Una oportunidad para amarte

Mauricio: Me dueles

Aquellas fueron de las peores semanas de mi vida, comencé a creer que Rubén tenía razón y que los negocios no eran lo mío. A veces me sentía un necio por seguir adelante, pero necesitaba hacerlo, no quería darme por vencido ni con Alejandra ni con la constructora, aunque con mi chica ya no sabía si podía seguir adelante. Mi relación con ella se volvió una inesperada fuente de angustia y dudas. En cada llamada la noté distante, distraída, sin ánimo de hablar conmigo. A eso se le sumaban las veces que no respondió mis llamadas solo para marcarme horas después con un sinfín de excusas que yo no le pedía. Lo que yo deseaba era su voz, su cariño, no necesitaba que me tratara como si fuera su dueño. Lo que anhelaba era volver a ser su amigo, pero ese lazo entre nosotros se había terminado. La confianza ya no era la misma, aún rondaban en mi cabeza sus planes de renuncia a la constructora. Y Mariana, sus sospechas y suposiciones acerca de Alejandra estaban logrando hacerme el más infeliz de los hombres.

La tarde antes de mi regreso, llamé directamente a su casa, también lo hice porque quería saludar a Sebastián. Lo cierto era que quería a ese niño, me recordaba tanto a mí mismo que comprendía sus angustias infantiles y ese hueco paterno que a veces no alcanza a llenar la madre. Ingenuamente, me acostumbré a la idea de que un día pudieran ambos, madre e hijo, formar parte de mi vida. Tal vez ya los veía como mi familia y por eso me dolía más la desconfianza de Alejandra. Sebastián respondió entusiasmado, relatando con bastante detalle lo vivido en su escuela aquel y otros días, me alegró el día con el cariño y la confianza que me demostraba. Sin embargo, la desesperación volvió a mí al preguntarle por su madre luego de más de una hora de charlar sobre clases y videojuegos. Alejandra no había vuelto de trabajar, pero yo marqué antes a la constructora y Joel no tuvo reparos en decirme que se había retirado a la hora justa de salida, algo que comúnmente no hacía. Dos horas y ella aún no regresaba a su casa. El corazón me dio un vuelco, primero pensé lo peor pero no quise alarmar a Sebastián, así que le pedí hablar con su abuelo. Jorge, el padre de Alejandra, no estaba tan preocupado como yo, al parecer mi chica le había dicho que volvería tarde por cuestiones de trabajo. Supe que eso era mentira, pero no se lo dije a él, me despedí fingiendo estar conforme, aunque por dentro estaba cayéndome a pedazos.

Marqué tres veces más a su móvil sin obtener respuesta ¿A dónde había ido? ¿Por qué seguía sin responderme? Intenté pensar que todo aquello eran casualidades desafortunadas para mí. Mi chica tenía su vida, iba y venía a libertad y yo no quería ni podía quitarle eso. Muy a mi pesar, comencé a sentirme furioso con ella y conmigo, era la primera vez que me costaba tanto estar lejos de ella. En el tiempo a su lado me había acostumbrado a su presencia de una forma que me dominaba, para mí ya era impensable vivir sin Alejandra. Reconozco que en esos días sentí celos como no había sentido nunca, eran infernales y no tenían más motivo que mis propias inseguridades y el veneno de Mariana, aun así me atormentaban, aplastándome el alma y atribulándome la cabeza. Lo único que deseaba era estar pronto en casa, abrazado a mi Alejandra, quería con todo mi ser que su cuerpo y sus besos borraran la sensación inexplicable de estar perdiéndola. Aquello me ocasionaba un profundo dolor, uno que no estaba preparado a enfrentar. Alejandra era mi mundo, amaba todo lo que representaba. Esos dos años a su lado habían sido los mejores, no estaba dispuesto a perderlos, ni por mis inseguridades ni por su desconfianza. Si tenía que seguir luchando un poco más, lo haría o al menos lo intentaría.

La noche siguiente tomé el vuelo que me llevó de regreso. No le dije nada a Alejandra pese a haber hablado con ella horas después de aquella primera llamada en la que se puso de manifiesto que no solo no confiaba en mí, sino que también le mentía a su padre. No quise pensar en sus razones para hacerlo, decidí alejar de mi mente esas horas que no estuvo ni conmigo ni con su familia, algo poco habitual en ella. No quería saber qué había hecho, solo quería sorprenderla con mi visita. Para bien o para mal, necesitaba verla. Aunque la hora y el agotamiento me gritaban ir a mi propia cama, para mí era más vital estar con Alejandra, tan necesario como respirar. Pensé en ella todo el trayecto, me costaba concentrarme en la carretera y no ayudaba la presencia de Mariana a mi lado. Mi hermana me conocía demasiado e intuía perfectamente lo que me tenía al borde del colapso.

—Creí que tu novia al menos te recibiría.

—Por favor, Mariana… Estoy cansado. Además, no le he dicho que nuestro regreso se adelantó.

—Puedes decir lo que quieras, pero creo que empiezas a darte cuenta de la clase de mujer con la que te involucraste.   

—En todo caso Alejandra es mi problema, no el tuyo y no debería interesarte —Mascullé molesto.

—Te enfadas conmigo, ¿Acaso he sido yo la deshonesta que busca otro empleo a tus espaldas? ¿Soy yo la que no responde a tus llamadas? O ¿me vas a negar que todas esas veces durante estos días que tomaste el celular a escondidas no era a ella a quién marcabas sin que te respondiera?

—Vigilar la constancia de mis llamadas no es parte de tu trabajo.

—Claro… y negar lo evidente tampoco es parte del tuyo.

Mariana calló, pero su veneno era más fuerte que nunca, lo sentí adentrarse en mi corazón y contaminarlo entero, no podía evitarlo. La actitud de Alejandra y sobre todo su lejanía, ayudaban a que no pudiera combatirlo. Dejé a mi hermana en su casa y seguí rumbo al hogar de Alejandra. Dudé antes de llamar a la puerta, entonces decidí que por la hora era mejor llamarla antes. Su voz adormecida me respondió en un susurro.




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