26
—Nadia, no sé cómo pudo pasar esto —le comentó en la sala de espera.
—Tranquila. Ya va a pasar.
—¿Tú crees que yo esté segura?
—¿Del Juan? Por ahora, sí. Debe estar también hospitalizado, pero sentí cómo su nariz se rompió, así que se va a demorar más en recuperarse. Trata de que no te vea. Ándate con cuidado por las calles cuando ya todo esto haya pasado.
—¿Me tendré que ir de la ciudad?
—Espero que no. Aprende a defenderte pronto. Tal vez necesites hacerlo si es que se vuelven a encontrar. Ese tipo está enfermo.
—Él no era así.
—No importa cómo era. Lo que importa es lo que hizo.
—Amiga… me quedé sola.
—¿Sola? Aún me tienes a mí. E incluso podríamos ayudarte junto a Rubén.
—No creo que sea buena idea.
—Podemos enviarlo a la cárcel. Conseguir una orden de alejamiento… o sacarle el ojo derecho para que lo vea con el izquierdo.
—¿Nunca te has preguntado si Rubén tiene algo de sádico?
—Debe tenerlo, pero me gusta así. Fatalista, pesimista, soñador, depresivo y poderoso… me gusta así.
—Te faltó el “odiosamente ingenioso”.
—Sí. Bueno, al menos no me molesta porque puedo devolverle la mano.
—Quien fuera como tú. Tal vez fue por eso que lo nuestro terminó. A decir verdad, no me arrepiento de haber terminado.
—¿Fuiste feliz?
—No lo sé. No sé lo que es ser feliz. ¿Tú lo sabes?
—Lo sabré cuando Rubén despierte.
27
Juan estaba destrozado por dentro y por fuera. Su rostro nunca volvió a ser el mismo y su personalidad se volvió en exceso tóxica.
No obstante, Juan no era tonto. Era un imbécil impulsivo y odioso, que es algo bastante distinto. Tuvo que venir una tal Antonia a acompañarlo para que se diera cuenta de que había perdido la capacidad de amar como antes. De cierta forma, su vida comenzó a volverse un sinsentido y a girar en torno al odio.
Las personas se convirtieron en armas para él; incluido él mismo. Era como si quisiera una venganza que no estaba en su mundo y que jamás podría alcanzar. Había perdido una parte de su ser que ya no podía recordar, por lo que no sabía bien qué era lo que quería.
Entonces comenzó a enfriarse y la ira comenzó a sublimarse en maldad. Ya no era que quisiera cobrar su rostro o su capacidad de amar, sino que el asunto iba por recuperar el amor que alguna vez tuvo hacia sí mismo. Y para ello se posicionaría por sobre el que fuera necesario. Ya lo había planificado.
Y a más o menos un año de haber empezado a dejar de lado la emoción y los métodos iniciales, encontró la oportunidad.
Diseñó entonces un discurso, se maquilló, se arregló, leyó y llegó puntualmente a una ceremonia realmente especial. Apenas terminó, se dio un conversatorio, al que asistió con un deseo enfermizo.
28
—En eso tienes razón, Rubén. Hay cosas más importantes en la vida que el reconocimiento. ¿Sabes? Alguna vez yo lo tuve todo: una pareja hermosa, una buena vida, ganas de vivir, amor para entregar y una imagen decente. Tú lo sabes. Pero ya no soy esa persona. Ya no soy lo mismo. Ni siquiera me logro acercar a lo que fui. Ya no sé quién soy, pero tengo un rastro de lo que fui y eso te lo debo a ti, Rubén. Porque sí, señoras y señores: porque la vida de este hombre fue destruida por ese imbécil al que hoy se ha premiado. Porque la única razón que tenía para vivir se fue para estar a su lado. ¿Qué me puedes decir, Rubén Dorador? ¿Tienes palabras para responderme?