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Nadie lo esperaba. Una semana antes de la premiación, ella estaba llorando de felicidad y seis días y medio después, estuvo inconsciente. No le avisaron de inmediato a Rubén porque era un momento demasiado importante como para eclipsarlo con el percance.
Rubén estaba ya preparado para ir a ver a Nadia cuando, de repente y sin la menor intención, se encontró con una entrevista a Diamela Eltit donde hablaban de la situación de las editoriales en Chile.
Diamela estaba en el CNN Chile, conversando con Pablo Simonetti sobre las editoriales. Se les veía utópicamente tranquilos; era como si en ese momento nada más en la tierra pasara; lo que es una sensación muy rara cuando se trata de escritores o editores. Y más aún si son chilenos.
Siempre tenían sus problemas internos, sus prejuicios, sus mafias… Alejandro sentía un enorme deseo de publicar con Diamela sólo para desafiar el rumbo que había tomado su editorial al publicar mayoritariamente mujeres. Carrasco tenía ganas de hacer las paces con todas las editoriales posibles. Habían sido unos chaqueteros con él y unos verdaderos perros. Lo boicotearon, le cerraron el paso y lo patearon en el suelo, pero —en palabras de Carrasco—, todos los que aceptaran el perdón tendrían asegurada la no venganza. Por lo demás, Carrasco creía que la mejor forma de humillarlos era hacerlos retractarse de lo que hicieron.
Diamela no parecía en ese momento un ser que tuviera alguno de esos dramas, pero Simonetti le hizo sacar su drama a la luz.
—Dime, ¿qué opinas de los libros que fueron nominados al mejor libro publicado durante este año?
—Bueno… las nominaciones son interesantes. No sabría muy bien por dónde comenzar.
—¿Los favoritos?
—Los favoritos… corren con ventaja los libros de una chica que se hace llamar Templanza Maturana; no lo digo porque la haya publicado mi editorial; lo digo porque esa chica es muy talentosa. Cuando leí su maqueta, supe que llegaría lejos. El libro se llama “los aullidos subterráneos”, un libro que concuerda mucho con su estilo: su narrativa es fuerte, penetrante, de largo alcance… sí que sabe retratar la realidad.
—¿De qué trata el libro?
—Trata de una mujer secuestrada en un sótano cerca de un bosque. Todo el libro es la explicación del rescate, la descripción de las tácticas que ella usó para encontrar ayuda y la forma en que ella recordaba el mundo exterior. Combina muy bien el carácter con las emociones de una mujer en situaciones extremas. Lo recomiendo.
—¿Qué opina usted sobre “Las lluvias rojas”?
—Hm… Es un libro denso; habla de una ciudad que sufre una oleada de asesinatos brutales. El asesino es un total misterio para todos y la narración no da una sola pista para encontrarlo. El libro describe el miedo, la angustia, la paranoia y usa una fórmula muy interesante.
—¿Y sobre “Velocidad y vértigo”?
—Ese es un libro desastroso. Trata de jugar un poco con los sentimientos de un personaje que sólo quiere morir. Se trata de más de cien páginas de un errar desastroso. Un laberinto, una montaña rusa… no tiene una estructura definida, el narrador es un mito urbano, ¿lo leíste?
—Sí que lo leí.
—¿Recuerdas al narrador?
—Sí.
—Yo no. Abusa del monólogo interno y hace sufrir en exceso al personaje. Es un joven que durante la mejor edad de su vida se enamora de una mujer, y la mujer, cuando lo deja, lo hiere a tal punto que termina metiéndose con la amiga. Vemos a un hombre enfermo, frustrado, un personaje que le da, y le da con mantener una herida abierta, atosigando a esa pobre tipa. Además, ese personaje… ¿por qué hacer a una mujer como ella? Eso es misoginia en estado puro. Las mujeres no son así, Dorador estaba delirando. Ah, y la pobre mujer ángel… es como si existiera solamente para complacer al protagonista. O sea, lo disfraza con la miel del romanticismo, pero en el fondo no es más que opresión y sumisión. Está en tercera persona, pero el protagonista hace tanto monólogo que parece estar en primera. Se trata de vivir un rato en su vida. Es un texto horroroso. Tanto en forma como en fondo. No pude evitar dejar el libro tirado cuando lo terminé. Creo que había una frase cerca del final, pero no la recuerdo. Y no quiero recordarla. De hecho, había un montón de frases sueltas. Era como revolver un sitio de citas y frases célebres. Podría haber sido algo espectacular, pero es algo demasiado terrible como para leerlo. Hay que tener estómago e insulina. Es corto, pero hay que tener estómago. Yo no lo tuve. No creo que gane ni una mención honrosa.