Introducción:
Conste que está usted advertido de que estas líneas introductorias deben ser leídos idealmente después del tercer o cuarto capítulo. Si no ha llegado hasta allí, lamento decirle que no le servirá de nada leer esto, aún cuando sea una introducción.
Podríamos imaginar muchas cosas y muchos temas, pero preferí tomar el romance y la literatura como ejes para esta novela. Si no entiende, es usted libre de contactarme para que le explique (si viene al caso hacerlo). Si entiende, dígamelo, que para mí sería una mala señal.
Ahora, hablando de la obra que viene a continuación, simplemente puedo decir que es la historia de una persona y los altibajos que tiene con una persona enfrascada en una relación enfermiza.
Lo último que podría aportar para la historia es la escena de Angélica, que es la versión narrativa de la última escena de un drama llamado Historia de un iluso.
Bueno, si usted leyó la introducción antes del primer capítulo, le aviso que la introducción es un avión y ahora usted va a caer al vacío.
1
—¿Fuiste feliz?
—¿Y qué si lo fui?
—¿Lo fuiste?
—Ni idea.
De hecho, no tenía idea de su pasado. Lo vivió, pero ahora lo único que sabía sobre los hechos consumados era que la estaban aplastando sin razón. Ella era una estatua de ojos turquesa, pelo corto y piel color miel. Al tacto, sus manos parecían hechas de mármol, pero estaban vivas. Ella en sí era vida. Nadia sabía que Carolina era vida, y que además había cometido un error que estaba por comérsela viva.
—¿Fuiste o no feliz con él?
—Sí. Lo fui. ¿Contenta?
—No del todo. ¿Acaso te sientes culpable por haber sido feliz?
—Sabes bien por qué no quiero hablar de eso.
«Por supuesto que lo sé. Es por eso que te lo pregunto. Me da lástima que no seas capaz de asimilar estos procesos… en el fondo son sólo procesos y nada más: una serie de acontecimientos que progresan lentamente, pero que progresan. Me das lástima, querida, pero puedo ayudarte. Aunque termine cavando mi propia tumba, puedo hacerlo. Para eso están los amigos» pensó Nadia sin dejar de mirarla.
—Sí, lo sé. Es por eso que tienes que hablar de ello.
—Lo haré, pero no hoy. Tengo que irme; el Juan me está esperando hace rato en su casa. Quedé de ir a verlo en lo que se recupera de la fractura.
—¿Qué te apura? Él no se va a ir a ninguna parte, amiga.
—Yo sí —Nadia le lanzó una mirada inquisidora—. Se va a enojar si no llego pronto.
—¿Y qué va a hacer? ¿Agarrarte a patadas?
—No estoy de humor para esto.
—Nunca lo estarás.
—Mira… yo lo quiero, me gusta y tengo que ir a estar con él antes de que se siga deprimiendo. Nadita, el Rubén te ha criado bien. Hablas igualita a él. Es como si hablara desde tu boca.
—No lo creo. Él ya te habría lanzado una indirecta y tú te habrías ido en silencio. Después se habría arrastrado para que no te fueras y te apedrearía con la razón.
—Sí. Lo conoces más que yo. Ya. Me voy.
«Parece que en realidad era igual con todas. Y pensar que yo creí que era especial… fui una tonta» pensó Carolina.
—Hablaremos para la otra. Creo que tienes cosas por decir.