Vestigio de un Amor

Capítulo 1: Amapola

«En el rojo vibrante de la amapola, Danna encontró la fuerza para iniciar su nuevo comienzo».

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Danna

El sol se filtra suavemente por las cortinas, tiñendo de tonos dorados la habitación que comparto con mi pequeño Kay. Con cuatro años a sus espaldas, mi hijo es pura curiosidad y energía, una mezcla perfecta de todas mis cualidades.

Cinco años han pasado desde que tomé la decisión de escapar, dejando atrás los escombros de una relación marcada por la traición y la crueldad de un hombre llamado Martín. Usó mi amor para urdir su venganza, pero al final, solo logró que su exesposa se quedara con la custodia del niño, del dulce Mateo.

La vida después de escapar no fue sencilla. Luché por encontrar trabajo y un techo seguro, enfrentando cada día la incertidumbre y las miradas inquisitivas de un mundo ajeno a mi dolor. Pero cada amanecer, con Kay a mi lado, encontraba la fuerza para seguir adelante.

El miedo se convirtió en mi sombra más fiel. Todo el tiempo, miro por encima de mi hombro, temiendo que Martín pueda rastrearme y arrebatarme todo lo que hemos construido juntos. Sin embargo, cada día que pasa sin noticias suyas es una pequeña victoria, una confirmación de que huir fue la decisión correcta.

Kay, ajeno al tormento que padezco, crece feliz y lleno de vida. Es mi razón de ser, mi luz en los días más oscuros. Juntos formamos un equipo invencible, enfrentando los retos que trae cada día.

Sé que el pasado no se puede borrar, pero también sé que tengo el poder de construir un futuro mejor para nosotros. Y eso requiere que trabaje en la cafetería del pueblo, Sonny fue lo suficientemente amable como para contratar a una desconocida, gracias a ella es que puedo sustentar los gatos de mi hijo. 

Me levanto de la cama y miro a Kay con una sonrisa cálida, suele ser demasiado perezoso en las mañanas, pero gana energía a medida que las horas pasan.

—Arriba, pequeño dormilón. —Le doy un beso en la frente a lo que sonríe. 

—Aún tengo sueño, mamá —responde con pereza. 

—Lo sé, mi amor. Quisiera dejarte dormir, pero debo dejarte en la guardería para irme a trabajar —Le explico. 

—Está bien. 

Se levanta con dificultad, cierro los ojos y respiro intentando contener la culpa que me provoca verlo. He luchado para sobreponerme del sentimiento; no obstante, se ha arraigado dentro de mí por cinco largos años. 

Lo ayudo a bañarse, vestirse y demás. Todo en medio de risas porque si de algo se caracteriza mi pequeño es que es muy alegre. 

—Vamos, Kat espera por ti. 

—Kat es la mejor, suele darme dulces —revela. 

—Tendré que regañarla por alcahueta. 

—No, mamá. No le digas que te dije, dejará de consentirme —ruega. 

—Ya veremos. 

Salimos de casa y nos subimos a la destartalada camioneta que me ha salvado en más de una ocasión, siempre me digo que compraré otra, no obstante, suelen salir imprevistos que impiden que logre mi objetivo. 

Ni modo, ya llegará el día en el que no escasee el dinero. 

Pronto llegamos al edificio en el que mi pequeño será cuidado. Es una guardería comunitaria, un proyecto que se destinó para ayudar a los padres solteros del estado, y vaya que nos ha servido a muchos. 

—Hola, Danna y pequeño K. —saluda Kat en la entrada de la guardería. 

—Hola, K. —Le regresa el saludo mi hijo—. Le conté a mamá de los dulces, lo siento mucho. 

Esa es otra cualidad, es un niño honesto. Tal vez demasiado. 

—No hay problema, mi niño. Ya no te daré más dulce —Sus palabras no concuerdan con el guiño que le da—. Seré una buena cuidadora. 

—Gracias, K. 

Me agacho hasta que estoy a la altura de él, le dejo un beso en el cachete y un pequeño abrazo. 

—Mamá te ama. 

—Y Kay ama a mamá. 

Esa es nuestra despedida, un recordatorio de que nos amamos y que somos él y yo contra el mundo. 




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