Ya habían pasado algunas horas y todavía no podía creerlo. Era demasiado. ¿Con qué desfachatez se creían capaces de gobernar nuestras vidas? Lo peor es que estaba absolutamente inmiscuida en esto. No podía hacer nada más que sentarme y ver que pasaba.
Así todo se estuviera cayendo a pedazos en mi interior y mi vida estuvise cambiando. ¿Sesenta días para casarme? ¿Acaso estaban en su sano juicio? No podía creer esto. Realmente no podía hacerlo. Al menos Harry no lo sabía. Me sentaba mejor.
Aunque todavía pensaba en él. Sus palabras acerca de nuestras familias y sus secretos. No podía imaginar que secretos serían estos pero viendo el secreto de hoy. Podía afirmar con toda seguridad que de donde vino ese seguro habían más. Incluso peores.
(...)
—Estoy harta de esto. Me voy de aquí.—auncié furiosa desde mi asiento en el comedor.
—¿Pero por qué? ¿qué pasa?.—preguntaba Nicole con notable preocupación.
—Es que ya estoy tremendamente harta de ver a el príncipe restregarse con esa...esa. Ni si quiera se quien es.—expliqué notablemente irritada.
—Si la conoces, es Dinnah. La niña que te odiaba cuando éramos pequeñas. Solo que ahora creció. Es más odiosa que antes.—decía Dexa.—Y tiene botox y unas tetas hechas más grandes que un globo inflado. ¿Han visto como practicamente se le salen de la blusa?—preguntaba Ioan en broma.
Me sentía frustrada, odiaba esto y lo peor de todo. Estaba furiosa conmigo misma. Porque sabía la verdad. Estaba celosa y ver a Harry con Dinnah hacía que perdiera mis estribos.
Sumándole el hecho de que posiblemente él si se podría casar. Cualquiera suspiraría por tener su anillo y convertirse en princesa, incluida la chica con la que tanto se restregaba.
—Lo siento Ioan, no estoy para bromas hoy.—suspiré a la vez que me levantaba y salía huyendo del lugar.
Patética. Solo era una patética. Eso era lo único en lo que podía pensar.
Era tan tonta como para molestarme por ver al príncipe con la imbécil.
Y normalmente no era así y eso era lo peor. El dejarle ganar. El dejar que él, Harry, sacara lo peor de mi. Pero ya estaba bien. No podía dejar que esta situación me ganara.
Seguí caminando sin mirar hacia atrás. Sin ningún rumbo. Sintiéndome mal por dejar a mis amigos atrás pero a la vez sin ninguna gana de estar rodeada de personas. Quería un tiempo a solas conmigo misma, un tiempo para pensar en algo. Pensar en las desgracias que últimamente rodeaban a mi vida.
Porque no, no quería hacerlo. No quería casarme y mucho menos a los dieciocho. Era algo inaceptable. Me arruinaría la vida y lo peor. Es que era un acuerdo real y no podía simplemente safarme de aquello. O conseguía un esposo (cosa que era demasiado improbable) o me debía casar con Harry y eso no era una opción. No podía estar por mucho que quisiera con una persona que me hizo daño. Tendría un miedo constante a que lo volviera a hacer.
Seguía pensando sin darme cuenta de mi alrededor hasta que de pronto me veo impulsada hasta el suelo. Dolía.
Miré hacia arriba y no podía creerlo. Había sido ella la que había colocado su pie para que cayera. Dinnah.
—Ahí es donde te ves mejor, nerd. En el suelo como la basura que eres.—comentó maliciosamente a la vez que pisoteaba los anteojos que anteriormente se me habían caído al suelo.
Pero por más que quisiera no pude hacer nada contra esto, me sentí débil y para cuando ya se estaba llendo lágrimas caían por mi rostro. Jamás me había sentido tan mal. Ahora entendía esas películas donde les hacían bullying a las chicas y a pesar del dolor ellas no hacían nada. Ahora me sentía una de ellas porque muchas veces cuando eso pasa. Estás tan centrada en el dolor, sumida en el pensamiento de que tienen razón, de que se siente real lo que han dicho y en ese entonces no puedes pensar en defenderte. No tienes las fuerzas suficientes.
Así que secándome las lágrimas y con algo de torpeza al levantarme, corrí hacia la primera aula abierta que vi en mi radar.
Entré y cerré la puerta a toda prisa.
Me derrumbé y me deslicé lentamente contra la puerta, con lágrimas cayendo. Ya no las podía contener y me sentía demasiado mal por ello. Porque no sabía donde estaba yo, la Ava valiente y decidida que jamás se dejaba amedrentar por ninguna situación. Veía tan lejana esa observación. Ya no me sentía así, esa ya no era yo y no sabía cuando volvería a serlo. Así que seguí llorando hasta que no me quedó ni una lágrima más, hasta que estas se me secaron.
De pronto miré hacia el frente y me di cuenta de donde estaba.
Esbocé una pequeña sonrisa.
Era irónico que el lugar donde estaba era aquel que consolaba y llenaba nuestro corazón de niños, tanto el de Harry como el mío. Un lugar lleno de música.
Por primera vez desde hacía cuatro años me encontraba en un lugar así, el aula de música. Un aula demasiado majestuosa. Con su piso de madera pulida y aquellas paredes color blanco con detalles en dorado. Estaba aquel mini escenario donde estaban varios instrumentos en un orden orquestal. Ese debía ser el citio de la orquesta de la universidad.
Seguí observando maravillada con todo aquello que me rodeaba, con instrumentos como aquel majestuoso piano clásico de color negro, mi instrumento favorito y junto a él el violín, el de Harry, el instrumento al que él elegiría por sobre todo los otros.
Era irónico que ambos estuvieran juntos. Pero aun así eso no me importó. Porque a pesar de mi tristeza inicial ahora me encontraba feliz, rodeada de lo que antes de todo esto solía proporcionarme paz, lo que solía ser mi consuelo. La música.
Sin darme cuenta comienzo a acercarme y me siento allí frente a aquel espectacular piano. Guiada por un instinto natural en mi. Guiada por aquellas ganas de saciar mi hambre de notas.
De pronto comienza una y luego otra. Hasta que sin saberlo con mis dedos puestos en aquellas teclas, comienzo a tocar, a producir la música y con ella mi voz comienza a pronunciar la letra de mi canción favorita.