Una oportunidad para amarte

Alejandra: Sin miedo

La primera vez que vi a Mauricio supe que era un hombre diferente a los que me había topado antes, o al menos así lo sintió una parte de mí que me empeñé en ignorar. Lo que lo hacía atractivo para otras mujeres saltaba a la vista, pero lo que me hizo aceptarlo cerca de una forma que me hacía sentir a salvo, fue todo lo demás, lo que no podían percibir los ojos. Mauricio era pura calidez, tan distinto a mí, que mi admiración por él fue creciendo sin que me diera cuenta. Tampoco dejaba de sorprenderme su capacidad para relacionarse con los demás, no había empleado al que no conociera en la constructora, incluso sabía los nombres de los cónyuges e hijos de la mayoría de sus colaboradores. No había nadie invisible para Mauricio Sifuentes, ni siquiera yo que siempre me esforcé por serlo, por pasar desapercibida para que nadie me importunara. Con Mauricio esa táctica de autodefensa fue inútil y terminé agradecida, cansada de no confiar ni entregarme a una simpatía, pensando siempre que al final me lastimarían.

Mauricio me ofreció algo y yo lo tomé, tal vez egoístamente porque en ese primer momento lo que me motivó a aceptarlo fue la necesidad de no sentirme tan sola, y también lo maravillosamente bien que me hacían sentir sus palabras. Sus románticas confesiones encendieron un fuego que antes me esforcé en apagar e ignorar. Fui vanidosa y un poco cruel porque no pensaba ser para él algo más que una amiga. Lo que ignoraba entonces fue que ya no tenía control sobre mi propio corazón y que estaba entrando en la peligrosa espiral de la que hui por tantos años. No me importó, me dejé llevar como no lo había hecho desde que estuve con aquel hombre que me negaba a recordar, y que lo único bueno que me dejó fue a mi adorado Sebastián.

Quise saber más de Mauricio, más de lo que sentía y lo motivaba, deseaba escucharlo y estar cerca de él como aquella mañana en la que me confesó lo que sentía por mí, algo que jamás hubiera imaginado pero que fue suficiente para colmarme de ilusión. A partir de aquel día, Mauricio se convirtió de a poco en parte de mi vida. Comenzó recibiéndome en la constructora con una llamada. Era agradable sentarme en el escritorio y apenas cinco minutos después, atender el teléfono y escuchar su voz deseándome un buen día. Por las noches era igual, me llamaba a mi móvil para desearme el mejor de los descansos y aprovechábamos la calma de la hora nocturna para charlar acerca de nuestros respectivos días. Hablar con él resultaba de lo más sencillo, las palabras iban y venían naturalmente, un par de horas se volvían un suspiro escuchándolo. Su voz se me fue quedando grabada y recordarla me hacía sonreír al sentirlo cerca. Después comenzó a esperarme o a dejar antes la constructora solo para coincidir conmigo y llevarme a casa. Muchas veces incluso comimos juntos cuando lo permitió el trabajo de ambos. La complicidad que fuimos construyendo reanimó mi vida y la tiñó de un color distinto, me llenó de una emoción que había experimentado en el pasado, pero no con la misma intensidad ni madurez con la que la vivía al lado de Mauricio. Estaba enamorándome, tardé mucho en aceptarlo, pero lo que sentía era claro y cada vez más difícil de ocultar. 

Los días se volvieron meses sin que lo notara, Mauricio decidió otorgarme la coordinación de una de las áreas financieras y en agradecimiento seguí su consejo, me acerqué a mis compañeros que entonces se volvieron mis colaboradores, ya no tenía miedo ni lo tendría nunca más. Sebastián era mi fortaleza y Mauricio se convirtió en la motivación que necesitaba para volver a creer en los demás. Aun así, tardé mucho para dejarlo entrar en mi hogar porque para mí ese seguía siendo el lugar intocable donde atesoraba lo más preciado para mí: el pequeño al que quizá no iba a agradarle la presencia cada vez más fuerte de Mauricio en mi vida. Para mi fortuna, fue una grata sorpresa ver como Sebastián y Mauricio se entendieron desde el primer momento. El carisma de Mauricio conquistó a mi hijo tal y como lo hizo conmigo. El día en el que se conocieron me encontré mirando perpleja la amigable forma en que convivían. Mauricio también parecía disfrutarlo, en ningún momento percibí que el agrado hacía mi hijo estuviera forzado por su afán de ganarse mi afecto. Recordé las veces en que él se sinceró conmigo, hablándome de lo mucho que le había dolido la escasa presencia de su padre durante su niñez, quizá eso contribuyó a que empatizara con Sebastián y creara un vínculo con él. Ambos eran sinceros en su mutua simpatía y eso además de alegrarme, calmó mis dudas.

Después de eso la convivencia fue tan natural que dejé de temer, ya no podía negar lo que sentía por él. Estaba enamorada de ese hombre que apareció en mi vida, empeñado en ofrecerme algo a lo que ya había renunciado cuando me equivoqué y quedé embarazada de un hombre incapaz de hacer frente al compromiso que implica una nueva vida. Mauricio me demostró de todas las formas posibles que era distinto, que no me abandonaría y que buscaba en mí algo más que un placer inmediato. A más de un año desde esa entrevista, se conformó con lo que estuve preparada para darle, con mi amistad, llamadas telefónicas y salidas a comer en el horario establecido para ello en la constructora. Se aferró a su propia esperanza de ganarse mi amor y lo logró, mi corazón de mujer era entero para él.

Mi querido amigo se volvió tan importante para mí que llegó el día en el que no quise seguir ignorando lo ya obvio para los dos, vi la oportunidad de demostrarle lo que sentía en el tercer aniversario de la constructora. El Corporativo Sifuentes ofrecería una cena de gala para los accionistas y sus familias, a la que también acudirían algunos de los empleados de mayor confianza. Mauricio no me había invitado a acompañarlo, pero no podía tomárselo a mal. Él sabía que mis noches eran de mi familia, de mi hijo y mi padre, y que no podía contar conmigo, al menos no antes de esa noche. Sin embargo, no podía acudir sin invitación por más coordinadora que fuera, no estaba en el nivel de confianza de una reunión como esa, así que llamé a la única persona que conocía que podía ayudarme.




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