Capítulo Treinta y dos
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Después de muchos días de terapia en horario doble, gracias a la solicitud que le hice a mi doctor y después de hacerme varios exámenes para darme el sí, ahora ya podía caminar, la movilidad de brazos y piernas las había recuperado rápidamente, el haber estado poco tiempo en coma también fue de gran ayuda.
Mi hora de alta estaba dada para las diez de la mañana, pero ya no aguantaba estar ni un minuto más en este lugar y para mi buena suerte mi doctor estaba de guardia, después de haberlo seguido por todos lados y fastidiado hasta el cansancio desde las cinco de la mañana y sin dejarlo descansar, para que me adelante la hora de salida aceptó con la condición de no molestarlo más, así que firmo para las siete. Seis y cincuenta y ocho… seis y cincuenta y nueve… ¡siete! Salí de mi habitación, mostré a la enfermera la orden firmada por el doctor, me preguntó si venían a recogerme a lo que me negué porque quería caerles de sorpresa y de esa manera recuperar mi independencia, al bajar tomé un taxi y llegué a mi casa, toqué el timbre.
- ¡Sorpresa! – grite al ver a mi madre abrir la puerta.
- ¡Yaneth! – grita abriendo los ojos, dándome un gran abrazo - ¡Anghela, Ricardo! –seguía gritando visiblemente emocionada y jalándome al centro de la sala, ellos vienen corriendo a ver qué pasaba.
Ricardo tenía a la motita en sus brazos, Anghela al verme se lanzó a darme un abrazo de oso mientras veía a mi hermano aguantar su cólera, debo admitir que me causó gracia.
- ¡Íbamos a recogerte más tarde! – replica Anghela al separarse del abrazo.
- A las diez, – la miro con cara de fastidio – conociéndome crees que me aguantaría – toco su nariz con mi dedo índice, causándole una sonrisa.
- Hola hermano - ladeo mi cabeza -, ¿no me darás un abrazo? – abro mis brazos –, pero antes dame a esta cosita bella – alzo a la motita y la lleno de besos –. Hola preciosidad – beso su cachete y ella sonríe -, eres la bebé más bella que he visto en mi vida – vuelvo a besar su mejilla.
- Y cómo no va ser hermosa, si Anghela es su madre y yo su padre – me abraza si aplastar a la motita – bienvenida… hermanita.
- Te doy toda la razón hermano, es igual de bella que su madre – sonrío mofándome ante su cara de fastidio. – no creo que me maten de hambre verdad, ¿y mi desayuno?
- ¡Tu desayuno, claro mi nena! – dice mamá dando un aplauso - Vamos a la cocina, querida –me toma de los hombros para dirigirme al lugar.
- ¡Dame a Valentina! – se acerca mi hermano con intenciones de quitármela.
- No, no te la daré – respondo alejándola de él y mirándolo fijamente – aunque mejor si, llévatela y cámbiala – continuo al oler que se había hecho popo.
Ricardo la tomó y se la llevó arriba con el rostro rojo de cólera. Mamá y Anghela me llevaron a la cocina regañándome a cada paso que daba.
- ¡Basta! ¡llegué sana y salva! ¿no es así? – me siento en el pequeño comedor.
- Si nena, pero…
- Nada madre, necesitaba sentirme yo, eso es todo.
- Te entendemos Yaneth – dice mi princesa -, pero debiste llamarnos antes, para esperarte.
- Para que estén preocupadas, si por casualidad me demoraba, no gracias. Las conozco demasiado bien como para haberlas llamado antes - Sonrío.
- Pero es normal que nos preocupemos por ti, tonta – me golpea el hombro.
- No pues, no al maltrato, para eso no me desperté – les sonrío ante su rostro de no saber qué decir.
- ¿A no? ¿entonces para que te despertaste? – pregunta Anghela como retándome.
- Pues para hacerte enojar, tonta – le jalo el cabello, les causo una sonrisa.
- Ya come, no pediste tu desayuno – Anghela coloca los platos y no sé si lo había hecho conscientemente pero mientras estábamos bromeando, me había preparado mi desayuno favorito con las cucharas exactas de azúcar en mi bebida.
- Gracias, lo comeré con gusto - Empiezo a comer.
- Valentina ya está cambiada – entra mi hermano con la motita en brazos y se la da a Anghela –, es… hora de… irme a trabajar – dice evidentemente esperando a que lo detengan y mirándome.
- Si, tranquilo, yo cuidaré muy bien a la familia - respondo mofándome y sigo comiendo.