Una oportunidad para amarte

Mauricio: Me gustas

Dos horas desde el inicio de mi jornada aquel día y pese a la orden dada a mi secretaría de llamar cada quince minutos a la línea de Alejandra hasta obtener respuesta, seguía sin lograr hablar con ella. Mi chica no aparecía, no acudió ese día a la constructora y yo me moría por dentro esperando saber de ella. La noche anterior había actuado mezquinamente, echándole en cara el empleo que le di, como si fuera necesario que me pagara algo. Al final me había comportado como esos miserables que la hicieron tan desconfiada, pasándole la factura por los favores recibidos. No podía con la culpa, le alcé la voz y lo hice con la intención de dañarla, su desconfianza me había vuelto a herir y quería hacerla sentir igual. Había sido un mal día y un terrible momento, empapado, agotado y dolorosamente deseoso de su cercanía, su rechazo hizo emerger lo peor de mí para proyectarlo contra ella. Apenas subí al auto lo supe, acababa de perder lo poco o nada que había logrado en el corazón de Alejandra.  

No podía esperar más, tomé mi móvil y me dispuse a marcar su número, hasta no escuchar su voz no podía concentrarme en nada. Además, la idea de que le hubiera sucedido algo malo me pasó por la mente solo para hacerme sentir más arrepentido. Afortunadamente, la voz que ansiaba respondió tras dos segundos de espera.

—¿No piensas presentarte hoy?

El duro cuestionamiento con el que respondí a su saludo para nada reflejaba mi sentir. El enfado hacía mí mismo y la angustia volvieron a jugarme una mala pasada de la cual la víctima fue nuevamente la mujer con la que intentaba disculparme. Su silencio me lo dijo todo, me equivoqué una vez más, con ella no podía hacer nada bien. Me sentí el más torpe de los hombres en tanto agregaba otro reproche esperando hacerla reaccionar. Su mutismo me mataba.

—Por lo menos trata de justificarte, Alejandra. Ni siquiera le avisaste a Mariana que faltarías.

—¿Tiene caso?

—Claro que lo tiene, debiste llegar hace hora y media… ¿Estás bien?

—Lo estoy, pero… Mauricio, yo… Olvídalo, estaré ahí lo más pronto posible.

—No, iré por ti. Hoy necesito que me acompañes a otra parte.

—Pero…

—Sin peros, Alejandra, por una vez deja de cuestionar todo y a todos… O por lo menos, deja de cuestionarme a mí. Solo por hoy, te lo pido como un favor.

Alejandra aceptó a regañadientes lo que le pedía y que ni yo mismo tenía claro, solo quería llevarla lejos del ambiente poco favorable de la constructora. Necesitaba apartarla de sus preocupaciones para que estas no nublaran su mente cuando al fin le dijera lo que debí aclararle desde un principio.

Estuve frente a su casa más pronto de lo que mi cerebro procesaba las ideas, y de lo que mi corazón dejaba de divagar entre las dudas y el enamoramiento, casi devoción, que sentía por Alejandra. Ese era el momento, ese día y bajo ese sol cálido de verano, Alejandra debía saber lo que sentía por ella. No dejaría pasar ni un minuto más, así fuera para que me rechazara definitivamente o me diera una esperanza, debía confesárselo todo. Mi chica me esperaba al pie de la acera, vestida con lo mejor que debió encontrar en su armario. Se veía preciosa, mucho más que otros días. No era que me pareciera incorrecto el modo en que vestía comúnmente, pero reflejaba lo no tan obvio para los demás: mi Alejandra prefería usar sus recursos económicos en su familia antes que en renovar su ya gastado guardarropa. Apenas estacioné, subió a mi auto sin permitirme tener la amabilidad de abrir la portezuela para ella. Saludó tímidamente y el gesto contrariado en su rostro me conmovió. Sin embargo, no se lo demostré. Ella se empeñaba en aparentar que nada la afectaba y yo decidí hacer lo mismo, aunque por dentro me consumiera el arrepentimiento por hablarle como lo hice sin tener derecho. El trayecto se tornó insoportablemente largo, tanto como lo fue el silencio que lo acompañó y que tiraba a cada segundo de la poca calma que me esforzaba por conservar. Casi al final del camino, decidí hablar, no podía con las dudas.

—Dime algo, Alejandra… ¿Por qué no fuiste a la constructora?

Su silencio como única respuesta volvió a darme un golpe bajo, prefería que sus labios emitieran cualquier sentencia por más desfavorable que fuera. Tuve que presionar más esperando que mostrara algo de sí misma y echara abajo esa barrera con la que se protegía del mundo.

—Parece que como siempre prefieres quedarte callada, pero al menos respóndeme ¿Creíste que te despediría por lo que pasó anoche?... ¿Esa es la clase de hombre qué crees que soy?

Emití la pregunta sin mirarla y una vez más no obtuve respuesta. A punto de enfadarme, me atreví a verla. Mi chica había palidecido con mi cuestionamiento y yo quería saber la razón. Necesitaba saber si mi suposición era acertada o totalmente contraria a lo que pensaba, pero ella seguía sin decir palabra, no se daba cuenta de lo cruel que era su silencio.

—Tal vez no estés tan equivocada.

Agregué rudamente, disgustado nuevamente por no poder encontrar un entendimiento con ella. Habíamos llegado a nuestro destino, estacioné y bajé sin darle más explicación, portándome como un tirano, tal y como odiaba que lo hiciera mi padre y repitiéndolo yo mismo sin tiempo de arrepentirme. La que iba a ser mi anhelada declaración se estaba viendo arruinada por la frialdad de mi chica y mi incapacidad para contener las emociones negativas que su actitud provocaba en mí.




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