Ha pasado un tiempo desde que volví a mi rutina diaria: entre clases y mi casa. Solo diré que ya es jueves, un día aparentemente normal, pero con un significado especial.
Comenzó con el intercambio de mensajes y llamadas con la trabajadora social. Tocamos muchos temas, pero uno de los más relevantes fue explorar por qué pausé este proceso y no realicé ninguna gestión para seguir adelante en este camino. En medio de la conversación surgió una pregunta que me dejó en silencio:
“¿Cuál es la razón o el motivo por el que haces esto? ¿Por qué quisiste empezar todo esto?”
Al principio, todo nació de un deseo, de la curiosidad. Con el tiempo, ese deseo se transformó... pero nunca supe responder con claridad.
“No sé a dónde voy, pero voy de todos modos”
Lo valioso de aquella conversación fue que, durante y después de ella, me sentí acompañada. Hablamos de mis años escolares, la familia, amistades, miedos e inseguridades. Fue como liberar todo aquello que había guardado. A veces, hablar también es sanar.
Reconozco desde aquí que pasaron meses desde que dejé todo en pausa. Quizás no fue intencional, simplemente se dio así. La notificación a mis padres fue un gran obstáculo. Por su trabajo y los horarios, era casi imposible contactarlos. Entendí que existían limitaciones, pero justo tenía que ser en la mañana, cuando ellos nunca estaban.
Finalmente, cuando lograron ser notificados, al día siguiente asistimos los tres a una charla presencial con el equipo a cargo del proceso. Fue un encuentro lleno de recuerdos, anécdotas desde el inicio, historias con mi hermano, incluso aquella vez que nos vieron desde el segundo piso de la fundación… pequeños retazos de una historia compartida.
Este texto lo escribo meses después de que todo quedara en pausa. Hubo algo que siempre me generó ruido:
¿Por qué, siendo mayor de edad, necesitaba aún la autorización de mis padres?
Me lo explicaron en conversaciones posteriores: en el archivo que contenía toda la documentación también había información confidencial y delicada, no solo mía. Resultados de pruebas psicológicas, entrevistas, estudios… No era tan simple como pensaba.
Hoy escribo desde un nuevo comienzo. Un día en que no me sentía bien, dormía poco, sobrepensaba todo. Las charlas con la psicóloga de la fundación se hicieron más frecuentes, y pasaba largas horas conversando con ella. Aquel día terminé durmiendo gran parte del tiempo… pero algo cambió.
Después de tanto tiempo y dificultades, finalmente se logró: notificaron a mis padres y pudieron asistir para dar su consentimiento y así continuar con el proceso.
Así me sentí: no estaba sola. Sentí emoción. Aunque tenía una idea de por qué hacía esto, en ese momento lo único que me importaba era por fin desarchivar mi expediente. Allí estaba esa verdad, ese algo que tanto buscaba. Por fin podría conocer mi historia.
Al recibir la noticia, tuvimos una nueva sesión con la psicóloga de la fundación. Al verla, no supe cómo reaccionar. Me quedé en silencio, los nervios me dominaron. Y una nueva duda surgió:
¿Tendré el valor para conocer a esa persona?
Por un lado, deseo agradecerle. Por otro lado, siento miedo. ¿Es normal, no? El miedo a cómo reaccionar, a cerrar un ciclo, a completar ese rompecabezas y seguir adelante con mi vida.
Aquí es donde quiero dejar mi consejo, algo que he repetido varias veces a quienes comienzan este camino:
1. El Apoyo
La familia, los amigos, los profesionales. Son quienes te acompañarán cuando necesites hablar. Este proceso es complejo y varía según cada persona. Puede ser un proceso social, informativo, práctico o emocional.
En mi caso, la ayuda de la fundación fue crucial. Realizan un seguimiento completo y entregan herramientas para el desarrollo socioemocional.
La familia brinda amor, consejo, compañía; los amigos sostienen en los momentos difíciles. El acompañamiento constante es fundamental.
2. Las Emociones
Los miedos, las dudas, la tristeza. Habrá días en los que te preguntes muchas cosas y llores por emociones difíciles de nombrar. Reaccionar no siempre es fácil, por eso es tan necesario contar con una red de apoyo.
Quizás pronto me anime a escribir cómo me siento. Tal vez incluso escriba una carta, si alguna vez tengo la oportunidad de entregársela.
“Aunque me caiga, me levanto otra vez, nunca me rindo”
Esa es la energía con la que quiero seguir caminando.