La noche envolvió la tierra en su oscuridad y trajo consigo un ligero sopor en sus alas invisibles. Incluso en el bullicioso palacio real reinaba ahora el silencio. Parecía el momento ideal para discutir secretos.
En un candelabro dorado y ornamentado, una única vela ardía solitaria, proyectando una luz tenue sobre el amplio gabinete, donde se distinguían las figuras de dos hombres. Uno de ellos, sentado en un imponente sillón tras un pesado escritorio de madera, degustaba con calma el vino rojo de una copa de cristal.
—Así que el rey ha muerto. No podemos desperdiciar esta oportunidad. Es el momento de tomar el poder en nuestras manos.
El otro hombre, notablemente más joven que su interlocutor, descansaba en un sofá cerca de la chimenea apagada, cuya limpieza impecable delataba la ausencia de cenizas. Con voz tenue y cómplice, preguntó:
—¿Qué propone? ¿Un golpe de Estado?
—No tan drástico —negó el hombre mayor con un leve movimiento de cabeza, sorprendido por la impaciencia del joven—. Debemos actuar con astucia y cautela. La princesa es nuestra llave al poder. Es joven e inexperta. Te casarás con ella y te convertirás en su regente. Eso significa poder absoluto en tus manos… y, por ende, en las mías.
El muchacho se puso de pie y comenzó a caminar lentamente por la habitación. La idea de ese futuro no le resultaba del todo atractiva. Soñaba con ser rey, sí, pero el hecho de que el trono viniera acompañado de una esposa no le entusiasmaba. Siempre había preferido mujeres sumisas, tímidas y dulces, y la princesa no poseía ninguna de esas cualidades.
Finalmente, tras reflexionar sobre la propuesta—que en realidad era una orden—se detuvo junto al escritorio y miró a su interlocutor a los ojos, fijos en un rostro marcado por algunas arrugas:
—¿Por qué Arabella aceptaría casarse conmigo? Nuestro pasado no ha sido fácil y, si mal no recuerdo, ya tiene un prometido.
El hombre mayor hizo un ademán desinteresado con la mano, como si ningún obstáculo pudiera interponerse en su camino:
—De su prometido me encargaré yo. El compromiso será anulado. Si ella quiere gobernar, deberá casarse. Y ahí estarás tú. Al principio, actúa con indiferencia, pero poco a poco muéstrale pequeñas señales de atención. Luego, dile que te has enamorado de ella… de manera inesperada. No creo que te resulte difícil convencer a una joven inocente de la sinceridad de tus sentimientos.
Para él, el plan ya era perfecto y su victoria, inevitable. Pero a veces el destino tiene sus propios designios, y solo el tiempo dirá si este era uno de esos casos.
¡Queridos lectores!
Espero que disfruten de esta historia. Nos esperan intrigas en la corte, momentos tensos y un torbellino de emociones. Añade el libro a tu biblioteca, dona a ❤️ y sígueme para no perderte lo más caliente.
Con mucho amor,
Kristina Asetska!