Una Reina como Regalo

13

No, así no. No con él y no aquí había imaginado mi primer beso. Me di cuenta de que aún no estaba lista para dar ese paso y me aparté bruscamente, golpeando sin querer una copa de vino tinto que se derramó sobre el mantel blanco.

Los sirvientes acudieron de inmediato, limpiando con esmero los rastros de aquel pequeño desastre. Aunque, en realidad, el verdadero desastre habría ocurrido si no hubiera reaccionado a tiempo. No debía mostrar simpatía por ninguno de los pretendientes; era mejor que Roderic creyera que escogería a Lester y así se tranquilizara un poco.

Atrey permanecía inmóvil, pero sus ojos ardían de furia. Ni siquiera se apresuró a salvarme del vino tinto, que podía arruinar mi vestido. Quizá no consideraba que algo así fuera su deber. Bien, mejor así. En cambio, Matthew se levantó de un salto y tomó mi mano con preocupación.

—Oh, ¿la he asustado? Le ruego que me disculpe.

Me puse de pie también y aparté mi mano, fingiendo alisar las arrugas de mi vestido. Tendría que dejarle claras algunas cosas a este insistente joven, que intentaba conquistarme con sus artimañas.

—No me ha asustado, pero está forzando demasiado los acontecimientos y se permite ciertas libertades inapropiadas.

Él bajó la cabeza, cabizbajo.

—Lo siento... Son mis sentimientos por usted. Me vuelven un loco.

Le dediqué una sonrisa amplia y le lancé una mirada enigmática. Mejor que pensara que le creía. Ya no tenía deseos de seguir con aquella velada, así que decidí darla por terminada.

—Gracias por la cena. Ahora, si me disculpa, tengo asuntos que atender y debo retirarme.

Matthew pareció desilusionado, pero su determinación no flaqueó.

—¿Me permite acompañarla?

Su mirada suplicante me hizo ceder. Caminamos por los pasillos mientras él hablaba sin cesar, tratando de encantarme con sus palabras. Al llegar a mis aposentos, nos detuvimos.

—Perdóneme si mi franqueza la ha inquietado, pero así soy yo: un tonto enamorado incapaz de ocultar lo que siente por una mujer tan hermosa.

Al parecer, aún no había agotado su repertorio de halagos. Eran palabras agradables de escuchar, pero lo único que me preocupaba era que no fueran sinceras. ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar Matthew en este juego? Esta aventura se jugaría bajo mis reglas. Bajé la mirada con timidez, fingiendo que le creía.

—Espero que, al menos un poco, logre controlarse. Soy la futura reina, y no me conviene demostrar mis preferencias de manera tan evidente durante esta selección.

—Por supuesto —asintió con comprensión antes de besarme la mano en señal de despedida.

Le regalé una sonrisa y entré en mis aposentos. Si todos los pretendientes eran tan falsos como él, elegir a alguien sería una tarea difícil.

Di unos pasos y entonces recordé que mis habitaciones no habían sido revisadas. Me detuve y me giré bruscamente, chocando de lleno contra el cuerpo de Atrey, quien me había seguido en silencio. La sorpresa casi me hizo perder el equilibrio, pero él me sujetó por la cintura.

Ahí estaba... la única cercanía que realmente lograba alterarme. Aun a través de la tela, su toque encendió una llama en mi vientre, una que se extendió por todo mi cuerpo. Alcé la vista con timidez y me encontré con sus ojos color canela. Fue entonces cuando lo supe: estaba perdida. Perdida en la profundidad de su mirada, en la calidez de sus manos. Me quedé inmóvil, sin atreverme siquiera a respirar. Atrey notó mi reacción y rompió el silencio.

—Disculpe, pero necesito inspeccionar su habitación para asegurarme de que no haya intrusos.

Su cercanía me había desconcertado tanto que no pude responder. Solo logré asentir con la cabeza. Atrey se apartó con suavidad y retiró sus manos de mi cintura. En ese instante, todo el mundo pareció volverse gris. Me apresuré a acercarme a la ventana y fingí estar interesada en el paisaje.

¿Qué me ocurría? Con los pretendientes me mostraba firme, pero apenas me quedaba a solas con Atrey, me sentía como una gatita indefensa. La ira se encendió dentro de mí. ¿Cómo iba a gobernar un reino si ni siquiera podía controlar mis emociones?

Tan sumida estaba en mis pensamientos que ni siquiera me percaté de que los guardias habían terminado la inspección. Fue la voz firme de Atrey la que me devolvió a la realidad.

—Todo está en orden, no hay nadie aquí. ¿Desea que llame a su doncella o a sus damas de compañía?

Dudé un instante antes de responder, sin darme la vuelta.

—No, necesito un momento a solas.

Escuché el sonido de la puerta cerrándose y supe que me había quedado completamente sola. Durante toda la noche, mis pensamientos no dejaron de girar en torno a Atrey. Al acostarme, me hice una promesa: a partir de mañana, no pensaría más en él. Había cosas más importantes en juego. Si no lograba controlar mis emociones, tendría que despedirlo.

Pero el nuevo día no solo trajo los primeros rayos de sol que se filtraban con curiosidad por la ventana, sino también nuevos pensamientos sobre mi guardia. Lo odiaba por eso. ¿Cómo había logrado instalarse tan profundamente en mi mente?

Por suerte, la charla animada de mis damas de compañía me distrajo un poco. Entre risas y susurros emocionados, hacían apuestas sobre quién ganaría la competencia de pretendientes de ese día. La mayoría creía que Lester sería el vencedor, aunque también apostaban por Harry Jackson… siempre y cuando no decidiera buscar valor en el alcohol.

Las risitas se interrumpieron con un golpe en la puerta. Y entonces apareció él… la causa de mi casi insomnio la noche anterior. Atrey, con un papel en la mano y su expresión severa, anunció:

—Disculpe la interrupción. En media hora comenzará la competencia y, antes de eso, debo informarle algo.




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