La semana siguiente a la "cena de la declaración de independencia" fue extrañamente tranquila en casa de los Valerius. Clara, la madre de Cristiam, mantenía una distancia cautelosa, una especie de tregua silenciosa, mientras Rafael, el padre, parecía observar a Cristiam con una mezcla de curiosidad y preocupación. Cristiam, por su parte, se sentía más ligero, como si un peso invisible se hubiera desprendido de sus hombros. La afirmación de su propia voz, aunque incómoda, había sido catártica.
Una tarde, mientras Cristiam se dirigía a la Terminal de Transporte Público, sumido en sus pensamientos sobre un nuevo proyecto de paisajismo virtual que estaba bocetando en su mente, buscando la fusión perfecta entre la inmersión sensorial y la optimización de recursos computacionales, una voz familiar lo sacó de su ensimismamiento.
-¡Vaya, vaya! ¿El caballero del "sistema operativo defectuoso" o el "creador de mundos"?
Cristiam se giró abruptamente. Allí estaba Ariel, apoyada casualmente contra una columna luminiscente de la Terminal, con una sonrisa pícara en los labios. Llevaba una chaqueta de cuero sintético que brillaba con pequeños patrones holográficos y unas botas que parecían desafiar la gravedad. Su cabello, hoy recogido en una trenza lateral, dejaba al descubierto unos pendientes con forma de pequeños engranajes.
-Ariel -dijo Cristiam, una sonrisa genuina extendiéndose por su rostro. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía tan espontáneamente feliz de ver a alguien-. No esperaba encontrarte aquí.
-El universo tiene formas curiosas de juntar a la gente, ¿no crees? -respondió ella, enderezándose-. O quizás es solo que ambos usamos la misma línea de transporte. Aunque, siendo honesta, estaba esperando que volviéramos a cruzar caminos. Tenía la sensación de que nuestra conversación no había terminado.
Cristiam sintió un rubor en las mejillas.
-Yo también. Después de nuestra charla, tuve una cena familiar bastante... reveladora.
Ariel arqueó una ceja.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo fue la "revelación"? ¿Hubo gritos, lágrimas, o simplemente esa decepción silenciosa que te congela el alma?
Cristiam soltó una carcajada.
-Un poco de todo, sin los gritos. Pero logré mantenerme firme. Les dije que mis decisiones son mías.
-¡Bravo! -exclamó Ariel, aplaudiendo suavemente-. ¡Un pequeño paso para Cristiam, un salto gigantesco para la autonomía personal! Me alegro de oírlo. Sabía que tenías esa chispa.
Mientras esperaban el tren gravitacional, la conversación fluyó con una facilidad sorprendente. Hablaron de sus trabajos: Cristiam sobre la complejidad de las topografías digitales, la armonía de los ecosistemas simulados y la belleza de un entorno virtual bien construido, sobre cómo la arquitectura de paisajes virtuales es una expresión de la imaginación y una forma de arte que moldea la percepción; Ariel sobre su pasión por la ecología urbana, los desafíos de la agricultura vertical y la necesidad de una conexión más profunda con la naturaleza, incluso en un mundo tan tecnificado.
-Así que, ¿eres una especie de... guardiana de las plantas? -preguntó Cristiam, fascinado.
-Algo así -dijo Ariel, riendo-. Me gusta pensar que soy una voz para aquellos que no tienen una, o al menos no una que la gente escuche. Las plantas tienen mucho que enseñarnos sobre resiliencia, interconexión y la belleza de la imperfección. Algo que a veces olvidamos en nuestra búsqueda de la eficiencia perfecta, o en la creación de mundos que solo existen en el éter.
Cristiam se dio cuenta de que no solo le gustaba la conversación con Ariel, sino que la encontraba estimulante de una manera que pocas personas lo hacían. Ella desafiaba sus preconcepciones, le mostraba perspectivas que él, en su burbuja de píxeles y algoritmos, rara vez consideraba.
Cuando llegó su tren, se encontraron sentados uno al lado del otro. El viaje pasó volando mientras seguían charlando, compartiendo anécdotas y puntos de vista. Cristiam descubrió que Arel tenía un sentido del humor agudo, con una inclinación por lo absurdo que le hacía reír a carcajadas.
Al llegar a su destino, un distrito vibrante lleno de centros comerciales y zonas de ocio, Ariel se volvió hacia él.
-Mira, Cristiam, no quiero que esto sea un encuentro único. Me gustó mucho nuestra charla. ¿Te gustaría tomar un café o algo así, un día de estos? No de "cita", solo de... personas que disfrutan de una buena conversación.
Cristiam sintió un calor agradable en el pecho.
-Me encantaría, Ariel. De verdad.
Intercambiaron sus identificadores de comunicación y se despidieron. Mientras Cristiam se dirigía a casa, una nueva emoción burbujeaba en su interior. No era la presión de las expectativas, no era la ansiedad de la conformidad. Era algo más ligero, más prometedor. Era la emoción de una conexión incipiente, la posibilidad de una amistad que podría florecer en algo más.
La idea de que Ariel pudiera ser más que una amiga, de que pudiera haber algo romántico en el futuro, cruzó su mente como un rayo fugaz. Pero la apartó. Por ahora, la simple amistad, la oportunidad de tener a alguien que lo entendiera, que lo desafiara y que lo hiciera reír, era suficiente. Y quizás, solo quizás, esa era la verdadera libertad.