Una trampa para el insoportable

Capítulo 5. Tintorería y café

Brenda

*

Nunca me he encargado de ropa masculina para adultos. Ignoro si es necesario que todos los trajes de sastre se lleven a la tintorería. Yo arrojo toda mi ropa a la lavadora, no tengo tiempo para clasificarla. Thiago parece tener tiempo de separar cada prenda porque necesito más manos para cargar tantos trajes en sus respectivos protectores de ropa.

El recepcionista del edificio acude en mi rescate con un carrito metálico para colgar todas las prendas en el tubo superior.

—Gracias —murmuro sin disimular el agotamiento—. Pensé que me quedaría sin fuerza en los brazos en cualquier momento.

El chico me sonríe condescendiente y noto que tiene un piercing en el labio que le queda de maravilla. Nunca me han atraído los tatuajes y piercings en hombres, pero en este chico se ve increíble; añade luminosidad a su sonrisa ya bonita. Posee unos enormes ojos castaños y el cabello ondulado en el mismo color. Es más joven que yo, de eso no me queda duda, posiblemente tiene veinte años y no puedo evitar sonrojarme por pensar que encuentro atractivo a alguien menor que yo.

«Tienes un hijo», me recuerdo.

—De nada, ¿puedo preguntar para quién es?

—Thiago Olivares.

—Oh, el señor Olivares —dice con un tono peculiar—. Es mejor que se apresure.

—¿Es gruñón?

El chico ríe y menea la cabeza, mas no responde mi pregunta. Me ayuda empujando el carrito hasta el elevador y luego a meterlo en éste. Selecciona el piso de Thiago, el octavo, y se despide con una sonrisa.

En la soledad del ascensor pienso en que nunca me he planteado retomar mi vida amorosa. Dedico mi tiempo entero a trabajar y a Bruno, no podría llevar una relación. Además, me aterra pensar que alguien podría tratar mal a mi hijo por mi culpa, nunca lo permitiría.

El padre biológico de Bruno ya tiene otra relación, es lo que me contaron. En esa ocasión que dijeron que vivía en Tulum y trabajaba en un hotel, pero no sé más, tampoco pregunté demasiado. No me interesa saber de alguien que nunca se atrevió a preguntar si su hijo estaba bien.

La puerta del ascensor se abre y empujo el carrito hacia afuera. La primera puerta corresponde al departamento de Thiago. Primero llamo con tres golpes firmes, nadie responde, y vuelvo a insistir sin obtener respuesta. He avisado por mensaje de texto que venía para acá y mi jefe tampoco contestó, así que uso la llave y entro al departamento.

Contengo el aliento. Este sitio es hermoso. Posee sillones de piel en color caoba y el piso semeja ser de madera. Las paredes son de diminutos ladrillos oscuros y también tiene una chimenea falsa decorando la sala. En mi vida me imaginé visitar un sitio como este.

Empujo el carrito por la sala hasta el pasillo que deduzco debe conducir a las habitaciones. El ruido de las ruedas es el único que se escucha en el departamento hasta que abro la puerta de la primera habitación y descubro que mi jefe también tiene un tatuaje y piercings… ¡y que la chica que está con él no!

—¡Ay, Dios mío! —exclamo y abandono el carrito con la ropa mientras regreso corriendo a la sala.

La mujer grita. Thiago me llama en otro grito y yo simplemente palidezco al lado de la chimenea… ¡No puede ser que ya me van a despedir!

—¡Brenda!

—¡Perdón!

Thiago sale del pasillo, tiene una bata de baño en color gris que hace lucir sus ojos más claros y lleva el cabello húmedo… Eso quiere decir que empezaron en el baño y estaban terminando… «eso» en la cama.

¡Si enrojezco más podré disfrazarme de tomate!

—¡Lo lamento tanto! ¡Llamé a la puerta y le envié mensaje!

—Brenda…

—¡Perdón!

La mujer sale en ese momento, está enrollada con la sábana y no duda en arrojarme uno de sus zapatos. Su mala puntería la hace atinarle a la chimenea y dejarle una fea abolladura en un costado.

—¡Fisgona! —chilla ella.

—Dayana… —dice Thiago—. Fue un accidente, es mi asistente.

—¡Estaba mirándonos!

—¡No! —grito y avanzo dos pasos—. ¡Fue un accidente, es cierto!

—¡Mentira!

La mujer hace una rabieta, enrolla más la sábana y regresa a la habitación.

—No te vayas —me pide Thiago y sigue a la mujer.

Estoy lista para desobedecer, pero la vergüenza me obliga a quedarme en mi sitio mientras la pareja discute en la habitación. No demora demasiado, apenas unos cinco minutos cuando la chica sale del pasillo y, a grandes pasos, se marcha del departamento con todo y un portazo que hace vibrar las paredes del departamento.

Thiago regresa a la sala ya con ropa, «gracias a Dios». Se ha puesto un pantalón de mezclilla roto y una camisa blanca que tiene algunos botones abiertos. La porción de piel que revela no muestra el tatuaje que tiene en el pectoral izquierdo, una huella de perro; y tampoco los piercings que tiene en las tetillas.




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