Velocidad y Vértigo

Capítulos 15-20

15

            Carrasco tuvo sus dudas. En un principio, por la forma de escribir del chico nuevo —ese tipo que se hacía llamar Adán Machuca Lasteclas— era probable que no alcanzara a publicar con él. Por un tiempo comenzó a pensar en que el chico se iría a manos de Eltit para sacar algún producto que en la academia analizarían con pinzas, que atacarían con toda la artillería y que, de sobrevivir a todo ese tejemaneje de parte de la élite intelectual, sería asimilada y copiada para que pierda peso y quede como un triunfo para aquellos que la estudiaron durante años, la reprodujeron y chaquetearon a Machuca Lasteclas.

            —¿Tú qué crees? —preguntó Granada.

            —¿Que qué creo? ¿No es obvio? El chico aún es inseguro. Sus textos… están tomando forma con mucha velocidad. Puede que esté en condiciones de publicar antes de que yo esté en condiciones de publicarlo.

            —¿Tienes miedo?

            —Sí. Es mejor que tú.

            —Yo no juego.

            —Pero es mejor. Él es un tipo al que me gustaría publicar. Es de esos a los que no les molesta probar una o dos cosas antes de hacer lo suyo.

            —¿Qué hubiera pasado si él no hubiera empezado el blog? ¿Lo hubieras publicado?

            —No lo sé. Probablemente no. Si no hubiera empezado el blog, no se habría dedicado a esto. No habría leído nada de nada, no habría tenido crítica y no se habría equivocado. Todo eso es necesario. Tú lo sabes bien: nada te ayuda más a escribir mejor que el hecho de no gustarle a alguien.

            —¿Qué opinas del rumbo que ha tomado?

            —Va muy rápido. Pronto encontrará su estilo. Por ahora, no me molesta el que tiene, pero tengo una corazonada que me dice que pronto lo encontrará y que le irá bien. Yo le voy a tirar las mechas todo lo que sea necesario y juntos vamos a publicar. Es por eso que te cité, Ale.

            —Hm… ¿qué quieres de mí?

            —Un prólogo.

            —¿Y si no me gusta el libro?

            —Hazlo mierda con sutileza. ¿Te parece?

            —Me parece.

            —Habrá una parte de mi salario para ti, buen hombre.

            Pero a Alejandro no le interesaba tanto esa parte del salario. Alejandro es uno de esos tipos a los que nada le parece bien. Mucho más si ese algo viene de parte suya. No odia, pero rezonga todo el día. Esa tarde estaba cansado, pero se le pasó cuando vio a Bruno picando apio en su cocina.

            Bruno pareció no tomarle atención a la cara de Alejandro mientras deducía el por qué de su actuar tan extraño; había algo más importante para Bruno. Tal vez era que le iban a dar el Premio nacional a Mellado.

            Por su parte, Alejandro encontraba aburrido ser un personaje secundario ante Bruno, pero no quiso decirle nada muy complicado para poder pensar a gusto sobre lo que el Mago Carrasco le había pedido.

            Carrasco rara vez tenía miedo. Era uno de esos tipos que el tiempo forjó con mano dura y temple inigualable. Que en ese momento estuviera inseguro hacía que Granada también comenzara a titubear. Había aceptado una oferta medio riesgosa y lo sabía, pero confió en Carrasco. El apodo de Mago no se lo había ganado porque sí, aunque Alejandro no lo consideraba un mago, sino un sabueso.

            Granada sabía que los sabuesos cuando envejecen pueden perder sensibilidad en el olfato. Parecía que Carrasco también desconfiaba de sí mismo.

            Las cosas no pintaban bien para ningún lado: Granada quedó en vilo y Carrasco esperaba a que lloviera.

 

 

16

            Eltit en el último tiempo había tenido un ascenso vertiginoso en su carrera como académica. Estaba a la cabeza de una editorial tan poderosa como rebuscada.




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