Uno

C18: El Pez en Dos Aguas

Mara crecía, no solo como un ser humano, sino como un puente viviente. Cristiam y Ariel, con una determinación férrea, se habían propuesto crear un equilibrio, no una mera coexistencia, sino una fusión armoniosa de sus dos mundos para su hija. La cabaña en el linde del bosque se convirtió en el epicentro de este experimento cultural.

Durante los primeros años, la rutina de Mara era una danza cuidadosamente coreografiada entre la cúpula y el bosque. Las mañanas las pasaba con Ariel, explorando los senderos del bosque, aprendiendo los nombres de las plantas y los animales, escuchando las historias de los ancestros y las canciones de la tierra. Ariel le enseñaba a sentir la energía de los árboles, a identificar las huellas de los animales, a comprender el lenguaje silencioso de la naturaleza. Mara aprendió a moverse con la gracia de una gacela, sus sentidos agudizados por el entorno salvaje. Su vocabulario se enriquecía con los dialectos antiguos y las metáforas de la naturaleza.

Las tardes, en cambio, eran para Cristiam. La cabaña se transformaba en un pequeño centro de aprendizaje tecnológico. Cristiam le presentaba a Mara interfaces holográficas, juegos educativos que enseñaban lógica y programación, y simulaciones interactivas sobre la historia y la ciencia de la cúpula. Mara aprendió a manipular datos con facilidad, a resolver rompecabezas complejos y a comunicarse con los sistemas inteligentes de la cúpula. Su mente, ávida y curiosa, absorbía la información con la misma avidez con la que sus ojos se maravillaban ante las estrellas proyectadas en su habitación.

Las familias, aunque aún vocales, tuvieron que aceptar esta rutina. Los abuelos de la cúpula visitaban la cabaña y, aunque al principio fruncían el ceño ante la falta de esterilización y la presencia de "bichos", se maravillaban de la rapidez con la que Mara manejaba los dispositivos que le traían. La abuela de Ariel, por su parte, observaba con una mezcla de curiosidad y desconfianza cómo Mara interactuaba con las pantallas, pero se suavizaba al ver cómo la niña volvía a sus brazos para contarle una historia sobre un pájaro que había visto.

Mara era, en efecto, un pez en dos aguas. Podía identificar una constelación en el cielo nocturno y luego programar un dron para que la replicara. Podía curar una herida con una hierba medicinal y luego buscar en una base de datos la composición química de esa misma hierba. Hablaba el dialecto de la gente del bosque con la misma fluidez que el lenguaje técnico de la cúpula. No veía contradicción en ello; para ella, eran simplemente diferentes formas de comprender y experimentar el mundo.

Sin embargo, este equilibrio no estaba exento de desafíos. A medida que Mara crecía, las preguntas se volvían más complejas. ¿Qué mundo era "su" mundo? ¿Dónde residía su verdadera lealtad? A veces, la tecnología de la cúpula le parecía fría y deshumanizada, y la sabiduría del bosque, aunque profunda, a veces le parecía lenta e ineficiente.

Cristiam y Ariel sabían que su trabajo no era solo enseñarle a Mara a navegar ambos mundos, sino a elegir su propio camino. Su objetivo era darle las herramientas, las perspectivas, para que ella misma pudiera forjar su identidad. Pero, ¿qué pasaría cuando Mara tuviera que tomar decisiones que favorecieran a un mundo sobre el otro? ¿Podría un solo individuo ser el puente permanente, o el peso de dos civilizaciones terminaría por romperla? Lo que habían construido era hermoso, pero también era frágil, como una telaraña brillante bajo el rocío de la mañana, que podía romperse con la más mínima brisa fuerte. Y las brisas fuertes, como bien sabemos, siempre llegan.




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