Una Pequeña Promesa

Prólogo

La fiesta de despedida de Dean Colton estaba en su máximo apogeo. Dentro de dos día viajaría a Afganistán a servir en la guerra como médico y sus amigos no dudaron en despedirlo de la mejor manera que sabían: haciendo una megafiesta en su honor. El peligro de su viaje los hacía apreciar su amistad mucho más y aunque Dean ya estaba un poco cansado de la música alta y las personas chocando con él cada cinco minutos, se sentía agradecido con todos, especialmente con Landon, el anfitrión de la alocada noche.

Aun así, había una persona que faltaba, la cual él buscaba constantemente. No podía creerse que April, su mejor amiga, se perdiera la fiesta. Ya eran casi las doce de la noche y no había rastro de ella, lo que en cierto modo preocupaba a Dean ya que ni siquiera lo había llamado y muy en el fondo le dolía la posibilidad de que hubiese preferido estar con el pesado de su novio que con él ya que la chica era una de las personas más importantes de su vida. Siendo sincero, hubiera preferido una noche tranquila en compañía de su pelirroja favorita que la masiva fiesta rodeada de ruido y personas.

Con la vista fija en la puerta, se tomó un trago de la cerveza que tenía en la mano. Una mujer se le acercó para coquetearle, pero la cabeza de Dean estaba en otra parte. Y, al ver finalmente a April aparecer, supo que su preocupación estaba justificada.

El cabello rojo de la chica enmarcaba su rostro lleno de maquillaje corrido mezclado con lágrimas que seguían rodando por sus mejillas. El vestido negro lo tenía arrugado y con una mancha en un costado. En una mano traía sus tacones y en la otra una botella de whiskey que lucía muy costosa, en la que solo quedaban dos dedos del líquido alcohólico.

Corrió hacia donde estaba su mejor amiga y ella, al verlo, se apresuró a abrazarlo con fuerza. El confort que le brindaban los abrazos de Dean nunca tuvieron comparación, y eran algo a lo que April estaba acostumbrada tras la larga lista de decepciones amorosas que cargaba detrás de ella.

Sin dejar de abrazarla, la condujo a través del mar de gente hacia su habitación en la casa que compartía con Landon. Al entrar, ella soltó los zapatos y se quedó de pie con la mente en blanco y la cabeza dándole vueltas por el licor que se tomó hacía poco. Dean fue hacia su guardarropa y sacó una sudadera y un par de bóxers, entregándoselos.

La chica se metió en el baño y se cambió, limpiando su rostro con agua y jabón e intentando arreglar el desastre de rizos rojos que tenía en la cabeza. Lo dio por imposible, ya su amigo la había visto en peores estados que ese, así que salió del baño para encontrárselo recostado en la cama esperando por ella. La tristeza la volvió a inundar y una lágrima solitaria se le escapó de sus ojos esmeralda, pero se la limpió con rapidez. Se negaba a seguir llorando por ese bastardo. Caminó hasta la cama y se acostó al lado de Dean, abrazándolo por la cintura.

—¿Ya me vas a contar lo que te hizo el imbécil o tengo que sacártelo a empujones? —La rudeza de su pregunta era algo que caracterizaba al chico.

—Me engañó —Comenzó a explicar y pudo sentir el cuerpo de Dean tensarse a su lado—. Lo agarré en la cama con otra y me descontrolé. Comencé a tirar objetos a lo loco, le dije degenerado, hijo de puta y mil groserías más, arrojé la ropa de la tipa por la ventana y a la salida me llevé la botella más cara de licor de su colección.

—Parece que mañana tengo que prestarle una visita amistosa —comentó él de modo casual, pero ella sabía que lo "amistoso" de su visita involucraba hemorragias nasales y huesos rotos.

—No pierdas tu tiempo. Ya lo amenacé contigo y el pobre por poco se orina encima de la cama. Te tiene un miedo horrible —No era para menos, Dean era un soldado en toda la regla. El cuerpo atlético que tenía que mantener en forma por su profesión se complementaba con su enorme estatura de metro noventa. A pesar de eso, su rostro era casi perfecto, con el cabello rubio, ojos verdes, nariz recta y labios gruesos, los pómulos marcados le daban un toque rudo a su expresión, además del hecho de que no sonreía habitualmente, a menos que estuviera alrededor de April. La pelirroja siempre sabía cómo sacarle una sonrisa.

—El estúpido no es importante, lo que necesito saber es cómo lo estás llevando —dijo él acariciándole la maraña de pelos a su amiga.

—¿Cómo quieres que esté? Es el tercer hombre que me engaña, Dean. El tercer imbécil que no es capaz de terminar una relación antes de meter a otra en la cama. Estoy al pensar que hay algo seriamente mal conmigo —April cerró los ojos intentando calmarse. Su mala suerte con los hombres sacaba lo peor de ella.

—Si te vuelvo a escuchar decir que es tu culpa que te pongan los cuernos, te arrojo a la piscina cuando esté nevando, April —La amenazó Dean, increíblemente molesto con su amiga. Odiaba que se menospreciara de esa manera.

—¿Qué otra explicación hay, Dean? Si no me engañan, me dejan o me roban. Lo juro que nadie tiene tan mala suerte como yo —Se quejó con desesperación y él la abrazó con más fuerza.

Su mejor amiga era el único motivo por el que dudaba en irse a su misión. Dean y April se conocían desde niños y siempre estuvieron juntos, aún en la universidad. Incluso vivían a un bloque de distancia, y uno siempre estaba en casa del otro. En esos momentos ella estaba necesitada y él se sentía como una mierda por tener que dejarla sola en ese estado.

Por su parte, el leve estado de ebriedad de April la hacía recordar todos y cada uno de sus fallos amorosos. A pesar de los tropiezos y las decepciones, ella seguía intentándolo porque muy en el fondo sabía que su miedo más profundo era a quedarse sola. De repente, un pequeño recuerdo se coló en su mente, proporcionándole una solución perfecta para su problema.

—Dean, ya sé lo que voy a hacer —dijo April con seguridad.

—¿Qué? —preguntó él intrigado.

—Voy a tener un bebé —expresó la chica sin titubear, dejando a Dean con la boca abierta. Pasó varios segundos procesando las palabras pronunciadas por su mejor amiga y seguía sin dar crédito a lo que había escuchado.




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