Una Reina como Regalo

49

Atrey Waters

Después de dar órdenes a mis subordinados, seguí a la princesa. Qué irritante me resulta ahora. Se comporta como una niña mimada. ¿Por qué aceptó ese paseo en bote? ¿No se da cuenta del peligro? Ese descarado no ha hecho otra cosa que intentar impresionarla, todo el camino actuando encantador y devorándola con la mirada. Un maldito oportunista. Conozco bien sus motivos, pero no entiendo por qué ella se presta a sus caprichos. Mientras yo me encargo de su seguridad, la princesa le sonríe coquetamente, le ofrece su mano delicada sin titubeos y se sienta junto a él en ese maldito bote. Él se coloca justo enfrente, y a mí me toca sentarme detrás. No es la mejor posición si se presenta alguna amenaza; no podría protegerla a tiempo.

Al menos seré testigo de su conversación. Si me hubiese quedado en la orilla, los celos me habrían consumido por completo. Desde el día en que la cubrí con mi capa para protegerla de la lluvia, se ha distanciado. Tal vez se molestó por mi atrevimiento, aunque nunca lo dijo abiertamente. Aquella vez la vi vulnerable, como una cervatilla temblando entre depredadores. Ahora se muestra segura, firme, como si aquella chica frágil que lloraba en mi hombro no hubiese existido. A veces, me tienta aceptar su propuesta de matrimonio falso, pero mi deber con Patricia me lo impide. Ojalá la boda con ella me devuelva la cordura y Arabella deje de tener este efecto sobre mí.

Como si saliera de una pesadilla, me sacó de mis pensamientos la molesta voz del duque rubio:

— ¡Eh, cachorro! ¿Piensas hacernos esperar mucho?

Su tono insolente acabó con mi paciencia. Por más que intenté controlarme, este imbécil se ganó una buena paliza. Si me acerco y le estampo el puño en la cara, ¿qué puede pasar? A lo mucho me degradan o paso unos días en la cárcel. Lo soporto. Pero al menos ese gusano recibiría su merecido. Cerré los puños y me acerqué con esa intención, pero Arabella se adelantó con tono indignado:

— ¡Aprende a dirigirte a los demás, Lester! No permitiré que insultes a mis escoltas.

— Perdónalo, Atrey —dijo, mirándome con dulzura—. Tal vez el duque ha olvidado lo que son los modales.

Y con esa mirada, toda mi furia empezó a desvanecerse. ¿Cómo lo logra? Un segundo atrás quería arrancarle la cabeza a ese chacal, y ahora mi corazón vuelve a la calma. Él no vale la pena. Quizá intenta provocarme a propósito, para que reaccione y así perder mi puesto y quedarme lejos de Arabella. Gracias a la sensatez de la princesa, logré contenerme y me senté en el bote, ocupando el lugar junto a los remos. Lester, como si no hubiese escuchado su reclamo, continuó dando órdenes:

— El bote no se mueve solo. Toma los remos y rema.

— Lester, Atrey no tiene por qué hacerlo —protestó ella.

La rabia aún ardía dentro de mí, pero su voz suave me calmó de nuevo. El canalla se encogió de hombros:

— Alguien tiene que remar. Pensaba traer a mi sirviente, pero tu… —hizo una pausa deliberada— escolta decidió acompañarnos por su cuenta, y aquí no hay espacio para cuatro. Es él o Hunter.

— Está bien, alteza. Remaré yo.

Accedí. No dejaré que la princesa pierda esta salida por mi culpa, y mucho menos dejaré que vaya sola. Noté cómo me lanzaba una mirada compasiva, que enseguida desvió hacia los juncos del lago, como si hubiera visto algo interesante. Tomé los remos y empecé a moverlos lentamente, impulsando el bote con ritmo constante. Arabella seguía molesta, sin prestarle atención a su acompañante. Él intentó suavizar el ambiente con conversación trivial:

— Es un lugar hermoso, ¿verdad?

La princesa guardó silencio con altivez.

— Conozco bien esta zona. Vengo a pescar seguido, pero es la primera vez que paseo en bote con una dama.

— Vaya, entonces he tenido el honor por milagro —respondió Arabella con ironía.

No creía una sola palabra, y yo tampoco. Él sonrió:

— En realidad, el afortunado soy yo. Estar en una cita con la inaccesible princesa... Confieso que al enterarme de tu compromiso, me entristecí.

Por supuesto. Está obsesionado con el poder. Que no se moleste en fingir. Pero el duque continuó sin remordimientos:

— Me gustas, Arabella. Más de lo que nadie se imagina.

Eso casi me hizo perder el control. Apreté el remo con más fuerza, imaginando que era su cuello el que tenía entre las manos. Por un momento, eso me aliviaba. Ella le sonrió con ternura y le habló con coquetería:

— Entonces cuéntame, ¿qué tan fuerte es ese gusto?

— Aún no lo sé con certeza, pero últimamente siento cosas extrañas. Hoy espero entender por qué me vuelves loco.

Mentiroso. Es la ambición lo que lo enloquece. Arabella bajó la mirada con timidez. ¿Acaso le cree? Sólo pensar que algún día pueda pertenecerle, me resulta insoportable. No solo a él… a nadie. Quisiera hacerla mía, atraerla hacia mí, besarla con tal intensidad que no pensara jamás en otro hombre.

Pero la realidad es cruel. ¿Quién soy yo? ¿Quién es ella? Una reina y su guardia. Entre nosotros hay un abismo imposible de cruzar. Y aun así, fui yo quien la perdió por no aceptar su propuesta de matrimonio. ¿Y qué habría ganado? Noches frías y solitarias soñando con ella. Ya no me ama como antes. Su amor infantil quedó atrás, y a mí solo me queda el dulce recuerdo.

Lester hizo que Arabella se sonrojara, y ahora, como si quisiera redimirse, ordenó con autoridad:

— Detente aquí. Disfrutaremos de la vista desde este punto.

Miré a mi alrededor. Estábamos casi en el centro del lago. Si nos atacan, será difícil protegerla. Nos arriesgamos demasiado, pero no puedo negarle nada a Arabella. Está ahí, sonriendo, con la mirada brillando mientras observa a Lester. ¿De verdad cree en sus palabras?




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