Una trampa para el insoportable

Capítulo 9. Brutal sinceridad

Brenda

*

—Terrible —dice Thiago frente a la pareja de bailarines amateur que participó en el programa de televisión—. Los pies izquierdos del mundo se sienten indignados. No tengo nada más qué decir.

La pareja de bailarines lo observan sin saber si reír o indignarse, creo que piensan que es una broma, pero yo sé que no. Thiago está siendo brutalmente sincero, como acostumbra. Por lo menos, en esta ocasión no son niños, sino una pareja adulta.

—Pero… ¿por qué? —inquiere el hombre del dueto.

Thiago suspira hondo y se acerca al micrófono que está en una base sobre la mesa frente a él.

—Es que no sé ni por dónde empezar, ¡todo estuvo mal! Iban desordenados, ella olvidó la coreografía, te tropezaste, no usaron el escenario completo… En serio, ¿quién se encarga de las audiciones para traer a los participantes? —pregunta Thiago y su atención ya no está en la pareja, sino en nosotros detrás de cámaras, particularmente en su padre que le mantiene la mirada sin moverse ni un milímetro—. Deberían despedirlo. No puede ser que usemos tiempo de televisión en «esto».

Si agregaba más asco cuando pronunció la última palabra, habría vomitado.

—Thiago, son participantes amateur, no son profesionales —explica Marianne, a su lado—. No puedes juzgarlos como si estuvieran representando a México en un campeonato internacional.

—Hay un premio, ¿no? —espeta Thiago con ese tono frío que consigue erizarme el cabello de la nuca.

—Pues sí…

—¿Entonces? Debo aplaudir que hicieran todo mal porque no son profesionales, pero quieren llevarse el premio… No entiendo, Marianne, explícame.

Marianne intenta hacerlo razonar repitiendo lo que dijo anteriormente, pero con otras palabras. Thiago está absolutamente serio.

La Community Manager está sentada a mi lado y sus ojos están a punto de salirse de sus cuencas mientras revisa las redes sociales en el celular.

—Creo que debemos enviar a comerciales —sugiere ella y enseña el celular al productor, éste niega.

—No, el rating.

Reviso en mi propio celular. Thiago está recibiendo tanto odio e insultos que, si yo fuera su padre, ya habría enviado a anuncios comerciales y eliminado la estúpida competición de baile; sólo la usan para perder tiempo de las cuatro horas que dura el programa de televisión, es una ridiculez.

Me incorporo. Sostengo el celular sobre mi pecho y trato de captar la atención de Thiago sólo con la mirada, pero el presentador está ensimismado en su discusión.

—Perdón, Marianne, pero es injustificable, esto es…

—Por eso lo golpearon —brama el participante y consigue la atención de todos, hasta se crea un silencio incómodo que sólo dura unos segundos—: El ridículo es usted, ¿quién se cree? ¿cuántos premios de baile tiene? ¡Ninguno porque no sabe! ¡No merece estar en donde está!

Thiago esboza una sonrisa socarrona.

—Pues creo que estamos a mano, ¿no? Tú no mereces estar parado ahí, pero la diferencia es que te irás en unos minutos y yo aquí seguiré.

Sólo le falta arrojar el micrófono como en una batalla de rap.

Todos contenemos la respiración. La chica del dueto está llorando, su sollozo capta la atención de su pareja. Éste aprieta las manos hasta convertirlas en puños, deja caer el micrófono y se precipita hacia Thiago, pero dos chicos de seguridad se abalanzan a toda velocidad y consiguen detenerlo; ni vi a seguridad acercarse.

—¡Hijo de tu chin…!

—¡Comerciales! —grita el productor.

La pantalla principal nos muestra que ya no están transmitiendo en vivo.

—¡Suéltenme! —continúa gritando el participante mientras es arrastrado fuera del estudio. Su pareja lo sigue a pasitos y sin parar de llorar.

Y Thiago, ese Thiago… ¡Lo está despidiendo con un saludo corto, corto, largo, largo y una petulante sonrisa!

—Qué fastidio —suelta con voz relajada mientras se afloja la corbata.

—Thiago, un día nos vas a joder a todos —escupe Marianne al tiempo en que se levanta de su asiento—. Si estás amargado u odias tu vida, es tu problema, no nos arrastres a todos.

La conductora se da la media vuelta y se marcha. Thiago ni se inmuta, sino que estira los brazos sin parar de sonreír y también abandona su sitio en la mesa de los jueces. Se acerca a nosotros o, mejor dicho, a mí y señala su botellón térmico de café.

—¿A qué hora llega Gabriel? —pregunta Thiago a su padre.

El productor consulta su reloj inteligente y contesta:

—Ya está en maquillaje.

Thiago asiente.

—¿Vienes? —me pregunta.

Asiento. No puedo hablar, estoy un poco impactada. Probablemente él estará igual cuando lea todo lo que le dicen en las redes sociales. Por lo pronto nadie me ha mencionado como su pareja, sino que se divulgó la breve entrevista que le hicieron en la alfombra roja donde explica que soy su asistente.

Acompaño a Thiago por el pasillo de un costado que nos lleva directo a la zona de vestuario y maquillaje. En una de las habitaciones se encuentra Gabriel Dos Campos, el actor acusado de abuso sexual que entrevistará Thiago.

—¡¿Qué tal?! —saluda el actor con un apretón de manos y palmada en la espalda a Thiago—. Vi que quisieron pegarte.

Una televisión está en la parte superior, por arriba del espejo frente al que está sentado.

—Cosas diarias —suspira Thiago y señala su moretón que casi ha desaparecido, ya con el maquillaje no se nota—. Aficionados.

Gabriel suelta una carcajada. La maquillista tiene algunos problemas intentando disimular las ojeras porque el hombre no se queda quieto.




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