Velocidad y Vértigo

Final y epílogo (pies de página al final)

34[1]

            Después de mucho andar dando vueltas, Juan logró apaciguar sus tormentos. Para él las cosas tomaban más sentido sin amor. Antonia alguna vez le dijo algo que le dio vueltas hasta que lo comprendió: el sufrimiento es consecuencia del deseo. Comenzó a darse cuenta de que desear recuperar una capacidad no iba a ayudarlo. Comenzó a darse cuenta de que el mundo no era tan malo como parecía y que él no era tan malo como el resto del mundo creía. Estuvo pensando mucho y un día, sin ningún motivo alguno, le sonrió a Rubén y lo abrazó.

            Fue una escena absurda de perdón, pero Juan pudo volver a sonreír.

            —Mujer —dijo cuando volvió a casa de Antonia—, abrázame fuerte y recuerda siempre lo que te voy a decir: eres la persona que me convirtió en hombre.

            Y ahí, tras años de haber olvidado la manera natural e indolora, volvió a sonreír.

            Cuando volvió a sonreír, volvió a vivir.

            Cuando volvió a vivir Antonia le enseñó a volar.

            Cuando volaron juntos, ya no tenían ningún miedo.

            Cuando no tuvieron miedo, aceptaron felices la invitación a la boda y la posterior reunión íntima de familiares y amigos de los recién casados Rubén Dorador y Nadia Santander.

            Cuando fueron a la reunión, Carolina los recibió con una sonrisa y un “mira, soy la madrina” que los hizo reír por algún motivo poco lógico.

            Ahí lo supo: las tensiones ya no significaban nada más que una experiencia.

           

 

 

35

            Rubén tomó la palabra.

            —Cuando todo esto comenzó, no tenía idea de que llegaría a esto. Todos los presentes han sido partícipes de… de mi felicidad. Los quiero a todos, chicos. De verdad que me siento afortunado de que todo hubiera salido así de bien. Antonia, Juan, Carolina… me siento realmente orgulloso de que hoy podamos estar todos juntos en una misma mesa… Juan, te superaste como nunca. Antonia, creo que has hecho feliz a un hombre solamente siendo tú misma. Granada, por fin publicaste. Carrasco, por fin estás haciendo lo que quieres en este país… Bruno, supe de tu reciente contratación como compositor para la orquesta municipal… y sé que te encontrarás a alguien que pueda tocar la Suite Leslie. Papá, mamá, hoy puedo decirlo: soy feliz. Samanta, Carlitos, ustedes no saben cuánto han significado para mí. Ojalá no pierdan la sonrisa. Carolina… fuiste inteligente; te felicito por ello. Y a mi amor: Nadia, ¿qué hacemos ahora?

            —Lo mismo que hemos hecho desde que empezamos, tonto —dijo antes de que todos comenzaran a brindar por los novios.

 

 

36 (epílogo)[2]

            —Todo había salido bien.

            Fueron las únicas palabras que una desolada Nadia pudo decir. De todos, ya iban quedando pocos. Bruno, sus padres, Alejandro, Carrasco y Juan habían muerto. Rubén era de los pocos que aún seguía vivo. Sus hermanos lo lloraron junto con Nadia, Carolina y el único hijo que tuvo la pareja.

            —Tú sabes… Tú sabes que tu padre quiso lo mejor para ti, pero que le faltó vida para dártelo, ¿cierto?

            —Sí, mamá… lo sé.

            El hombre se había convertido en niño, el niño se había convertido en libertad y la libertad brotó por sus ojos en forma líquida.

            —Hijo… Granada quiso darte esto cuando tu padre muriera.

            Le pasó un libro llamado Vértigo.

            —¿Es el primer libro de mi papá?




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