Una revoltosa Misión

04

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Dorian se enfrentaba a la realidad: tener a dos niños bajo su cuidado implicaba hacer algunas compras. Observó a través del retrovisor del coche, asegurándose de que nadie los siguiera, y se alejó hacia el supermercado menos visitado. No descendió del coche; hizo su pedido por el área del automercado.

—Buenas noches, quiero pañales, biberones, leche, algunas muñecas y osos de peluche, galletas de vainilla con chispas de chocolate —recordó que le gustaban a Madison. La mujer sonrió a través de la ventanilla.

—Es papá primerizo. Le daré lo adecuado para sus niños.

Su comentario le desagradó de inmediato; se tensó y no le devolvió la sonrisa, dejando a la mujer descolocada y haciéndola sentir imprudente.

—De inmediato tendrá su orden.

Dorian siguió avanzando y, debido a la gran cantidad de productos, descendió del coche, pagó y guardó las bolsas con cautela. No quería despertar a los niños.

—Gracias por su compra, que lo disfrute —fue la despedida de la mujer, a quien catalogó como “entrometida”. Siguió mirando atrás en cada tramo de la carretera. Se mantuvo así hasta llegar a su residencia.

Desbloqueó las puertas de entrada; estaba cercado dentro de murallas altas camuflajeadas perfectamente con los árboles de pinos y el verde de las enredaderas. Al cerrarse el portón principal, se abrió otra puerta de seguridad. Estacionó su coche y miró a sus nuevos inquilinos.

—Debo cargar a estos mocosos —pensó en voz alta. Con cuidado sostuvo a Vicent y del otro lado sostuvo a Madison; la pequeña se abrazó a su cuello, ocasionando que Dorian se congelara de inmediato.

Suspiró e ingresó a su hogar; vivía alejado de la colapsada ciudad. Le gustaba la naturaleza y no tener vecinos le agradaba más. Subir las escaleras fue tortuoso; para ser pequeños pesaban demasiado. Los llevó a la amplia habitación de invitados que jamás había sido estrenada. Con cuidado colocó a Vicent y Madison en la cama; todo estaba perfectamente pulcro; le obsesionaba la limpieza.

Los rodeó con innumerables almohadas, asegurándose de que ambos estuvieran cómodos y no terminaran en el suelo. Dudaba si cerrar la puerta y apagar las luces; se había hecho tarde.

—Espero despierten mañana —dijo sin remordimiento alguno.

Volvió al auto en busca de las cosas que había comprado; sin duda eran muchas, sobre todo los osos de peluche, le habían dado de todos los tamaños. Agotado dejó las bolsas sobre la mesa del comedor; debía organizarlas, pero antes tomó su tablet y escribió:

»¿Cómo preparar un biberón sin intoxicar a un niño?

Rascó su nuca al ver la cantidad de pasos.

—Ja, ni que los bebés fueran tan importantes como un presidente que tienen que ser servidos con un gran banquete en un biberón —se quejó de mal humor—. Es absurdo.

La niñera le había dado horas específicas en las que Vicent se alimentaba.

Para preparar un biberón puedes seguir estos pasos: leyó el enunciado mientras sacaba la leche en polvo: asegúrate de que tus manos y la superficie de trabajo estén limpias. Toma un biberón limpio o esterilizado. Agrega la cantidad necesaria de agua al biberón; puedes usar agua embotellada baja en minerales o hervir el agua del grifo.

—¿Cantidad necesaria? —rodó los ojos—. Qué instrucciones tan patéticas y poco prácticas.

Agrega la leche en polvo según las instrucciones del envase; la proporción suele ser un cacito raso de leche en polvo por cada treinta ml de agua. Cierra el biberón y al agitarlo hazlo suavemente hasta que no queden grumos. Enfría el biberón hasta la temperatura adecuada colocándolo bajo el chorro del grifo o en un recipiente con agua fría o hielo.

Verifica la temperatura de la leche con unas gotas en la zona interior de tu muñeca; debe estar tibia, no caliente. Dale el biberón al bebé y desecha los restos que no se hayan consumido en un plazo máximo de dos horas; es importante preparar un biberón nuevo para cada toma.

—Ese pequeño me hará su esclavo; si come más de siete veces al día estaré perdido —se quejó.

La idea de no tener hijos se reafirmó especialmente en momentos como este; parecía una tarea monumental. No era novato; sus misiones anteriores habían culminado con éxito. Hace tres días había atrapado a uno de los criminales más buscados del país; amenazaba la seguridad nacional y él se encargó de arrinconarlo hasta atraparlo. Carter amaba la adrenalina y el peligro; merecía unas vacaciones, no ser una niñera.

—¿Por qué no hay un manual para esto? —volvió a quejarse mientras caminaba hacia su oficina; sus manos se deslizaron por una de las paredes y una pantalla apareció: tenía cámaras de vigilancia en cada lugar; ahora debía poner una en la habitación donde se quedarían los niños.

Miró a su alrededor y todo se veía normal; encendió su computador y comenzó a teclear: había olvidado las carpetas pero ya tenía la información sobre Maddy en su correo.

Suspiró y cerró los ojos levemente; su mente traicionera lo llevó a ese momento en el que se miraron a los ojos, no sería la última, puesto que tendran que toparse nuevamente.

»No soy para ti Addy, no quiero tener hijos, no quiero una familia —sus palabras fueron dichas con frialdad cortante.



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En el texto hay: humor, agente, niños traviesos

Editado: 13.01.2025

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