Vestigio de un Amor

Prefacio

«En los restos de un amor roto, Danna descubrió la fortaleza para reconstruirse a sí misma. Todo para sanar los vestigios de su corazón destrozado».

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Danna

Me parecía mágico todo lo que él hacía por mí sin saber que era una fachada del horrible hombre que era en realidad. Uno que mentía y engañaba, maestro en jugar con los sentimientos de los demás. El plan que él tenía requería de una persona incrédula y sumisa, esa era yo.

—Te amo, Danna. Eres lo mejor que me ha pasado. —expuso Martín. 

—Yo también te amo —admití.

Porque lo hacía, amaba a ese hombre maravilloso que conocí un día cuando trabajaba en la cafetería de mis padres. 

Jamás consideré que alguien como él se fijaría en mí; es decir, estaba lejos de tener el cuerpo de una modelo, tenía piernas y caderas anchas, a causa de las chucherías que acostumbraba a comer. 

¿Qué puedo decir?, trabajar con cosas dulces tiene su lado negativo, y más si eres una amante del azúcar como yo.

Pero él me vio, y luego de salir unas cinco veces, me pidió ser su novia y acepté. 

Martín Lorenzo necesitaba una infiltrada en la repostería de su esposa, aparte de mentiroso, infiel. 

A causa de mi experiencia llegó un día con un volante y el trabajo fue mío. Debí prever que nadie se fijaría en la chica gorda, al menos ningún hombre apuesto; sin embargo, por unos breves meses viví en una nube de fantasía creyendo que era la alegría de alguien. 

Ilusa. 

El día que descubrí su plan todo cambió, mi corazón se rompió, la venda que tenía en mis ojos se cayó. Finalmente, pude verlo por quién era, un monstruo que vestía de traje, uno que estaba dispuesto a todo por conseguir lo que quería y eso incluyó encerrarme en el apartamento para evitar que yo confesara. 

Me golpeó y amedrentó hasta el punto de que temí por mi vida, pero un salvador llegó en el momento justo para sacarme de aquel lugar llevándome al juzgado a testificar. 

Ese testimonio fue mi condena, pues Martín prometió hacerme pagar y temiendo por mi vida, hui lejos con lo poco que tenía, tanto pertenencias como dinero. 

Iowa fue el estado elegido, lo suficientemente lejos como para que no me encuentre y cerca sin necesidad de gastar más dinero. El autobús me dejó en la ciudad de Paullina en el condado O’Brien. Un pueblo pequeño y pintoresco que me acogió como si fuera local. 

En medio de mi temor creí que nada más podría empeorar, hasta que un mareo y desmayo en mi trabajo trajo consigo la noticia que cambiaría mi vida: 

—Estás embarazada —confirmó aquel médico—. Tienes aproximadamente dieciséis semanas. 

¿Cómo no me di cuenta antes? Son cuatro meses. 

—¿Está bien? —pregunté con temor. 

—No hubo un control desde el comienzo, Danna. No te quiero mentir, puede que haya inconvenientes. 

—¿Podemos verificarlo? —tartamudeé.

—Por supuesto. 

Puso el ecógrafo sobre mi vientre, estaba algo abultado, pero lo había ignorado. Ahora ya sabía la razón de la inflamación.

—En efecto, tienes dieciséis semanas, sus órganos están desarrollados y funcionales; sin embargo, pesa menos gramos de los que debería. 

—¿Eso es malo? 

—La malnutrición es peligrosa, puede incluso tener consecuencias en el futuro. Empezaremos con tu control de inmediato. 

—No tengo seguro médico —confesé con vergüenza. 

—Buscaremos la manera. 

Y lo hicimos, me incluyeron en un programa que me permitió sobrellevar mi embarazo. Las personas incluso dejaban comida en la puerta de mi pequeña casa. Todos cuidaron de mí.

Cuando llegó el parto, sentí que moría. 

La mala alimentación, el estrés y el temor de ser encontrada me pasaron factura a mí y a mi bebé. Nació bajo de peso, tuvo que quedarse unas semanas más en el hospital antes de que pudiera llevarlo a casa. 




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