Su propio tono de ira la asustó, pero no pareció afectar a Matthew. El duque continuó fingiendo inocencia y, al parecer, ni siquiera se sorprendió por su conocimiento:
— ¡No! Quería confesarlo... Cometí un error. No sé cómo sucedió… Ella me sedujo.
— Oh, ¿entonces una frágil dama te tomó por la fuerza? — escuchó el leve resoplido de Atrey. Su cargo exigía total impasibilidad, por lo que, en un instante, su rostro volvió a ser de piedra.
Arabella le lanzó a Matthew una mirada fulminante:
— Aprende a asumir la responsabilidad de tus actos. Sybilla no es una simple doncella; es hermana de la reina, duquesa, aristócrata, miembro de la familia real.
— Pero se comportó como una vulgar plebeya — soltó el infame duque sin contenerse.
Al notar la muda indignación de Arabella, se apresuró a justificarse:
— Arabella, desestimaste mi atención. Ayer ni siquiera quisiste hablar conmigo. Roto de dolor, vagaba por los pasillos cuando, por casualidad, encontré a Sybilla. Ella me hizo saber que, a diferencia de ti, yo no le era indiferente. Solo busqué consuelo en sus brazos y olvidé, aunque fuera por un momento, la frialdad de mi prometida. Tu actitud me destroza el corazón… Sé que he fallado y te ruego que me perdones.
Inaudito. Después de todo, ese vil mentiroso aún esperaba ser su esposo. Ni siquiera de él había esperado tal descaro. Arabella suspiró profundamente:
— Te privé de mi atención solo porque fuiste deshonesto. Si no me hubieras mentido sobre tus sentimientos, si hubieras sido sincero, mi comportamiento habría sido diferente. No soy tan tonta como para no notar la falsedad en tus palabras. Y ahora, ¿te atreves a culparme de lo sucedido?
Sus ojos destellaron de furia al agregar:
— Sybilla no es una mujer con la que puedas pasar la noche y luego olvidarla. Te casarás con ella. Una semana después de mi boda. Y es una orden. Harás todo lo posible para que crea en tu amor, y si por tu culpa una sola lágrima cae de sus ojos, lo lamentarás.
El semblante de Matthew cambió. Su rostro, siempre animado, se cubrió de tristeza. Se pasó nerviosamente la mano por el cabello. Arabella vio que sus palabras no le habían agradado:
— Pero, Arabella… Vuestra Majestad… ¡No quiero casarme con Sybilla! ¡Mi corazón te pertenece!
Su falsedad solo la enfureció más. Trató de aparentar calma, pero no fue fácil:
— ¿Puedes al menos ser sincero ahora? Si me amaras, sabrías el color de mis ojos y jamás me habrías traicionado. Te casarás con Sybilla. No hay discusión.
Matthew se enderezó. Parecía haber aceptado su destino. Dados los acontecimientos, era la mejor solución que Arabella podía idear. Sybilla había confesado su amor por él. Casarse al menos la protegería parcialmente del desprecio y la humillación. Pero Arabella no sabía si le hacía un favor o la condenaba a una vida de sufrimiento. No creía que Matthew cambiara y dejara de ser un mujeriego. El joven, sin embargo, estaba indignado. Olvidando todo protocolo, alzó la voz:
— ¿Quieres sinceridad, Vuestra Majestad? ¡Muy bien! No planeé esto, pero ahora me alegra que haya sucedido. Ser el yerno de la reina tampoco es un mal destino. De todas formas, nunca me habrías elegido como esposo. Todos saben que será Lester. Entonces, ¿para qué este falso concurso? Seamos realistas: el verdadero gobernante es Roderick, y tú solo juegas a ser reina. Elegirás al hombre que él decida, y estoy seguro de que será su hijo.
— ¿Cómo te atreves? — Arabella se levantó de un salto.
Una verdadera reina debe saber controlar sus emociones, así que intentó calmarse.
— Roderick es solo el primer consejero, y puede ser reemplazado. Yo soy la princesa heredera, la futura reina, y mi palabra vale más que la suya. Es una pena que no lo hayas entendido. Ve con tu querido Roderick; quizás él anule tu matrimonio. Pero lo dudo mucho. A partir de ahora, oficialmente, ya no eres mi prometido.
Harta de la compañía de Matthew y de sus acusaciones, se volvió hacia su guardia:
— Atrey, acompaña a este caballero.
— No hace falta que te preocupes tanto. Sé perfectamente dónde está la salida — Matthew se inclinó con burla y, bajo la atenta mirada de Atrey, salió de la habitación.
Las piernas de Arabella flaquearon, y se dejó caer en una silla. Quizás sus súbditos la veían como a una niña ingenua, incapaz de manejar los asuntos del reino. Eso la inquietaba profundamente, sobre todo porque las últimas palabras de Matthew contenían algo de verdad. Roderick contaba con el apoyo del Senado y de la nobleza, y gozaba del respeto del pueblo. Si tan solo pudiera probar su implicación en los turbios asuntos que Atrey le había contado, todo cambiaría. Como si leyera sus pensamientos, el jefe de la guardia intentó tranquilizarla:
— No os preocupéis, Vuestra Majestad. En cuanto os caséis, consolidaréis vuestro poder. Haré todo lo que esté en mis manos para ayudaros.
Tal vez no todo, porque casarse con ella no parecía estar entre sus planes. Pero Arabella se guardó ese pensamiento. No debía permitir que Atrey supiera que aún soñaba con él. Las palabras de Sybilla la atormentaban aún más. La princesa había percibido su amor y la fría indiferencia de Atrey. Hoy había perdido a un pretendiente, reduciendo aún más sus opciones.
No se equivocaba, y pronto el palacio se llenó de rumores. Parecía que solo los mudos no comentaban lo sucedido. Días después, Arabella seguía molesta con su hermana. Sybilla no había venido ni una sola vez a hablar con ella y se preparaba con entusiasmo para su boda. Joseph no se oponía, comprendiendo que era la mejor forma de ocultar la deshonra de Sybilla.
Arabella, en cambio, observaba a sus pretendientes con mayor atención y depositaba grandes esperanzas en Harry. Hasta ese día. Atrey acabó con ellas con una noticia devastadora:
— Harry pasó casi toda la noche en la mesa de juego. Se apostaban grandes sumas y, cuando ya no tenía qué ofrecer, aceptó una propuesta y jugó con vos como premio. Si vos lo elegís, vuestra primera noche de bodas le pertenecerá a Leslie Vinson, quien ganó la partida de póker.