¡vecina, ¿quiere ser mi Mamá?!

Capítulo 3.

☆゜・NICCOLO・゜★

La experiencia estudiantil fue tan aburrida y exasperante como esperaba que fuera, hice algunas actividades padre e hija con Sharon, y el resto del tiempo me la pase sentado viendo a mi hija compartir con sus compañeras, también siendo acosado por las madres de mucho niños que al parecer, no iban a la escuela a acompañar a sus hijos, iban a buscar ligue.

—Es increíble que un hombre pueda cuidar tan bien de una pequeña sin ayuda de su madre. —enarqué una ceja en dirección a la décima mujer que se sentaba a lado para coquetearme.

—No me parece increíble, me parece algo de lo más normal —solté enojado.

—Oh no, es increíble, eres tan valiente y varonil, criar tú solo a una niña debe ser difícil. —posó su mano en mi brazo y la movió de arriba a abajo causando molestia.

—No lo es.

—Puedo ayudarte cuando gustes, mi hija es amiga de la tuya, tal vez nos podamos reunir para que ellas compartan más, tal vez puedo ayudarte con algunas cosas más, ya sabes, cosas que solo las mujeres pueden hacer. 

—No, gracias.

—No estes mal, yo puedo entender, muchas mujeres abandonan sus hogares al no verse capaces de criar a sus hijos, yo en cambio… —me levanté de golpe y la fulminé con la mirada.

—No se que demonios ha escuchado, mucho menos quien se cree para hablar de mi esposa, pero para aclarar su ridículo monólogo de “soy la mujer perfecta” mi esposa no nos abandonó, murió en servicio y espero, jamás volver a escuchar alguna mención de ella de sus labios o de los labios de cualquier otra mujer urgida como usted.

No permití que respondiera nada, simplemente di media vuelta y caminé en dirección a la salida. Escuche pasos a mis espaldas y me frené en seco recordando que debía esperar a la salida de mi pequeña para poder retirarme del lugar.

—Papá, papi espera, ¡ya voy!. —los pasos provenían de mi pequeña, lo que me hizo suspirar aliviado.

Me gire y la espere con los brazos abiertos y una gran sonrisa, intente que no notara mi incomodidad en el lugar, era una niña muy perspicaz, persuasiva y vivaz, y lograba notar las cosas que me molestaban a kilómetros de distancia.

—Lo siento papi, tú no querías venir.

—Disculpame tu a mi pequeña, me enoje un poco.

—No te preocupes, algunas mamás son muy molestas, a mi tampoco me caen bien —susurro lo último mirando a todos lados.

—Vamos a casa pequeña florecita, tienes muchos deberes por hacer y debemos recordar que la otra semana tienes consulta con el doctor Hill.

—¿Veremos al tío Hill?

—Si linda, tenemos que hacer tu control de crecimiento para entregar a la escuela, no se para que quieren eso, pero lo llevaremos.

—Está bien, ¿podemos comer helado al salir?

—Claro que si florecita, lo que tu quieras.

—Quiero una mamá. —la alejé un poco de mi para mirarla fijamente

—Lo que quieras de comer mi amor chiquito, una mamá es algo que no te puedo dar hija.

No dijo nada, se cruzó de brazos hasta que llegamos al auto y durante todo el trayecto de regreso a casa se mantuvo en silencio con su mirada perdida.

Me sentí mal por ella, pero no había ninguna posibilidad de que yo sintiera algo por alguna otra mujer que no fuera Emilie, ella aun era mi todo a pesar de no estar a nuestro lado.

El resto de la semana fue un tormento, Sharon se mantuvo con la idea de "tener una mamá" más fuerte que nunca, si o si quería una y su insistencia estaba acabando con mi paciencia. 

El día de la cita llegó, amanecí casi en vela incapaz de conciliar el sueño, los recuerdos de Emilie del día del ataque me perseguían día y noche recordándome que ella estaría a nuestro lado de no ser por mi culpa.

Me senté en la cama, y como cada mañana salí directo al cuarto a despertar a mi pequeña flor, la mande directo a la ducha y esta vez no le dejé la ropa lista, esperaba que empezara a elegir por sí sola lo que quería usar.

Con algo de pereza camine hasta la cocina y deje todo preparado mientras tomaba un baño rápido y me cambiaba, ya listo empecé a poner la mesa cuando escuche a mi pequeña.

—¡Papi, papi! — corrí asustado al escuchar sus gritos desesperados.

—¿Qué pasa hermosa? 

—Papi mira —me extendió su vestido con una carita llena de tristeza.

—¿Qué pasa con esto? 

—Quiero ponerme ese vestido, pero no tiene un botón.

—Pues ponte otro.

—¿Le puedes poner el botón?

—Solo ponte otro vestido y ya —me miró arrugando el entrecejo con lágrimas en los ojos.

—Si tuviera una mamá, ella si le pone el botón, eres malo papi. —solté un pesado suspiro y con vestido en mano fui hasta mi habitación en busca de la caja de costura.

—Terminate de vestir mientras arreglo esto —grité desde el cuarto y la escuché celebrar.

«Pequeña manipuladora»

Luego de todo el corre corre de la mañana estuvimos listos para ir al médico, Sharon pidió bajar por las escaleras del edificio y en cada piso caminaba mirando las puertas y anotando cosas raras en una libreta.




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