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Dorian sacó los dedos de su teclado y se reclinó en su silla, observando con detenimiento cómo su compañero, el agente Jones, intentaba desesperadamente envolver una caja con papel de regalo perfectamente.
No lo había invitado a entrar a su oficina, este ingresó para charlar un poco y según él, robarle su valioso tiempo.
—¿Por qué no lo pediste envuelto, Jones? —preguntó Dorian con molestia. El sonido que realizaban sus dedos envolviendo el papel le desagrada.
Para nadie era un secreto que era malhumorado. Jones apartó la mirada del regalo semienvuelto y enfocó sus ojos marrones en él. Su compañero se encontraba con el ceño fruncido y sus brazos cruzados, haciendo que la tela de su camisa se adhiriera como una segunda piel, dejando ver sus músculos enmarcados a través de esta.
Jones aclaró su garganta sobrepasando lo que diría.
—Es un regalo especial, mi sobrino cumple cinco años.
Endureció sus rasgos faciales, apenas escuchó de lo que se trataba. Su amigo envolvía un regalo para un pequeño rufián. A su mente llegaron los recuerdos que lo habían marcado.
Bufó internamente; los pequeños usan la estrategia más baja del mundo, se convierten en manipuladores con cuerpos diminutos y mejillas regordetas que se roban toda la atención.
—No me mires de esa forma, olvidaba que odias escuchar hablar de niños.
—Exacto, sabes lo que pienso sobre ese tema. —Dijo con brusquedad. Demasiada para ser una conversación amigable.
—Y yo pensando en hacerte mi compadre, mi pequeña princesa nacerá en unos meses.
—¿Por qué alguien, en su sano juicio, querría tener niños? Son como pequeños tiranos en miniatura. Te miran con esos ojos grandes y te hacen sentir culpable por no darles un caramelo o lo que deseen en su momento.
A Jones no le sorprendía escuchar hablar de esta forma a su compañero y mejor.
¡Era algo estúpido no querer hijos! —Pensó Jones. Sin embargo, evitó decir este pensamiento en voz alta.
—No lo entenderías, Elizabeth y yo tenemos más de tres años intentando ser padres, es una bendición que llegó a nuestras vidas.
Quiso morder su lengua, pero aun así lo dijo.
—Aunque claro, querido amigo, eres un insensible que no piensa casarse jamás, ni dejar herederos.
Eso fue un golpe bajo y cuando pensaba protestar, las alarmas de la Agencia de Protección de Personalidades Importantes (APPI) se encendieron. Ambos hombres absorbieron aire. Formaban parte del grupo selecto de las fuerzas armadas del país.
De forma momentánea, las pantallas frente a ellos dejaron ver un caos en la ciudad, autos destrozados, fuego a su alrededor y una estela de humo que se elevaba por el aire. El sonido de la puerta abriéndose los hizo levantar de sus sillas casi de inmediato. Carpetas y documentos clasificados fueron lanzados en la fina mesa de su escritorio.
—Señor —Ambos agentes especiales saludaron a Clark. Su jefe, quien tenía una expresión de preocupación, no era un buen día.
Parte de su equipo falló y las consecuencias eran visibles
—La presidenta de la corte suprema ha sido víctima de un atentado. Mis dos agentes murieron, nuestra seguridad falló. —Dijo sin más, los rodeos no eran su fuerte. —Tenemos que actuar de inmediato, Dorian, te encargarás de este caso. Debemos encontrar a los culpables, eres mi mejor agente de investigación, pero esta vez tendrás que encargarte de la seguridad de la jueza y sus dos hijos.
El silencio fue ensordecedor, sus orejas se sentían calientes y su sangre bullía debajo de su piel.
La noticia de su nueva misión fue un balde de agua fría.
—¿Cuidar niños? No soy una niñera, volví hace apenas dos días a la ciudad y me pides que cuide a dos pequeños rufianes.
Su respuesta no le agradó a Clark. El ambiente se tornó tenso, más de lo debido.
—Jones abandona la oficina, debo hablar en privado con el agente Dorian Carter.
Este no dudó en hacerlo, puesto que el tono de voz que su jefe empleó fue sombrío. La puerta detrás de ellos fue cerrada y este de inmediato habló.
—¿Te pregunté si estabas de acuerdo? No lo hice —respondió su propia pregunta. —Eres mi mejor agente, por lo tanto, protegerás a la jueza Maddy y a sus hijos. Si te niegas, también me negaré a darte el maldito ascenso que me pediste.
Advirtio llevando otra carpeta al pecho de Dorian, el cual sintió un leve clic en su mente al escuchar el nombre de la jueza.
—Debes trasladarte de inmediato a la residencia Moore.
—Me niego, no tengo experiencia con niños y tampoco deseo mezclarme con ellos.
Gruñó casi de inmediato. Su mente se encontraba colapsada con tan inesperada noticia. En su mente, repetía que tal misión era una ofensa a su profesionalismo y a su experiencia.
Su jefe era alto, pero no tanto como lo era Dorian. Se acercó a pasos lentos y lo miró a los ojos.
—Escucha, Dorian.
Comenzó a decir con tono serio.