Cristiam abrió la puerta de su apartamento en el Sector Jardín, el aire fresco y perfumado de las plantas sintéticas aún en sus pulmones. El apartamento, como siempre, estaba en un orden impecable, con sus diseños geométricos y muebles minimalistas que reflejaban su gusto por la eficiencia y la simplicidad. Tan pronto como entró, un suave ronroneo lo recibió. Sombra, su gato de pelaje oscuro como la noche y ojos verdes esmeralda, se frotó contra sus piernas con una elegancia felina.
—Hola, mi Sombra —dijo Cristiam, agachándose para acariciar la cabeza del gato, que respondió con un maullido satisfecho—. ¿Me extrañaste, eh?
Sombra saltó al sofá, se acurrucó en su lugar favorito y lo miró con esa mirada enigmática que solo los gatos poseen. Cristiam se sentó a su lado, suspirando. El día había sido más... revelador de lo que esperaba.
—Hoy fue un día interesante, Sombra —comenzó Cristiam, como si el gato pudiera entender cada palabra—. Conocí a alguien en la Terminal. Se llama Ariel.
Sombra parpadeó lentamente, como si estuviera absorbiendo la información.
—Era... diferente. No como la gente con la que suelo interactuar. Ella es una ecologista, ¿sabes? De esas que se preocupan por los ecosistemas naturales y todo eso. Y hablamos. Mucho.
Cristiam se reclinó en el sofá, su mirada perdida en el techo pulido.
—Hablamos sobre... bueno, sobre la "continuidad de la línea". Y la presión. Sabes, la que todos sienten. La de tener hijos, la de seguir el camino establecido. Y ella... ella lo entendió. Ella no me miró como si fuera un bicho raro por no quererlo. Al contrario, me hizo sentir que mi elección es válida.
Sombra extendió una pata y la apoyó suavemente en el brazo de Cristiam, un gesto inusual de afecto.
—Me dijo que la obligación es una construcción social. Que no todos estamos hechos para ser padres, y que eso está bien. Que hay otras formas de contribuir. ¿Te lo puedes creer, Sombra? Es como si me hubiera quitado un peso de encima que ni siquiera sabía que llevaba.
El gato ronroneó más fuerte, su cuerpo vibrando contra el de Cristiam.
—Ella no tiene hijos tampoco. Y no le interesa. Dice que su trabajo es proteger el planeta para las futuras generaciones, no necesariamente crearlas ella misma. Y que prefiere su libertad. ¿Libertad, Sombra? ¿Es eso lo que busco? ¿La libertad de no tener esa responsabilidad?
Cristiam acarició el lomo suave de Sombra, la textura sedosa del pelaje era reconfortante.
—Siempre pensé que era egoísmo. Que era un fallo en mí. Que todos los demás lo entendían, y yo no. Que había algo roto en mi cableado genético por no sentir ese "instinto paternal" que tanto pregonan. Pero Ariel... ella lo llamó "el egoísmo de la libertad individual". Y dijo que no hay nada inherentemente malo en eso.
Sombra bostezó, mostrando sus pequeños colmillos, y luego se acurrucó más cerca, cerrando los ojos.
—Es extraño, Sombra. Llevo años escuchando a mis padres, a mis amigos, a la Oficina de Planificación Demográfica, y a todos los que me rodean. Y en una sola conversación con una desconocida, sentí más comprensión y validación que en todos esos años. ¿Significa eso que he estado evitando la verdad? ¿O que he estado buscando la verdad en los lugares equivocados?
El apartamento se sumió en un silencio cómodo, solo roto por el ronroneo constante de Sombra. Cristiam se quedó allí, acariciando a su gato, las palabras de Ariel resonando en su mente. La idea de que su "egoísmo" no era un defecto, sino una elección válida, una forma de libertad, comenzaba a asentarse en su corazón. Y de alguna manera, el hecho de compartirlo con Sombra, su confidente silencioso, lo hacía aún más real.
—Quizás, Sombra —murmuró Cristiam, su voz apenas un susurro—, quizás no tengo que ser lo que todos esperan de mí. Quizás puedo ser solo... yo. Y eso es suficiente.
Sombra levantó la cabeza, lo miró con sus ojos verdes, y luego, para sorpresa de Cristiam, lamió su mano. Fue un gesto pequeño, pero para Cristiam, en ese momento, fue la confirmación más profunda que podría haber recibido.