La luz del sol artificial de Neo-Telosa se filtraba por el ventanal del apartamento de Cristiam, proyectando patrones geométricos sobre el suelo pulido. El aire, purificado y recirculado por los sistemas centrales de la ciudad, tenía un aroma neutro a ozono y metal pulido, muy distinto a la brisa silvestre que, según los históricos, alguna vez acarició los rostros de sus ancestros. Cristiam, con sus 25 ciclos solares a cuestas, observaba el ir y venir de los aerotaxis. Eran las siete de la mañana, y el pulso de la ciudad ya vibraba con la energía de una nueva jornada.
—Buenos días, Sombra —murmuró Cristiam, acariciando el lomo de su gato, que ronroneaba con la satisfacción de un pequeño motor biológico. Sombra, un felino de pelaje tan oscuro como la noche sin estrellas, se estiró con una elegancia felina que Cristiam siempre admiró. Era un lujo tener una mascota orgánica en un mundo donde la mayoría optaba por compañeros sintéticos, menos exigentes y más predecibles. Pero Cristiam disfrutaba de la espontaneidad y el genuino afecto de Sombra, una de esas "pequeñas cosas" que hacían su vida digna de ser vivida.
Mientras preparaba su nutri-batido matutino, una notificación holográfica parpadeó en el aire de su cocina. Era de la Oficina de Planificación Demográfica. El mensaje era conciso, como siempre: "Recordatorio: Edad óptima para la co-creación biológica. Programar consulta antes del ciclo 26." Cristiam suspiró, el gesto casi imperceptible, pero cargado de un peso que el nutri-batido no podía disipar.
En su sociedad, la reproducción era un asunto de responsabilidad cívica y biológica. La humanidad había superado las divisiones de "hombre" y "mujer" hacía siglos, evolucionando hacia una forma hermafrodita que permitía a cada individuo la capacidad de ser progenitor o gestor, o ambos, en un proceso de co-creación asistida. Era eficiente, equitativo y había erradicado innumerables conflictos sociales del pasado. Sin embargo, para Cristiam, representaba una presión que se cernía sobre su espíritu libre.
"Un hijo", pensó, mientras su mirada se perdía en el reflejo de su propio rostro en la ventana. Era un rostro agradable, con ojos vivaces y una sonrisa fácil que usaba a menudo en su trabajo como arquitecto de paisajes virtuales. Su mente era un torbellino de ideas, siempre buscando la belleza en la simetría de los algoritmos y la armonía de los colores. Pero la idea de un *hijo*... eso era una responsabilidad de una magnitud completamente diferente a la de diseñar un bosque flotante o un jardín de cristal.
Sombra saltó al mostrador, frotándose contra su pierna, como si percibiera la turbulencia interna de su compañero. Cristiam lo levantó y lo acunó, sintiendo el calor de su cuerpo.
—¿Qué haré, Sombra? Todos esperan que lo haga. Mis amigos ya están en ello, algunos tienen dos. Dicen que es "la experiencia más gratificante". Pero yo... yo estoy bien así. Con mis diseños, mis conversaciones, mis paseos por los distritos luminosos y tú. No quiero más.
El gato maulló, un sonido que para Cristiam era más elocuente que muchos discursos humanos. Era un "no te preocupes, yo estoy aquí" o quizás un "déjame en paz, tengo hambre". En cualquier caso, era una respuesta más clara que las que le ofrecía su propia mente.
Cristiam sabía que su resistencia era vista como una excentricidad. En una sociedad donde la contribución a la continuidad de la especie era casi un rito de paso, su apatía era una anomalía. Pero, ¿y si esa "experiencia gratificante" significaba sacrificar la paz y la libertad que tanto valoraba? ¿Y si, en lugar de un legado, solo encontraba una carga? Estas preguntas, silenciosas pero persistentes, eran el verdadero motor de su dilema, mucho más potente que cualquier presión social.