Hoy fue mi aniversario.
Para cualquiera, este día no tendría nada de especial, solo otra fecha más que pasa desapercibida entre tantas. Pero para mí… es distinto. Es el día en que la vida decidió darme una segunda oportunidad, un segundo nacimiento. No celebro años, celebró amor. Celebré haber llegado a los brazos de una familia que me eligió, que me acogió, que me amó sin condiciones.
“A veces el tiempo pasa tan silencioso que parece borrar los recuerdos, pero el corazón nunca olvida los latidos que marcaron su destino. Aunque las estaciones cambian y las distancias crecen, siempre habrá un eco suave en mi interior que susurra los nombres de quienes me dieron un lugar donde volver, un amor que no se marchita con los días.”
Desperté más temprano de lo habitual.
No porque tuviera algo que hacer, sino porque mi cuerpo lo sabía: hoy no era un día cualquiera. El silencio de la casa era tan profundo que podía escuchar el leve tic-tac del reloj del pasillo, marcando los segundos con una precisión casi cruel.
El primer sonido que escuché fue el de mi madre moviéndose en la cocina.
El roce de los platos y el silbido de la tetera se mezclaban con los primeros rayos de sol, creando una sinfonía silenciosa que me llenó de paz.
Me levanté lentamente, con los pies descalzos rozando el frío piso de madera.
Cada paso me recordaba que estaba viva, que estaba aquí, en este hogar que me ha dado tanto.
Al bajar las escaleras, el aroma del café recién hecho se hizo más intenso.
Mi padre estaba durmiendo al igual que mi hermano.
Mi madre me miró y me sonrió suavemente, como si supiera lo que estaba sintiendo sin necesidad de palabras, pidiéndome que no haga tanto ruido.
Me senté a desayunar mientras afuera, el viento movía suavemente las ramas de los árboles, haciendo bailar la luz sobre la mesa.
me había quedado pensativa gran parte de la mañana sobre el mensaje nocturno que abrí casi al despertar en la mañana “Tu carpeta ya está disponible para ser retirada.”
Es increíble cómo una frase tan simple puede sacudir tanto.
Desde entonces, no he dejado de pensar en eso.
Esa carpeta… Ese conjunto de hojas que, de alguna forma, contiene partes de mí que desconozco.
Mi origen.
Mi comienzo.
Mi otra historia.
Algo sorprendente fue que el leer una frase tan simple. Tan corta, fue como si el suelo se moviera bajo mis pies.
Remover Nombres, fechas, decisiones… todo lo que ocurrió antes de que llegara a esta familia y mientras desayuno, no puedo evitar sentir esa mezcla de curiosidad y miedo que me aprieta el pecho.
Quiero abrirla, quiero leerla, quiero entenderla.
Pero también tengo miedo de que el pasado cambie lo que siento ahora
Esa misma mañana Intenté escribir una carta donde quería poner en palabras mi confusión, mi esperanza y mi miedo, aunque nadie la lea. Pero cada frase me rompía antes de terminarla.
¿Cómo se puede escribir algo tan contradictorio como querer saber y temer saber al mismo tiempo?
"Incluso cuando el cielo se cubre de sombras y el camino parezca incierto, sé que la luz que alguna vez me guió volverá a hacerlo. Porque el amor verdadero no se apaga, solo espera. Y en medio del silencio y de la duda, esa luz me recuerda que los lazos del corazón son más fuertes que cualquier distancia, más firmes que cualquier miedo."
Mis pensamientos se dispersaron entre recuerdos de infancia y la anticipación de lo que podría descubrir hoy.
Quiero saberlo todo, pero al mismo tiempo deseo proteger lo que ya conozco: este hogar, este amor, esta seguridad.
Mi familia adoptiva ha sido mi refugio durante veinte años.
Me vieron reír, caer, aprender, crecer.
Me sostuvieron incluso cuando yo misma dudaba de mí.
"El amor florece incluso entre las heridas, como una flor que nace en medio del invierno. Puede que el tiempo cambie los paisajes y que la vida nos lleve por senderos distintos, pero hay abrazos que se quedan grabados en el alma, miradas que se vuelven eternas, y recuerdos que, aun cuando duelen, siguen brillando con la ternura del primer día."
Al mediodía, mientras preparaba un té, me detuve a escuchar el silencio de la casa.
Cada rincón parecía susurrar historias de amor y cuidado.
Los libros en la estantería, los cuadros en la pared, la manta doblada en el sofá… todo recordaba la constancia de su amor.
Sus gestos pequeños, invisibles para otros, me recordaban que pertenezco aquí.
Que soy amada.
Que mi historia, aunque incompleta, está llena de luz.
Por la tarde, me senté en mi escritorio con la carpeta frente a mí, aún cerrada.
La sostengo en mis manos y siento un peso extraño: mezcla de miedo y curiosidad.
No sé qué pasará cuando la abra.
Tal vez lloré, tal vez sonría, tal vez ambas cosas.
Pero sé que al final, comprenderé algo fundamental:
El pasado me pertenece, pero el presente es mío, fue allí cuando mis pensamientos se dispersaron entre recuerdos de infancia y la anticipación de lo que podría descubrir hoy.
Quiero saberlo todo, pero al mismo tiempo deseo proteger lo que ya conozco: este hogar, este amor, esta seguridad.
Mi familia adoptiva ha sido mi refugio durante veinte años.
Me vieron reír, caer, aprender, crecer
Al caer la noche, la casa se tiñó de sombras suaves.
Las luces cálidas iluminaban los rincones, y mi madre encendió una vela en la sala, pequeña y temblorosa, que reflejaba la certeza de un amor silencioso, constante, eterno.
Cierro mi diario, apoyando la pluma suavemente sobre la página.
Respiro hondo, dejando que una lágrima resbale por mi mejilla.
No es tristeza.
Es gratitud.
Es amor.
Es el eco de un corazón que sabe que, aunque existan capítulos sin leer, su historia está llena de quienes lo aman.