Una Reina como Regalo

96

Mis palabras apenas fueron un susurro. Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y me aparté del muchacho. Parecía aliviado. Sacó un pañuelo de su bolsillo y me vendó la mano, que aún sangraba. Con su ayuda, bajé con cuidado por la empinada escalera y me dirigí a mis aposentos.

Ordené a las doncellas que prepararan un baño —después de más de dos semanas sin asearme como es debido, aquellas toallitas húmedas no contaban como higiene—. Sheira ignoró mis órdenes, no solo sobre el baño, sino también sobre casi todas mis peticiones. Lo pagará caro. Envié a Philip a buscarla: ya tenía en mente un castigo apropiado.

Me sirvieron un almuerzo caliente y sustancioso. Ordené que convocaran una sesión del Senado en dos horas. Tenía mucho que contar, debía convencerlos de que estaba en pleno uso de mis facultades y, por fin, recuperar el trono. Estaba decidida: basta de ser prisionera en mi propia casa.

El baño caliente y los aceites aromáticos mejoraron mi estado. Amberly me cuidaba como a una niña, casi soplándome el polvo de los hombros. Me contaba con entusiasmo los últimos chismes de la corte y celebraba abiertamente que Lester estuviera muerto. Sabía cuánto lo detestaba y no tenía reparos en admitir su alivio. Él no le permitía visitarme y había rechazado cada una de sus súplicas sin un mínimo de compasión.

Las hábiles manos de mi doncella se encargaron de mi aspecto, y pronto estuve lista para la reunión.

Entré con paso firme en la sala del consejo. Las voces de los senadores se apagaron, todos se levantaron y me observaron, incrédulos. Sobre todo Roderick. Había envejecido visiblemente en las dos semanas en que no lo había visto: su rostro sombrío, las ojeras marcadas bajo los ojos enrojecidos y las cejas fruncidas lo hacían parecer un hombre completamente distinto. Pero esa impresión cambió en cuanto abrió la boca.

—No tiene autoridad para convocar al Senado —dijo, con desdén—, y menos aún ahora, sin un regente.

Esas palabras solo avivaron mi ira. No pensaba permitir que nadie me desafiara. Respondí con voz firme y autoritaria:

—Siéntense y escuchen bien lo que tengo que decir. Ya no necesito un regente. A partir de ahora, gobernaré sola. El anterior regente no actuaba en mi nombre, sino en beneficio de sus propios intereses… y de los suyos. Me encarceló, les hizo creer que había perdido la razón, pero ninguno de ustedes se tomó siquiera la molestia de comprobar si era cierto. Me juraron lealtad, y su comportamiento solo puede interpretarse como traición. Así que, si quieren conservar sus cargos, les sugiero que no me contradigan.

Guardé un momento de silencio antes de añadir, con una sonrisa fría:

—Curiosamente, todos los que se atrevieron a desafiarme han sufrido destinos fatales. Considero que los casos de Lester y Joseph son suficientemente ilustrativos. Aumento los sueldos de todos los senadores en un veinticinco por ciento. Quien no esté de acuerdo, puede irse. El duque de Optia lo acompañará amablemente hasta la puerta.

Había sido precavida: antes de la reunión, me aseguré el apoyo del general del ejército. Con el respaldo militar, y una generosa mejora salarial, los senadores no se atrevieron a replicar. Solo Roderick no ocultó su hostilidad.

—¡Maldita ramera! Sabía que tú mataste a mi hijo —espetó, lleno de rabia.

—Le exijo que mida sus palabras —respondí, sin perder la compostura—. Por cierto, duque Roderick Hellman, queda usted destituido de su cargo de primer consejero y arrestado bajo sospecha del asesinato del rey Teodoro.

Mis guardias se acercaron y lo sujetaron con firmeza para obligarlo a levantarse. Él me miró con desprecio.

—No tienes pruebas, mocosa insolente. Yo no lo maté.

No tenía pruebas. Pero no pensaba admitirlo.

—Lester habló antes de morir. Me contó todo: cómo anuló, sin mi permiso, mi compromiso con el príncipe Darrel, cómo manipuló los concursos… Y usted, duque Oswald Stevenson, no cayó del caballo por accidente. Fue su amigo quien lo empujó. También sé que ordenó la muerte de Ian.

Mientras lo sacaban de la sala, Roderick no dejaba de gritar:

—¡Yo no maté a Teodoro, maldita cría! ¡No cargues sobre mí culpas ajenas! Tengo pruebas. Encontraron un cabello rubio en el cuerpo del rey. Supongo que pertenece al asesino. En mi despacho, sobre la mesa, hay un cuaderno verde. En él anoté todos los testimonios y hallazgos. Revísalo… y verás con tus propios ojos.

El duque Hellman desapareció por la puerta y sentí que por fin podía respirar. Podía sospechar de muchos, sí… pero aún no sabía a quién más que a Roderick le convenía la muerte de mi padre. Puede que todo lo que dijo sea mentira, pero no puedo descartarlo. Habrá que investigar.

El resto de la sesión lo dediqué a nombrar nuevos consejeros y a reafirmar mi derecho a gobernar sin regente. No sé si fue el miedo a acabar como mis enemigos o el respaldo del ejército, pero nadie se atrevió a contradecirme. Pese a sus rostros contrariados, estaba segura de que unas cuantas monedas de oro pronto aliviarían su descontento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.