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Eran las tres de la mañana y no había podido descansar, las agujas del reloj seguían girando y a su vez atormentándola.
Perdió la cuenta de las veces que había caminado por el jardín, intentando no transmitir a sus hijos el dolor que sentía al entender que se había quedado sola con ellos. Le aterraba esa advertencia que Boris soltó antes de irse.
De tan solo recordar esas palabras, su piel se erizó y su corazón bombeó sangre con rapidez, inundando sus oídos del sonido desesperado de cada palpitar acelerado.
Transcurrieron dos meses de esa noche y aun así su miedo seguía latente. No dudaba de su gallardía e incluso era considerada la jueza del distrito más objetiva e inalterable a la hora de hacer cumplir la justicia.
Intentaron sobornarla, al menos diez veces, no solo con dinero, sino ejerciendo fuerza, pero en ningún intento titubeó al responder. ¡No se vendía! Trago grueso y humedeció sus labios, para luego deslizar sus dedos por sus hebras castañas.
—Señora, es momento de que ingrese a la casa. —dijo su jefe de seguridad con sutileza, pero al mismo tiempo con firmeza.
Asintió en silencio y decidió ingresar a la casa, siendo escoltada por su equipo de seguridad.
Ya no era una simple jueza, la nombraron formalmente como la nueva presidenta de la Corte Suprema del país. Trabajó años para lograrlo, pero pese a esto su nombramiento le trajo problemas con su esposo y la opinión pública fue tajante.
“Es joven”
“La primera mujer”
“Es madre de dos hijos”
“No tendrá tiempo de atender a su familia”
Un sin fin de cuestionamientos llegaron y cuando su esposo la abandonó, los cuestionamientos se triplicaron.
Lo que ignoraba es que Boris ansiaba ocupar el lugar de su esposa, le faltaban aproximadamente quince años de trabajo para lograrlo y no entendió cómo Maddy logró el nombramiento en tan poco tiempo.
Antes de irse, la acusó de haber obtenido su nuevo cargo de forma poco honorable, específicamente “Acostándose con el presidente” y no dudó en dejarla llena de deudas y conflictos comerciales. Maddy no entendía su actuar, era la madre de su hijo.
Escuchó el llanto de Vincent y apresuró sus pasos. La nana preparaba su biberón y no dudó en tomarlo de su cuna.
—Señora, preparaba el biberón de Vincent. —Dijo la mujer un poco nerviosa.
—No te preocupes, ve a dormir, me encargaré de mi pequeño. —Sus dedos se deslizaron por el rubio cabello de la pequeña bola de ternura que tenía entre sus brazos.
Sus ojos brillaban debido al llanto de hace un momento, sus mejillas y nariz se encontraban rojas, sus labios se posaron en la frente de su hijo.
—Mi pequeño príncipe. —Vincent la miró fijamente, pero no se resistió al hambre y terminó succionando desesperadamente la leche de su biberón. —Hoy dormirás conmigo y tu hermana.
Caminó fuera y se refugió en la habitación de su primer ángel. Madison hizo que toda su vida cambiará, no se arrepintió ni una sola vez de haberla traído al mundo pese a todo lo que tenía en contra.
Sonrió al verla dormir en calma, como lo merecía. Ninguno de sus dos hijos sería lastimado jamás.
—Tu hermana y tú son mi fuerza. —Susurró tocando la nariz de su hijo. Minutos después los miraba con nostalgia mientras una lágrima rodó por sus mejillas.
Boris se atrevió a dejarla con su hijo aún pequeño, pero aprendió a no esperar demasiado de un hombre. Primero fue Dorian, y ahora había sido Boris
Suspiró resignada, tenía preocupaciones más grandes que pensar en sus amores fallidos.
Acarició a sus pequeños con tanto amor que Madison se giró y la abrazó, de este modo la tranquilidad y el sueño se apoderarón de ella. Tenerlos llenaba de felicidad su ser.
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Maddy elevó la mirada al escuchar nuevamente el cuestionamiento de su edad; estaba cansada del mismo discurso. Es cierto que era la primera presidenta joven en comparación con los diez jueces que fungen como ministros de la Corte Suprema de Justicia.
—Es bien sabido que una mujer tan joven y sin experiencia en estos casos judiciales no contempla las demás opciones como corresponde.
—Juez Nguyen, entiendo su cuestionamiento e incluso su descontento, lo que no permitiré es que cuestione mis conocimientos. El presidente Morris cree en mí y con eso me es suficiente.
Dijo tajante, ocasionando el silencio absoluto en la sala.
Nguyen es un experimentado juez de sesenta años que ansiaba convertirse en el presidente de la corte. Su descontento ha sido notable día tras días, no pierde la oportunidad para hacer reproches e incluso cuestionar el modo de su nombramiento.
—El presidente Morris…
Alzó la mano, dejando ver sus uñas perfectamente cuidadas.
—No lo haga, no siga con su retórica, Juez Nguyen. No estoy aquí para ser un blanco de sus frustraciones personales ni para justificar mi posición ante un sistema que, por cierto, necesita renovarse.