Velocidad y Vértigo

Capítulos 11-14

11

            —Verán, cabros, yo empecé sin ninguna fe, pero me dediqué a perfeccionarme. Hace ya un año que decidí dar el gran salto y publicar el libro que hoy ha sido galardonado. Si bien esto no es el mayor premio al que puede aspirar un escritor, sigue pareciéndome en realidad inmerecido.

            —¿A quién le agradeces por este libro?

            —A una persona que hoy no está a mi lado, pero que siempre he guardado en mi corazón, y que no incluí en la dedicatoria de este libro.

            Era verdad: había empezado sin fe. Sólo tenía un consejo de Carrasco, un tipo extraño… una suerte de ermitaño de la literatura chilensis; o tal vez un mito urbano.

            —¿Qué te motivó a hacer este libro?

            —Nada en especial. Sólo un consejo de un sabio poco conocido y unas cuantas ideas que tenía en la cabeza. Yo nunca creí que me saldría con la mía y que publicaría algo fuera de internet. Lo que es curioso: hay muchos que se mueren por entrar al mundo internet, pero yo lo único que quería era publicar fuera de allí. Como muchos otros, yo quería hacer algo que no dañara tanto la vista del lector. Por eso es que escogí papel amarillo y una fuente grande. Bueno; por eso y porque tampoco soy bueno en eso de escribir demasiado; había que rellenar. Yo no tenía fe, pero me dediqué durante dos largos y complicadísimos años a trabajar en mis libros y proyectos. ¿La recompensa? Ninguna muy alta, pero la más satisfactoria: miré hacia mi pasado y sentí que ya era capaz de hacer lo que quería. Créanme que cuando uno no tiene editorial, eso es sinónimo de morirse de hambre, pero no fue mi caso. Por si no les había contado, estudio literatura, pero me alejo mucho de ser un académico. Lo que sí siento que tengo y que le agradezco a la universidad, es un hábito de lectura. Igual aprendí hartas palabras bonitas y hartos autores que escriben con un talento y técnica… no sé cómo describirlos. Bueno, agradezco mucho eso. Me dieron varios recursos y yo quise hacer mi propio camino con las cosas que he aprendido, y con las que he experimentado.

            En la prensa había quienes lo trataban de hacer bolsa cada vez que tenían la oportunidad. Sufrió el escarmiento de haber destacado. Dijo por ahí un destacado poeta nacional que “se entregaba un premio a alguien sin trayectoria y una estética obsoleta”, pero parecía no importarle a los asistentes al evento. Desde que Baradit había triunfado con dos libros de historia que algo así no pasaba.

            De cierta forma, el Mago Carrasco ya lo había previsto. Era como si supiera de todo lo que haría dos años después ese tal Rubén, el tipo al que le leyó el blog alguna vez y que le llamó la atención. El mismo tipo al que, un año después, le aceptaría el texto y comenzaría a editar, y que, a meses de salido el libro, sería galardonado con el premio al mejor libro publicado del año.

            —Por otro lado —continuó—, no es que me haya dedicado a escribir de la noche a la mañana. También tenía ciertos textos intuitivos. Al empezar a leer un poco de literatura me di cuenta de cómo quería hacer las cosas, pero no fue una epifanía. No vino ninguna musa ni ningún ángel a decirme qué hacer y cómo hacerlo. Lo que sí tuve fue café; mucho café para muchas ideas que de por sí ya me estaban quitando el sueño.

            Varias noches se acostó pensando en sus personajes. Varias noches se levantó pensando en cómo hacer que sus personajes hicieran lo que él quisiera.

            —Al principio creí que el autor podía hacer lo que quisiera con los personajes. Me equivoqué. Y puta que me equivoqué feo con eso. Es el personaje el que hace de las suyas. El autor es el que da los lineamientos, pero los personajes se desbordan y actúan según su carácter. En ese tiempo creía en muchas cosas.

            Eso era cierto. Le dolía, pero había creído en muchas cosas. Por ejemplo, creyó en Carolina, creyó que podía mover el mundo con una mano y creyó que jamás lograría escribir un libro. Creyó que Carolina era lo único que había, pero su amiga Nadia se encargó de demostrarle lo contrario. Creyó que podría anular el orgullo de Carolina, pero ella le demostró que no era así. Creyó que nunca podría publicar, pero ahí estaba: en un conversatorio justo después de haber recibido un premio.




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