron mi padre y mi hijo para después aprovechar que ambos se entretenían jugando y escabullirme de su lado. Fui a mi habitación y me encerré dentro, dejé correr las lágrimas abrazada a la almohada como tantas veces lo hice mientras cursaba la universidad. La soledad de mi pequeño rincón era mi consuelo, pero ese día no lo fue. Esa hora en especial y recordando las palabras entusiasmadas de Vanessa, me atreví a desear no estar sola. Aunque mi decisión de dedicarme en cuerpo y alma a la maternidad era firme, aún me costaba no sentirme patéticamente aislada, sin más apoyo emocional que mi propia voluntad.




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