Una Reina como Regalo

62

Atrey Waters

Me encontraba sumido en sentimientos contradictorios tras hablar con Arabella. Por un lado, no me rechazó, no me castigó por lo que ocurrió ayer. Al contrario: temblaba entre mis brazos, e incluso permitió que la besara de nuevo... y eso me llenaba de dicha. Pero, lamentablemente, ella deseaba un matrimonio de conveniencia conmigo. Estoy dispuesto a aceptar eso —cualquier cosa, con tal de no perderla. Sin embargo, cuando prácticamente me ordenó que rompiera con Patricia, una chispa de esperanza se encendió en mi pecho: una posibilidad de un verdadero matrimonio con ella. Se avecina una conversación difícil, pero ya tomé mi decisión: lucharé por mi reina hasta el final.

No encontré a Patricia tan rápido como esperaba. La vi recién en el patio trasero, colgando ropa recién lavada de Arabella. Me acerqué y le susurré al oído:

—Tenemos que hablar.

—¿Ya compraste los anillos?

Su reacción me cayó como un balde de agua fría. Claramente no esperaba lo que tenía que decirle. Como varios sirvientes nos miraban con curiosidad, y yo necesitaba privacidad, le respondí con un aire misterioso:

—Precisamente de eso quiero hablar.

Entramos a una pequeña habitación de servicio y cerré la puerta. Aunque estaba convencido de lo que iba a hacer, no sabía cómo decirle a esa dulce muchacha que nuestra relación debía terminar. Nos unían muchas cosas, y si no hubiera cometido aquel error la noche en que asesinaron a Ian, tal vez ahora sería más fácil hablar con ella. Respiré hondo y finalmente me armé de valor:

—Patricia, eres una chica maravillosa, pero debemos terminar nuestra relación.

—¿Estás bromeando? —sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Por qué me decías que me amabas, que querías casarte conmigo, si todo era mentira? Yo confié en ti. Te entregué mi honor... ¡y ahora me usas y me desechas como si fuera un trapo sucio!

Sollozando, me golpeó con una funda de almohada aún húmeda. Aquella noche… fue desastrosa, no solo para nosotros. Yo regresaba lleno de celos tras hablar con Ian, quien estaba fascinado con Arabella. En mi frustración, me volqué a Patricia, intentando olvidar a mi inalcanzable reina en sus brazos. Le susurré promesas, sueños de futuro, hijos... Más que convencerla a ella, intentaba convencerme a mí mismo. No quería admitir mis verdaderos sentimientos por la princesa. Todo ocurrió sin pensar, y cuando quise darme cuenta, ya era tarde. Le arrebaté su honor y me vi obligado a prometer matrimonio. Pero si lo hago, ambos seremos infelices, pues mi corazón siempre pertenecerá a Arabella. Atrapé la funda que me lanzaba y traté de explicarle:

—En ese momento realmente creía que te amaba, pero ahora sé que estaba equivocado. Perdóname, no sabía que todo acabaría así.

Ella soltó la funda y se tomó la cabeza entre las manos, cubierta con su cofia blanca.

—¿Y ahora quién va a casarse conmigo, si ya estoy manchada por ti? ¿Acaso esa noche mató todo lo que sentías por mí?

No quiero que Patricia sufra. Es mi error, y no puedo borrarlo. Pero incluso con mis buenas intenciones, si me caso con ella, solo traeré miseria para los tres: para ella, para mí y para Arabella. La princesa quizá ya no me ame, pero no puedo herirla. Haré todo lo posible para despertar en ella aquel amor de infancia. Me apresuré a responder, para que Patricia no dudara de sí misma:

—No, claro que no. Eres hermosa, encantadora, y mereces una felicidad que yo no puedo darte. Hace poco comprendí que amo a otra, y seguir engañándote sería cruel. No te preocupes, haré todo lo posible para que te cases bien. Le pediré a Arabella que te ayude a encontrar un esposo digno de ti.

Al mencionar a la futura reina, Patricia bajó las manos y una chispa de odio cruzó sus ojos:

—¿Arabella? Así la llamas ya… ¿Es ella a quien amas?

Guardé silencio. Si la princesa acepta casarse conmigo, Patricia lo sabrá tarde o temprano. Pero decirlo ahora… no tenía el valor. Aunque, por su expresión, ya no esperaba mi respuesta. Ella misma ató los cabos:

—Lo sabía. Hace tiempo noté tus miradas lujuriosas hacia ella. Pero una reina nunca se casará con alguien como tú —un simple guardia sin título. ¡Se reirá en tu cara! — De pronto calló, y una chispa de claridad brilló en sus ojos—. Esos pendientes… No me equivoqué sobre ustedes. ¿Por qué? —sus sollozos se intensificaron—. ¿Por qué no me lo dijiste entonces?

—Cuando me preguntaste, ni siquiera yo entendía lo que sentía. Todo surgió de repente, y por más que lo intento, no puedo olvidarla. No sé si algún día estaremos juntos, pero no quiero seguir engañándote. Solo quiero que sepas que siempre podrás contar conmigo. Si necesitas algo, lo que sea, estaré ahí para ayudarte.

Me acerqué, con la intención de abrazarla y consolarla. Dolía verla llorar así, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas sonrojadas. Pero adivinando mis intenciones, dio un paso atrás:

—¡Maldito seas! ¡No quiero verte nunca más! ¡Arruinaste mi vida! ¡Te odio! ¡Los odio a los dos!

Abrió la puerta de golpe y salió corriendo. Me quedé de pie, con la funda blanca aún en la mano. No debía seguirla ahora. Necesitaba calmarse. Yo también necesitaba reflexionar. Me comporté como un canalla, pero no podía condenarnos a una vida sin amor. Salí del cuarto con paso lento, el viento me alborotó el cabello. La conversación con Patricia me dejó un sabor amargo. Sabía que reaccionaría con dolor, pero no imaginé cuánto.

Arabella estaba reunida con los embajadores, y por alguna razón no quiso que yo asistiera a su encuentro con Quentin. Un sudor frío me recorrió el cuerpo al recordar que ella nunca rechaza directamente a nadie, solo ofrece esperanzas difusas. ¿Y si me hizo romper con Patricia pero nunca tuvo intención de casarse conmigo? ¿Y si es su forma de vengarse por no haberle correspondido antes? El pensamiento me heló. No, mi princesa no haría eso. Ella no es vengativa. Hoy le pediré una respuesta clara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.